Genoveva Serrano Suñer, atropellada en un grave accidente: «Pase lo que nos pase, Dios nos sostiene»

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* " Como bien decía Santa Juana de Chantal, “el sufrimiento pasa, pero el haber sufrido queda""

* "Según pasa el tiempo, me doy cada vez más cuenta que todo lo que he perdido en mi cabeza, lo he recuperado en mi corazón. Gracias a Dios, veo todo esto mucho más claro que antes: lo que hoy nos falta es lo básico, no cuestiones que algunas sí están muy de moda pero que desgraciadamente no son verdaderas"

arcoiris.jpg12 de febrero de 2010.- Genoveva Serrano Suñer, jurista y madre de familia, sobrevivió a un accidente de tráfico que le hizo perder parte de su memoria. En el pasado congreso Católicos y Vida Pública contó su historia. Lo que sigue es un resumen de su testimonio.

(Genoveva Serrano Suñer / Alba)  El hombre técnico-científico de hoy, sólo ve los adelantos materiales y pide a la sociedad de consumo un progreso material cada vez mayor que satisfaga sus necesidades. Cegado por las aplicaciones de la ciencia y de la técnica que facilitan la vida diaria, el hombre de hoy ha perdido la visión trascendente de la vida humana. De tanto mirar los bienes inmediatos, no contempla el sentido profundo de la vida.

Esta visión inmediata y superficial del hombre actual, provoca en él una búsqueda del placer sin límites, un goce ilimitado sin restricciones. Este consumismo que no admite demora, provoca un ambiente donde lo importante no es ser, sino tener. De esta visión que no va más allá de la materia, surge otro mal, característica fundamental de nuestra democracia: la permisividad que hace que todo sea válido por no haber nada absoluto.

En España, debido a este fenómeno que emana del propio Gobierno, se va fomentando un hombre sin ideales que se va haciendo cada vez más débil y vulnerable. Las consecuencias están a la vista: hay muchos ejemplos de relativismo moral que fomentan la inseguridad y que dificultan la oposición a leyes que, en realidad, no suponen ninguna protección a la familia.

Su difusión se lleva a cabo al amparo de una moralidad permisiva que no es capaz de justificar racionalmente la existencia de unos límites a la libertad individual.

En relación con la reacción que, en mi opinión, todos deberíamos adoptar ante esta ceguera, en una ocasión oí una frase que lo reflejaba de forma acertada: “más vale encender una luz que maldecir mil veces la oscuridad”.

Nuestra fe debe provocar un compromiso en nuestras vidas. Más que detenernos en querer describir con palabras en qué consiste nuestra fe, hay que intentar experimentar esa fe con la que creemos. En este sentido, tratemos de imitar a San Francisco de Asís: “Donde hay desesperación, pongamos esperanza”. “Donde hay oscuridad, pongamos luz”. Pero eso sí, ante estas dificultades actuemos no sólo con palabras sino a través de nuestro ejemplo. Considero que no debemos contentarnos con una mera resignación pasiva y conocimiento teórico de las normas que fundamentan la fe, sino que debemos actuar en el grado máximo frente a circunstancias mundanas en contra.

Como bien decía Santa Juana de Chantal, “el sufrimiento pasa, pero el haber sufrido queda.” De hecho, yo también doy gracias a Dios todos los días por haber sufrido un grave accidente el 3 de febrero de 2006, dejando a dos de mis hijas en el Colegio San Patricio y estando embarazada de 5 meses. El atropello causado por una señora que se saltó un stop, me causó un traumatismo craneo-enluz-del-mundo.jpgcefálico severo y una rotura de todos los ligamentos de mi pierna derecha.

Estuve un mes en la UVI del Clínico y dos meses en la UVI del Ruber Internacional. Aun así, nunca hay que olvidar que pase lo que nos pase, Dios nos sostiene. Según pasa el tiempo, me doy cada vez más cuenta que todo lo que he perdido en mi cabeza, lo he recuperado en mi corazón. Gracias a Dios, veo todo esto mucho más claro que antes: lo que hoy nos falta es lo básico, no cuestiones que algunas sí están muy de moda pero que desgraciadamente no son verdaderas.

Gracias a estas dificultades, vuelves a recolocar lo que tiene más importancia en tu vida y de lo que más te tienes que ocupar. De nosotros depende que tantos ciegos espirituales que aun quedan, puedan ser partícipes de nuestra luz. Por ello, debemos convencernos que podemos dar mucho para eliminar esa ceguera, ayudados por la luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Para abrir bien los ojos, la luz de la razón acumulada a lo largo de tantos años, tiene que ser potenciada por la luz de la fe. Pero procuremos no contentarnos con pedir a Jesús ese regalo de la visión moral y religiosa de las cosas. Intentemos ser nosotros también la luz del mundo, con nuestros actos y nuestro ejemplo. Seamos pacientes y descubramos poco a poco, en el trabajo de cada día, cómo mediante nuestra entrega activa y constante, se va encendiendo esa luz en una oscuridad que pretende, sin conseguirlo, apagarla.

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