Ana Fernández, la vida buscando y ofreciendo al Señor: «El sufrimiento, un camino hacia Dios»

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01_f4.jpg15 de febrero de 2010.- «Hace 25 años tuve un cáncer, y nadie daba por mí un duro»: así comienza su historia Ana Fernández, que hoy está plenamente implicada en el acompañamiento de enfermos, a través del ministerio de sanitarios, de la Renovación Carismática Católica. Pero para llegar hasta aquí recorrió un duro camino, lleno de dudas y de pasos en falso de los que ha aprendido el inmenso valor del sufrimiento como vía para llegar a Dios. Cuenta que ese cáncer «me pilló de sorpresa, sin entender lo que pasaba, y me preguntaba: ¿Por qué a mí? Entonces tuve una experiencia importante del bien de la oración, porque había mucha gente rezando por mí, amigos, compañeros de trabajo… Yo me sentía muy arropada, y veía que Cristo estaba allí, conmigo».

(Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo / Alfa y Omega) Cuando logró salir de ésa, empezó a dar vueltas preguntándose por el sentido de lo que había vivido: «Me puse a buscar explicaciones, y empecé a leer libros de autoayuda, sobre el poder de la mente, etc. No encontraba nada, y nada me convencía. Iba de vez en cuando a la iglesia, pero mi vida espiritual era muy solitaria».

Al cabo de unos años, desarrolló una hernia de disco, que la obligaba a permanecer de pie o tumbada, porque sentarse le hacía padecer fuertes dolores. Y, como no quería operarse, siguió un montón de terapias alternativas. «Yo me veía totalmente paralizada. Una etardif.jpgamiga mía, que era carismática, me ofreció la posibilidad de ir a que rezaran por mí, y me dio un libro para que leyera, de un cura llamado Emiliano Tardiff (en la fotografía dela derecha), a quien habían desahuciado y que, tras recibir la visita de un grupo de carismáticos que rezó por él, se recuperó. Yo leí su historia y no paraba de llorar, sin saber por qué. Me invitaron a ir a una Asamblea Nacional de los carismáticos, en la que hablaba este mismo cura. Yo me quedé cerca de la puerta, para poder marcharme en cuanto quisiera, y siempre estirada, porque seguía sin poder sentarme. Al día siguiente, volví a ir a la Asamblea, y allí fue mi conversión; comencé a llorar de nuevo, e hice una confesión como nunca en la vida. Y, poco a poco, comencé a poder sentarme. Y así, hasta hoy».

Y hoy, tranquilamente sentada en el salón de su casa, cuenta que entonces le preguntaba a Dios: «Si me ibas a sanar, ¿para qué me hiciste pasar por ese sufrimiento? Ése fue el momento de mi conversión. Si no hubiera sido así, no me habría convertido». Dice que aquellos momentos supusieron para ella una vivencia de dolor y de soledad, y se da cuenta de que «no se aprovechan. Al enfermo se le dicen cosas humanas que no tienen sustancia: No te preocupes, te vas a poner bien…»

Después de su enfermedad, decidió implicarse en el acompañamiento de enfermos, «para ayudarlos en todo lo que pueda, y al mismo tiempo para presentarles a Dios. He visto conversiones impresionantes. Cojo lo que llamo el kit de emergencia: el agua bendita, el rosario y la Biblia, voy a acompañarlos y me ofrezco a rezar por ellos». También se presentan a los médicos para dar mayor profundidad a su labor: «Los médicos sólo cuentan con medios científicos; se les exige curar todo, y eso provoca a veces mucha desesperación. Los médicos también necesitan mucho acompañamiento y mucho sentido del dolor y de la trascendencia».

Con toda esta experiencia a cuestas, Ana ve el sufrimiento como «un camino para llegar a Dios, y me da mucha pena que se desaproveche. No tiene nada que ver la enfermedad con Dios y sin Dios, ni tampoco la muerte. Dentro de todo el dolor que eso supone, la fe te hace decir: Qué maravilla. Cuando te pasa algo, o echas manos de Él, o no te queda nada».

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