Ignacio Ciprés, un trasplante, tres bypass y una fe profunda: «Si Tú lo quieres, yo lo quiero»

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 01_f5.jpg* «Yo he tenido siempre presente al Señor. He tenido dolores de volverse uno loco, pero he cogido el crucifijo en la mano, lo he apretado y le he dicho al Señor: Señor, me uno a tu cruz, me uno a Ti en la cruz. Y Él me ha ayudado a llevarla…Lo he pasado mal, pero nunca he perdido la fe en Dios, nunca, nunca, nunca»

15 de febrero de 2010.- Ignacio lleva un tiempo recuperándose en el Hospital y centro de cuidados sanitarios Laguna, en Madrid, porque su cuerpo tiene ya muchas heridas de guerra. Es de Javier, en Navarra, y lleva 48 años casado. «Y feliz», apostilla al comenzar el relato de su vida: «Yo tenía un restaurante en Pamplona, y me olvidé de la caja. Me robaron, y tuve que volver a comenzar. Yo decía: Señor, si Tú lo has permitido, por algo será». Y tuvo que volver a comenzar, en Tarragona: «Allí es cuando comienza mi lucha, siempre junto a Dios y la Virgen». En 1993, le hacen un triple bypass, y cinco años después le dijeron que tenía que hacerse un trasplante de corazón. Fue entonces cuando tuvo la ocasión de vivir lo que él llama la vivencia más bonita de su vida:

(Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo / Alfa y Omega) «Yo tenía un íntimo amigo, que no quería tener nada que ver con la religión. Él acompañaba a su mujer a misa y esperaba fuera. Yo me encontraba esperando el corazón, siempre en un sillón sentado, ya que simplemente el ir al baño me provocaba constantes anginas de pecho. Mi amigo cayó enfermo y un cura amigo mío me llevó al hospital, nunca a 01_f1.jpgmás de 60 km/h., porque me podía quedar en el sitio. Antes de entrar en el hospital, le pedía al Señor que me ayudara a hablar a mi amigo. Y le dije cuando le vi: Cuando estés en el cielo, reza por mí. Y él: Yo no voy a ir al cielo. Luego, cuando me iba a marchar, le abracé y le dije: Todo lo que estoy sufriendo, lo ofrezco para que tú te confieses. Luego me contaron que, nada más marcharme yo, pidió confesarse. No lo hacía desde la Primera Comunión. Aquel día, nada más confesarse y recibir la Unción de enfermos, moría. Y al día siguiente, durante el entierro, me llaman del hospital: Ignacio, tienes un corazón esperando».

Al cabo de unos años tuvieron que operarle de la vesícula, y tras la operación el cirujano avisó a su familia: «Tengan los móviles encendidos, que Ignacio no pasa de esta noche». Y añade Ignacio: «Pero el médico no sabía que estaba rezando por mí yo creo que media España». Y hoy piensa: «Los que no tienen a Dios, los que no conocen a Dios, los que atacan a Dios, si les ocurriera lo que a mí… ¡qué angustia! Porque yo sólo Le decía: Estoy en tus manos. Lo que Tú quieras, yo lo quiero».

 Poco después entró en coma diabético, y volvió a entrar en el hospital. «Mi mujer le dijo a mi hija: Busca el seguro de papá, que no pasa de esta noche. Y aquí me tenéis». Cada año celebra lo que él llama su cumpleaños segundo, el aniversario de su trasplante de corazón. Pero no se despide sin afirmar con fe: «Yo he tenido siempre presente al Señor. He tenido dolores de volverse uno loco, pero he cogido el crucifijo en la mano, lo he apretado y le he dicho al Señor: Señor, me uno a tu cruz, me uno a Ti en la cruz. Y Él me ha ayudado a llevarla. Señor, Tú lo quieres, yo lo quiero. Lo he pasado mal, pero nunca he perdido la fe en Dios, nunca, nunca, nunca».

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