La Madre Domniquia acaba con décadas de suicidios en Valiente al construir una iglesia

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22 de abril de 2010.-  “Valiente” es un pueblo siberiano, fundado a principios del XX por cosacos del Kubán al lado del río Amur, entre la taiga y la frontera china. Durante años, se suicidaron en él familias enteras. Decenas de personas jóvenes y de cuerpo sano elegían la soga en vez de la vida. A simple vista, el culpable era el vodka y más tarde, el aguardiente casero. Lo explica Alexandr Yaroshenko (Rossimadredomniquiafichero_21491_20100414.jpgyskaya Gazeta, 14/04/20010), por haberlo vivido en carne propia:

"Por desgracia, no soy un teórico en esta materia: mi padre se suicidó en Valiente en 1980, cuando yo tenía 12 años. Unas horas antes de la tragedia él nos explicaba ardientemente, a mi madre y a mí, que el día anterior había sacado de la soga a su ex compañero de clase. Llegó con tiempo. Y le sacó con vida. Qué estúpido que es! ¡Tiene unas hijas preciosas! Y mira qué hace", se preguntaba, perplejo, mi padre, inhalando el humo gris de su cigarillo. En respuesta a la réplica de mi madre de que el vodka no lleva a nadie por buen camino, mi padre musitó unas palabrotas y juró que a él, ni con todo el pueblo empujando, le obligarían a ahorcarse. Aquella misma tarde ató su cinturón al radiador de la calefacción."

En el pueblo no había iglesia. Antes de la revolución, no hubo tiempo para edificarla. Después, la vida allí era calcada de miles de organismos soviéticos de un solo piso en el campo. Hasta que la agrónoma Galina Neyman no se convirtió en Madre Domniquia -en la fotografía de arriba a la derecha-  y construyo una iglesia el pueblo de Valiente vió como cada mes se suicidaban algunos de los vecinos. 

(T.F. / P:J.G. / Forum Libertas) "Trabajaban de noche a noche sin salir nunca de la cola de los gráficos de producción, una vaca de forraje durante décadas no conseguía dar más de 2500 litros anuales lechefoto2.jpgde leche. Las cosechas también correspondían al sistema extensivo de la economía, con su reglamento vital de pérdidas planificadas. En todo lo demás era un pueblo como otros mil: escuela segundaria, casa de cultura con su propio grupo vocal-instrumental, con las canciones del cual bailaba media comarca".

Lo que distinguía el pueblo entre los demás, explica Yaroshenko, era una desgracia: casi cada mes alguno de sus vecinos se suicidaba.

"Los lugareños practicaban su método favorito, el de ahorcarse. Y empezaron a abandonar la vida voluntariamente a principios de los tranquilos y somnolientos 70. Recuerdo que mi tía, vecina de Valiente, con una voz cotidiana me pasaba por teléfono la crónica mensual de las muertes voluntarias. Aquello era una epidemia espiritual. Dos o tres hermanos y su padre se iban uno tras otro en pocos años. Sin ninguna causa aparente. La gente no tenía deudas, ni romances pasionales, problemas gordos en casa o en el trabajo. Pero el sendero de la vida les llevaba hacia la soga…"

La muerte de un suicida es una herida que sangrará para siempre en sus perplejos familiares ¿Por qué? ¿Quíen tuvo la culpa? Estas preguntas quedan eternamente sin respuesta…

Yaroshenko entonces explica qué es lo que cambió.

"Hace unos cuarenta años vino al pueblo una joven agrónoma, Galina Neyman", explica. Del tatarabuelo alemán exiliado le quedaba sólo el apellido y el resto de su vida era un calco soviético. Una infancia de postguerra, lo que equivale a hambre, en las estepas del Transbaikal. Terminada la escuela, la joven a duras penas ingresó en la Universidad Agrícola de Blagoveschensk. Desde el primero y hasta el último día lectivo, “concilió” los estudios con el trabajo de lavaplatos en el comedor de su alma mater.

Sus padres vivieron en la miseria. Como “compensación” por su juventud mutilada, su carácter era inflamable: los tractoristas la temían más que a la resaca y enseguida bautizaron de “mamá”. Galina la Agrónoma conducía intrépidamente su todoterreno, fumaba como un carretero. Los borrachos, al divisar su vehículo, se escondían corriendo.

No tuvo suerte en su vida familiar: un marido alcohólico, dos hijos seguidos – y un trabajo duro – hasta romperse la espalda.

"Un día, mi maridito le clavó un cuchillo en la espalda de mi hijo pequeño. Gracias a Dios, no le mató. Al cabo de dos días le abandoné",  confiesa ella. Su marido pasó mucho tiempo rogiglesia-ortodoxa-rusa-1.jpgando su perdón prometiendo no hacerlo más, pero ella no lo perdonó. Pasaron unos años. Su hijo Dmitri, un hombretón de dos metros, regresó de la mili, se casó y, “a lo valiente”, con toda la cotidianidad, se ahorcó, dejando huérfanas a dos crías. Galina Neyman pasó meses sin poder pegar ojo en casa. Con solo cerrar los párpados, le parecía oír pisadas y susurros.

"Creí que me volvía loca. El psiquiatra me prescribió antidepresivos, que sólo empeoraban la situación", explica Galina. Prácticamente dejó de comer y de dormir. El manto negro de la desgracia la tenía amortajada.

Un día fue a una iglesia y, por primera vez en su vida, se confesó. Mientras el pope leía la oración del perdón, lloró histéricamente, como nunca antes. Por primera vez durmió como un tronco. Empezó a frecuentar la iglesia. Una noche soño que una mano ataviada de hábito monacal la guiaba por el pueblo e inesperadamente le indicó el edificio semidestruido del despacho del sovjoz.  "Oí una voz que me decía que en aquel lugar había de levantarse una parroquia ortodoxa", recueda la mujer. Aquel lugar no tenía nada de santo. También recordaba el cinturón atado al radiador que se llevó la vida de un padre de cinco hijos.

El pope la bendijo para la labor. Al cabo de medio año, el antiguo despacho adquirió un aspecto decente. Se cubrió el tejado, aparecieron nuevas ventanas, horno. Se rodeó con una valla nueva. Toda su pensión de agrónoma, la mujer invertía en aquella restauración. "Trabajé allí días y noches enteros, a veces creía que caería sin levantarme jamás. Pero Dios me dio fuerzas", explica Galina.

Decir que los vecinos no la entendían es no decir nada. Todo el mundo se burlaba de ella. Idiota es lo más decente que he oído de las personas con los que viví décadas codo con codo", recuerda. Ella, que había sido tan agresiva y malhablada, ahora lo soportaba todo en silencio y oración. "Me limitaba a recitar la oración de Jesús y me iba", cuenta la ex agrónoma.

Con el vista bueno de las autoridades eclesiásticas, el pope vino a bendecir el antiguo despacho impregnado de palabrotas koljozianas. La nueva parroquia recibió el nombre de San Siluán del Monte Athos (Siluán fue un joven pueblerino y soldado que en Athos consiguió una alta pureza espiritual y justicia).

En el pueblo sin Dios, tras la apertura de la parroquia, familias enteras venían a bautizarse. Aquellos que habían escupido a la cara de Galina Neyman, recibían los sacramentos entre los primeros. Y entonces se rompió el ciclo: los vecinos de Valiente dejaron de quitarse la vida. En losgalina_neyman_2.jpg últimos tres años se suicidó una sola persona, acosada por un cáncer. Con la parroquia, la epidemia de suicidios desapareció.

La agrónoma Galina Neyman, tras largo discernimiento, decidió entrar en vida religiosa. Hoy se llama Madre Domniquia, la  vemos en la fotografía actual de la izquierda.
Ahora la parroquia se sostiene en sus hombros, gracias a sus capacidades organizativas. Las escuelas bíblicas – para niños y adultos – están bajo su mando. En todas las tiemdas pueblerinas están colocadas las cajitas para limosna. Los primeros meses, junto con la calderilla, se recogían notas con palabrotas y maldiciones. Al cabo de tres años, el pueblo dona, por la salvación de las almas, mil rublos cada mes. Casi un rublo por persona.

El pasado febrero llegó a la parroquia un caminante malvestido y cansado. Cayó de rodillas ante los iconos, rezó un largo rato y luego le dijo a la monja:

"Iba del pueblo vecino hacia las vías del Transiberiano para suicidarme, vi una cruz ortodoxa, y mis pies solos me llevaron hasta aquí. Ahora volveré a casa, allí me esperan dos hijos pequeños."

La madre Domniquia le abrazó y lloró, como lo había hecho en el entierro de su hijo. En su espalda encorvada reconocía a decenas de sus vecinos que abandonaron la vida, mientras ella se mataba por las cosechas socialistas.

Y ahora, la madre Domniquia, a solas, lucha contra los productores de aguardiente clandestino, vendedores de muerte y lágrimas. "Voy a sus casas, les exhorto, llamo a su conciencia. Rezo por ellos, que no saben lo que hacen. Ese dinero no les traerá felicidad", asegura. También, cada día, reza por el descanso de las almas de todos aquellos que se cansaron de saborear el momento corto llamado vida.

"En mi último viaje a Valiente le pedí rezar por el hijo de Dios Vladimir, mi padre. Me lo prometió", finaliza su crónica Yaroshenko.

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