El sacerdote de EE UU que bendijo la bomba atómica pidió perdón y se hizo pacifista

9 de agosto de 2010.- El 6 de agosto de 1945 el superbombardero estadounidense ‘Enola Gay’ dejó caer sobre Hiroshima la bomba atómica. ‘Little Boy’ (Muchachito) acabó en un instante con la vida de 140.000 personas. Tres días después, ‘Fat Man’ (El Gordo), un artefacto todavía más potente, cayó sobre Nagasaki matando a otros 70.000 civiles. El ser humano había dado con el arma que ponía en peligro a la civilización. Asumiendo la evidencia, el 15 de agosto el emperador Hiroito anunció a su pueblo la rendición incondicional de Japón. La Segunda Guerra Mundial había terminado.
George Zabelka tenía por entonces treinta años, en la fotografía de la derecha. Al igual que tantos otros, este joven idealista de origen austriaco se había alistado dos años antes ansioso por demostrar que podía contribuir a la defensa de Estados Unidos. Su misión no era combatir, sino cubrir las necesidades espirituales del Grupo 509, la unidad de las Fuerzas Armadas creada en 1944 con la única misión de arrojar los artilugios atómicos sobre Japón. Era el capellán de las bombas y de los casi dos mil hombres que formaban aquel equipo. Los consideraba sus «hijos», sus «muchachos».
(Jon Garay / La Provincias) Como la gran mayoría de los religiosos que formaban parte del Ejército, Zabelka no veía ningún dilema moral en que un sacerdote animara al combate. Sus superiores no tenían la más mínima duda al respecto. El propio cardenal arzobispo de Nueva York lo había confirmado hacia el final de la guerra en una multitudinaria misa oficiada en la base de la isla de Tinian, el lugar de donde partían los gigantescos bombarderos para arrasar Japón. Debían continuar luchando por la libertad y la justicia. Se trataba de una ‘guerra justa’. «Es cierto, se dedicaban a matar y combatir, pero eso no me impresionaba. Yo creía que estaba perfectamente bien», pensaba por entonces el padre Zabelka.
«Era nuestro trabajo»

