Joni Seith, judía convertida al catolicismo, transformada por el Señor en el dolor y la enfermedad

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* "Me casé con el hombre que Dios había elegido como mi esposo. Los "especialistas" nos dijeron que probablemente no seríamos capaces de concebir un hijo a causa de la endometriosis. Pero por la gracia de Dios concebí y di a luz a mis cuatro hermosas bendiciones"

joni_seith.jpg* "A continuación la endometriosis se hizo tan debilitante que tuvieron que hacerme una histerectomía completa a la edad de treinta y dos años. Allí los doctores descubrieron que mi densidad ósea era la de una mujer de ochenta años de edad. A partir de ese momento, mi cuerpo parecía desmoronarse. En octubre de 1994, sabía que algo iba a ocurrir y tuve miedo. Todo mi cuerpo me dolía. Un día fui a misa y después de la Comunión le pedí a Dios que me sanara…."¡Oh Dios, si me sanas, cuánto bien podría hacer por ti!" Recé con todo mi corazón. "Joni, cuanto más débil seas, más podré trabajar a través de ti", fue la respuesta de Dios"

30 de diciembre de 2010.- (Joni Seith / Buscando Unidad) "¿Qué hace una buena chica judía en un lugar como éste?" Es lo que a menudo pienso, cuando tengo un momento de tranquilidad entre los clientes. Debe ser el sentido del humor de Dios. Yo, una chica judía vistiendo la camiseta de un grupo católico. "¿Cómo sucedió esto?" A menudo me preguntan. Mi respuesta: “Don de Dios abrumadora gracia de fe, amor y misericordia!" Mi nombre es Joni, se pronuncia como "Johnny". Por lo general, cuando digo mi nombre, encuentro siempre la misma reacción:"¿Te llamas así?” Johnny es nombre de chico."Es con ésta respuesta que mi historia comienza. . .

Nací la menor de dos hijas a Elaine y Stanley Felser, una pareja judía de Pittsburgh. En la tradición judía, los niños llevan el nombre de los miembros fallecidos de la familia para darles honor y para garantizar la memoria de los difuntos. Yo llevo el nombre de mi abuelo paterno, que falleció cuando mi padre tenía quince años.

En nuestra familia el judaísmo era más cultural que religioso. Creemos en Dios. Se nos enseñó que Dios es nuestro Creador, y que Él nos dio reglas para vivir. Aparte de eso, realmente no pensaba mucho en Él. Sin embargo, disfrutaba de las muchas y maravillosas tradiciones dictadas por nuestros antepasados judíos. Tenía especial aprecio a las tradiciones y festividades de Purim, Janucá, Rosh Hashaná, y la Pascua. No hay nada como la fiesta que se celebra después del ayuno de Iom Kipur, o por lo menos así lo creía.

Mis abuelos maternos, sin embargo, abandonaron su fe judía por la Ciencia Cristiana. Vinieron a vivir con nosotros cuando mi abuela enfermó de gravedad por problemas de corazón y vivió con nosotros durante la mayor parte de mi vida como un niña. Recuerdo que iba con el abuelo a sus reuniones de la Ciencia Cristiana y a su escuela dominical. Pero algo no funcionaba bien. El abuelo siempre estaba de mal humor. No podía soportar las numerosas citas médicas de la abuela, sus medicamentos o sus viajes frecuentes en ambulancia al hospital en medio de la noche. Siempre estaba discutiendo con ella sobre algo que él llamaba "fe". El Abuelo decía que si la abuela tuviera suficiente "fe", no estaría enferma. Estaba enojado por su falta de "fe" y por la carga en que se había convertido para él.

¿Por qué no podía ver la paz y la alegría que ella trajo al resto de nosotros? ¿Por qué no podía disfrutar de las muchas horas que ella pasaba con mi hermana y conmigo, escuchando los acontecimientos de nuestro día? ¿Pojoni_seith_5.jpgr qué no podía encontrar placer en tan sólo estar con nosotras, como la abuela lo hizo? Era tan apacible sentarse con la abuela, ver como ella hacía cuentas de flores y el zumbido de su música favorita. ¿Por qué él no podía amarla como ella nos amaba?

Mi hermana y yo decidimos que no queríamos ir mas a las reuniones de la Ciencia Cristiana. Si éramos judías, entonces debíamos ir al templo judío y aprender sobre el judaísmo. Aprender la historia de Noé, el rey David y Esther eran lecciones memorables para mí. ¡No así aprender hebreo! Lamentablemente, todas esas nuevas letras y palabras me inquietaban. Temía las lecciones escolares de los domingos. Recuerdo que pensaba: "Si esto es lo que significa ser judía, yo voy a ser una Judía terrible".

Las lecciones de escuela dominical llegaron a su fin, y la vida siguió por un tiempo como de costumbre. "La familia que vivía en la casa frente a la nuestra son mejores judíos que nosotros”, pensaba. "Podemos ir a su Bar Mitzvah y Seder de Pascua para cumplir con nuestras obligaciones judías". Obviamente, yo no tenía ni idea de lo que significaba ser judío. Pero la vida parecía buena y pensé: "De todos modos ¿Quién necesita la religión o a Dios?"

Los años siguientes hice una vida bastante mundana. Asistí a algunas reuniones con un grupo de jóvenes en el templo. Fui a fiestas. Fui a la universidad y obtuve mi título para poder enseñar arte. Fui a fiestas. Me enteré de que mi novio estuvo involucrado con el ocultismo y nos separamos. Fui a fiestas. Me salió una úlcera. La vida seguía. ¡Y yo de fiesta!

Entonces empezaron las pesadillas. Durante un año fue la misma pesadilla: Los cánticos, monjas y monjes malignos que me enterraban viva. ¡Era un terror paralizante! Estaba deprimida y confusa. La vida ya no era divertida. Me sentía tan sola. No podía dormir, porque el sueño empeoraba las cosas. El canto, las monjas, los monjes, ¡puro terror maligno! No podía escapar de las pesadillas. Estaba desencantada de la vida. Tenía que dormir y tenía demasiado miedo a morir.

Pero la abuela no tenía miedo a morir. Decía que ya había tenido suficiente dolor. Para entonces, la abuela había abandonado su compromiso con la iglesia de la Ciencia Cristiana. No puedo recordar que nos contara cuál era entonces su relación con Dios, pero estoy segura de que ella había desarrollado una relación estrecha. No sé a ciencia cierta cómo era su fe conforme se acercaba su muerte, pero sé que quería ir a Dios. Me acuerdo de los acontecimientos como si hubieran sucedido ayer…..

Sucedió el día en que regresé a casa de un viaje de estudios de sexto curso. Mamá estaba de compras y mi hermana no había vuelto de la escuela todavía. (Trabajaba en el turno de noche y dormía durante el día). La abuela estaba en la cama. Acababa de salir del hospital el día antes y todavía estaba muy enferma y débil para levantarse de la cama. El abuelo no vivía en casa desde hacía mucho tiempo. Se había mudado a la Florida.

Fui a su dormitorio para verla y decirle que estaba en casa de regreso. La abuela estaba muy mal. "Tengo que ir al hospital ahora", dijo. Llamé al 911, escribí una nota a mamá y la dejé sobre la mesa de la cocina, y acompañé a la abuela en su último viaje en la ambulancia al hospital. Cuando se acomodó en su cama en la unidad de cuidados intensivos, la besé y le dije que la amaba. Me volví para salir. "Estoy lista, Joni. He vivido lo suficiente y estoy lista para irme". No fue lo que dijo abuela sino cómo lo dijo, lo que más recuerdo. Dijo sus últimas palabras con tanta paz, con alegre anticipación.

Ella llevjoni_seith_4.jpgó su cruz en paz y con confianza, rezando, creo, para que un día llegáramos también nosotros a conocer a Dios y a amarlo. La abuela murió porque su corazón no pudo más. No pudo más porque amaba sin cesar a un hombre que no sabía qué era el verdadero amor y la fe verdadera. No pudo más debido a que sin parar nos amó, amó a su familia. Había olvidado los últimos momentos de la abuela por largo tiempo. Pero ahora, esta noche, puedo oír el corazón de la abuela latiendo fuerte y claro en mi interior. Entonces estaba aterrorizada por las pesadillas. Yo sabía que iba a volverme loca si tenía que soportar una más.

¿Quién era este Dios de quien mi abuela recibió tanta paz en sus últimos momentos? ¿Querría compartir esta paz conmigo? Había oído que está aquí con nosotros, pero yo no le conocía. Me senté en el borde de la cama y grité: "¡Dios, si estás ahí y me quieres, dame una apacible noche de sueño. Pon fin a estas pesadillas y soy tuya!". Me acosté y me dormí. A la mañana siguiente me senté a la orilla de mi cama: "Está bien Dios, ¿ahora qué? ¡Soy tuya!" No tenía dudas, tenía que mantener mi parte del trato. Por primera vez en un año había tenido apacible noche de sueño y ya no tenía miedo.

Inmediatamente gente fiel y buena, llena de Cristo, vino a mi vida. Sabía que tenía que ser cristiana, porque no tenía problemas en creer que Jesús era el Mesías. De hecho, había preguntado años antes a un rabino en una de las reuniones de adolescentes de la sinagoga: "¿Por qué no aceptamos a Jesús como el Mesías? Me parece que cumplió lo que estaba escrito en nuestra Biblia" (o al menos en lo poco que sabía de las Escrituras). Me dijeron que no volviera. Era obvio que era una pésima Judía. Durante los meses siguientes, “me fui de compras por las iglesias”. Fui a iglesias de diferentes denominaciones e incluso volví al templo para asegurarme de que no estaba cometiendo un gran error. "¿Qué pasa si el rabino tenía razón? Podría complicarme con un montón de problemas", pensé. Al visitar diferentes iglesias y la sinagoga, me di cuenta de que faltaba algo, pero no sabía qué.

Finalmente entré en una iglesia católica para ver lo que tenía que ofrecer. Llegué durante su celebración y de inmediato me sentí cómoda. Muchos de los gestos eran una reminiscencia de la adoración en el templo. Me gustó la reverencia, la lectura del Antiguo Testamento y los salmos. Todo parecía kosher. Incluso se celebró algo que se parecía mucho a la cena de Pascua. Entonces sucedió algo que cambió mi vida para siempre. Campanas sonaron y el celebrante tomó en sus manos un círculo blanco. Mientras mantenía el misterioso disco en alto para que todos lo vieran, mis ojos se abrieron. Vi la Verdad por primera vez. "¡Señor mío y Dios mío!" proclamé con todo mi ser, y lloraba. Estaba en casa. Inmediatamente fui a ver a mis padres y les dije que me convertía al catolicismo. Lo habían visto venir, pero imaginaron que éste capricho pasaría.

Decidí contactar con la madre de un amigo de la infancia, Terri, que era católico. Aún recordaba que Terri y yo jugábamos juegos de mesa en su casa cuando éramos jóvenes. La imagen de Jesús colgada en la pared de la habitación donde jugábamos me había cautivado. En la imagen Jesús sostenía algo. Entonces no pude entender lo que era. Después de meses de asombro, creí saber lo que Jesús estaba sosteniendo. Así que le pregunté a Terri, "¿Por qué Jesús sostiene una magdalena?" No hace falta decir que esta cuestión había proporcionado una oportunidad maravillosa para que Terri y su madre hablaran conmigo acerca de Jesús y de su Sagrado Corazón. ¡Ahora tendría que saber más, mucho más! Así que llamé a la madre de Terri, que aún vivía en la esquina en la misma calle que mi familia.

– "Barb, soy Joni. Quiero ser católica, y no sé cómo".

Pronto entré en la Iglesia Católica Romana con Barb como mi madrina. Leí todo lo que llegó a mis manos sobre la fe católica. Dios me dio la oportunidad de leer y estudiar a fondo.
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Durante el año siguiente, tuve mucho tiempo para aprender, porque fui sometida a dos cirugías en las rodillas. Hubo complicaciones, se me formaron coágulos de sangre en ambas piernas y me rompí la pierna mientras estaba sentada en la cama. Utilicé este tiempo en la cama para empaparme lo más que pude de catolicismo antes de mi bautismo y primera comunión durante la vigilia de Pascua. No me di cuenta entonces que Jesús estaba tratando de enseñarme lo que le había pedido: a conocerlo y amarlo.

Recuerdo que pasé conduciendo una noche junto a una Iglesia católica y vi el crucifijo iluminado a través de la ventana de la iglesia. "El verdadero amor y el dolor del sufrimiento", pensé "No lo entiendo, pero sé que van de la mano". Sabía en mi corazón que esta era una lección que Jesús me enseñaba. No sabía cómo. Pero sabía que era una lección que tenía que aprender si quería amar de verdad. Los siguientes diez años estuvieron llenos de alegrías y tristezas familiares. Me casé con el hombre que Dios había elegido como mi esposo. Los "especialistas" nos dijeron que probablemente no seríamos capaces de concebir un hijo a causa de la endometriosis. Pero por la gracia de Dios concebí y di a luz a mis cuatro hermosas bendiciones.

A continuación la endometriosis se hizo tan debilitante que tuvieron que hacerme una histerectomía completa a la edad de treinta y dos años. Allí los doctores descubrieron que mi densidad ósea era la de una mujer de ochenta años de edad. A partir de ese momento, mi cuerpo parecía desmoronarse. En octubre de 1994, sabía que algo iba a ocurrir y tuve miedo. Todo mi cuerpo me dolía. Un día fui a misa y después de la Comunión le pedí a Dios que me sanara. Quería con todo mi ser estar bien y no tener que pasar por lo que sentía que se avecinaba. Oré con la fe que mi abuelo quería para mi abuela. "¡Oh Dios, si me sanas, cuánto bien podría hacer por ti!" Recé con todo mi corazón.

"Joni, cuanto más débil seas, más podré trabajar a través de ti", fue la respuesta de Dios. ¡Estaba enojada! ¿Cómo puede ser esto? Estaba lista para su curación y totalmente abierta a ella. Y ésta fue la respuesta que me dio. No me gustó, y lo más importante, no sabía lo que significaba. Cuando llegué a casa mi marido, Bob, puede deciros lo molesta que estaba. Le conté cómo había rezado más que nunca pidiendo a Dios que me sanara. Le dije cuál fue la respuesta de Dios que sentí en mi corazón. No lo entendía. Bob inmediatamente tomó su Biblia y me mostró que San Pablo había escrito algo parecido en su segunda carta a los Corintios (véase 2 Cor. 12:8-10). Me dijo que lo que había escuchado eran palabras bíblicas y que yo no esperaba esa respuesta, lo que indicaba que venían de Dios y no de mi mente. No me gustó la respuesta de Dios y no me gustó la de Bob. Así que los ignoré.

El dolor empeoró. No dormía. Fui diagnosticada con fibromialgia y me dijeron que tenía que hacer ejercicio aeróbico para aliviar el dolor. Mi médico también dijo que el levantamiento de peso probablemente ayudaría a mi problema de densidad ósea. Así que me uní a un gimnasio y me hice a la idea de recuperar la salud. Cinco meses después, sin embargo, me encontré sin siquiera poder levantarme del sofá. No podía caminar, sentarme o moverme sin un dolor insoportable. Perdí la sensibilidad en partes de mi cuerpo. A veces mis miembros se volvían de color azul y mi cuerpo se hinchaba por todas partes.

Fui de médico en médico. Las pruebas mostraban dónde estaban los problemas, pero no el por qué. Los médicos no sabían cómo aliviar el dolor o la forma de ayudarme. ¡tenía miedo! Me dolía. No me podía mover. No podía cuidar de mis hijos ni de mi marido. No entendía. Así que rezaba.

Después de nueve meses, finalmente los médicos me diagnosticaron una rara enfermedad genética del tejido conectivo llamada síndrome de Ehlers Danlos. También era probable que mi colágeno no se estuviera produciendo correctamente. Los médicos concluyeron que el músculo y los tejidos conectivos unidos a lajoni_seith_3.jpg base de mi columna vertebral se habían soltado de los huesos de la espalda inferior. Así mis huesos eran débiles y mi estructura entera estaba inestable. No me podía mover. Los medicamentos para el dolor eran útiles, pero cuando los usaba no podía pensar con claridad. Todo lo que podía hacer era rezar. Y Dios le respondió. Mientras estaba acostada en el sofá, sentí desesperación. Pero Dios me permitió ver la desesperación a través de los ojos de una persona con fe. Aprendí en un instante lo que la fe era, y la fe en Dios hace la diferencia en la vida de las personas.

La fe había hecho la diferencia en mis abuelos. Hizo a mi abuelo desagradable, porque su fe se apoyaba en sí mismo. La fe de mi abuela le dio paz, porque ella confiaba en Dios. Ya era hora de que yo confiara en Dios también. Era obvio que no podía confiar en los médicos, en mi amorosa familia o en mí misma.

La Gracia vino. La gracia de creer en Aquel que me amó más que nadie me amaba. La gracia de aceptar que mi enfermedad se permanecería hasta que Él creyera que estaba lista para sanarme. La gracia de confiar en Él, que sabía mejor que nadie cómo quería usarme para su bien. Y Él me regaba con su paz. Con este nuevo conocimiento acepté mi deterioro de salud. A pesar de que la enfermedad causó estragos en mi cuerpo, no robó mi paz. El dolor no disminuyó pero ahora tenía la oportunidad de llevarlo mejor. Dios me enseñó "qué ofrecer". Había escuchado la expresión, pero ahora Él quería que yo la viviera.

"¡Oh Dios! Por favor, no dejes que esto me vaya a perder!" Grité con lágrimas rodando por mis mejillas mientras esperaba en la sala de emergencia en un nuevo intento inútil para obtener alivio del dolor. Fue con ese motivo patético que he aprendido mi oración predilecta. A partir de ese momento yo la rezaría muchas veces en la oscuridad de mis noches de insomnio: "Yo no sé cómo convertir este dolor en gracias, pero sé que Tú lo haces. Por favor, no dejes que esto me vaya a perder".

"Señor, es mejor que estés trabajando a través mío!" Grité en mi corazón mientras mi padre me ayudaba a ponerme los zapatos antes de una cita con otro médico. Ya no podía hacerlo yo misma. No podía ponerme los calcetines o los zapatos sin ayuda y no podía rezar sin ayuda. Mis padres, esposo y amigos siempre estuvieron ahí para ayudarme, lo mismo que mi familia celestial y amigos. Aprendí a amar a los santos. Habían "estado allí, hecho eso" y ahora me estaban ayudando a mí, su hermana en la fe. He recibido muchas bendiciones a través de su intercesión, y Dios me estaba llamando a compartir las gracias y orar por otros.

Nuestro Señor me estaba enseñando a orar con mi cuerpo. Como "ofrecer" mi dolor, mi miedo, mi vida. "Ahora", oré, "Dios, dame algo que hacer, que me vuelvo loca sentada aquí en el sofá". Dios metió la idea en mi cabeza de que podría pintar camisetas desde el sofá. Después de todo, ¿cuántas veces mi esposo Bob me decía que necesitábamos hacer camisetas con mensajes Católicos? No sólo cristianos, sino católicos. El Día del Padre se avecinaba. Podría hacer una camiseta para Bob como regalo del Día de Padre. Así que hice un dibujo de la Virgen en tela con lápices de colores y lo planché sobre una camiseta para él. Unos amigos vinieron de visita, vieron la camiseta y me dijeron que hiciera más, las iban a vender en su librería cristiana y tiendas de regalos. Esa noche nació nuestro negocio de camisetas bíblicamente correctas.

Muy pronto los médicos me pusieron un soporte en la espalda que me mantiene erguida. Fui a terapia física para acabar con los espasmos musculares que recorrían mi cuerpo. Llevé soportes en mis zapatos para mantener los ligamentos de los pies y que no se rompieran. Y me ponían inyecciones de cortisona en el nervio epidural para aliviar el dolor. Empecé un tratamiento óseo para mejorar mi densidad ósea. Usé una silla de ruedas para desplazarme. Era una mujer nueva y estaba dispuesta a levantarme del sofá. Por fin pude volver y rezar con nuestro grupo de Rosario la noche de los martes enjoni_seith_1.jpg la Capilla del Sagrado Corazón.

Una noche, mientras estábamos rezando el Rosario, Dios me dijo, "Joni, ¿sabes que siempre me dices que prefieres tener tú estas enfermedades en lugar de que las sufran tus hijos? ¿Que prefieres sufrir tus migrañas a ver a tus hijos sufrir?". "Sí, Señor” -le dije-, preocupada por lo que me estaba diciendo. "Bueno, ¿sabes lo que Yo hice por vosotros mis hijos? He sufrido por vuestros pecados. He sufrido el dolor y el castigo para que no tengáis que sufrir las penas del infierno. Hice esto porque os amo y porque te amo".

Esa noche, Jesús me enseñó qué es el amor. Esa noche Jesús me invitó, como Él nos invita a todos, a amar como Él lo hace. "Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que uno dé su vida por sus amigos" (Juan 15:12-13). Esa noche, Jesús me enseñó el significado de Su Santa Cruz. Él me enseñó el significado de su Sagrado Corazón. Esa noche, Jesús me enseñó sobre el amor verdadero.

Mientras tanto, mi salud siguió disminuyendo. Tuvimos que parar la epidural, ya que estaba destruyendo mi tejido conectivo, incluso más que el síndrome de Ehlers Danlos. Los tratamientos de hueso no estaban ayudando a mi densidad ósea, y se agravó, así como se intensificaron mis dolores de cabeza por migraña. Pero yo no podía dejar los tratamientos porque, según me dijeron, mis huesos se pondrían aún peor. Pero mis huesos ya estaban peor. Ahora tenía la densidad ósea de una mujer de noventa años de edad. Mi pie se rompió mientras yo salía de la iglesia. Me rompí el esternón mientras estaba durmiendo y tuve que poner un nuevo aparato para poder dormir. Sin este enorme y complicado aparato, mis costillas se romperían continuamente. Había confiado en Dios antes, pero ahora había llegado el momento de confiar realmente en Él.

Nuestro negocio de camisetas siguió creciendo, y Dios me facilitó el escribir e ilustrar un libro sobre la vida de los santos para niños. ¡Él no iba a dejar que perdiera la cabeza como estaba perdiendo mi cuerpo! Cuanto peor me sentía, más me inspiraba lo que iba a dibujar y escribir. Dios me dio el regalo de mis obras de arte y nuestro negocio de camisetas para mantenerme cuerda. Él me dio el don de la oración con mi cuerpo para hacerme santa y para hacerme humilde. Soy consciente de que puedo hacer todas las cosas sólo en Cristo que me fortalece (ver Fil. 4:13).

A través de estos desafíos, Dios me dio una conciencia de lo que las llamadas "muertes misericordiosas" están robando a los enfermos y a los ancianos. La mentalidad de la "cultura de la muerte" está tratando de romper la relación íntima con Jesucristo, de el sacrificio de amor que Él espera de aquellos que sufren. Este mundo quiere robar nuestra paz, nuestra alegría y la unión de nuestros sufrimientos con Él. Este mundo quiere robar nuestra oportunidad de amar como Jesús ama.

Pero gracias a Dios, Jesús me guardó de que el mundo me robe esa bendición. Él me enseñó lo que significa "qué ofrecer". Todo lo que necesitamos hacer es pedirle que derrame su gracia sobre nuestros hermanos y hermanas para ofrecer nuestro dolor y enfermedades, nuestras decepciones así como nuestras alegrías por el bien de los demás. Dios nos ama tanto que Él nos quiere introducir en el sacrificio amoroso de su cruz, el instrumento de su amor y gracia, su paz y vida en nosotros -el misterio de su Sacratísimo Corazón. Es una gran lección que aprender. Sin embargo, yo ya había empezado realmente a aprenderla, no a través de mi propio juicio, sino por el ejemplo de mi abuela. De alguna manera había llegado a entender el poder redentor del sufrimiento.

Ella no había acogido su sufrimiento con una mala actitud o una mentalidad de "¿Por qué yo?". En su lugar, había rezado por su enfermedad. Al ofrecer sus sufrimientos, en mi opinión, la abuela había pedido al Señor que derramara un poco de su gracia a su nieta judía, y así un día yo podría aprender a vivir y amar como Jesús.

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