Pamela, siciliana: De atea, alcohólica y drogadicta a convertirse a Cristo en la Comunidad Cenáculo

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"Jesús me llevó a perdonar mi pasado, a confiar en los otros y aceptarme como soy; a superar el miedo, a luchar redescubriendo los valores de la vida, como la amistad, sentir a alguien cerca que te da coraje, que te perdona, que respeta tus tiempos, que te da fuerza y esperanza"

pamela_en_la_comunidad_cenaculo_de_lurdes_en_francia.jpg18 de febrero de 2011.-  (Pamela / Comunidad Cenáculo) Tengo veintiséis años, me llamo Pamela y soy de Sicilia. Aunque soy de una familia cristiana por tradición, antes de entrar en la Comunidad Cenáculo era atea, no creía en nada, sólo en mis fuerzas humanas. Soy la mayor de cuatro hermanas y desde pequeña era introvertida y tímida. Vivía con una mamá muy aprensiva y un padre poco presente. Los dos trabajaban para que no nos faltara nada. Gracias a Dios estaba mi abuela, los recuerdos más lindos de mi infancia están relacionados con ella,  cuando pasábamos el verano en su casa, estaba siempre  atenta a nuestros requerimientos y fue la primera que me habló de Jesús.

Con los años el clima en mi casa se hizo pesado por los problemas económicos y las discusiones entre mis padres; dentro de mí crecía el sentimiento de culpa y la ansiedad: me sentía responsable de todo lo que pasaba entre ellos. En la escuela vivía un sentimiento de inferioridad al comparar mi familia con la de mis compañeros, vivía  la rabia de la humillación y llamaba la atención para que me aceptaran.

No estaba preparada  para enfrentar la vida y era muy ingenua; en mi casa había muchos tabúes, no se dialogaba y todo se escondía tras las cosas materiales hasta el día en que sentí curiosidad por el impacto del exterior: me atrajeron y me sedujeron todas las “luces” del mundo. Cuando tenía catorce años mis padres se separaron y eso fue “la gota que colmó el vaso” y  entré en la aventura  de las tinieblas.

Dentro mío se desencadenó una fuerte rebelión que enmascaraba con la apariencia, tapaba el sufrimiento de haber perdido a mi familia, drogándome, fumando marihuana y cayendo en la dependencia del alcohol y  la cocaína. Me sentía triste y vacía. La vida sin mi padre en casa, me parecía  terminada. Estaba muy apegada a él y el abandono  me hizo rechazarme a mí misma, tanto que me sentía incapaz en todo.

Delante de mis amigos estaba llena de “máscaras”:  ropa, dinero . . .todo, para sentirme aceptada, amada y querida. Estaba convencida de que el amor se podía comprar, y este mundo de ilusiones, de sueños de fuga de la realidad me llevaron poco a poco a la muerte.

chicas_de_la_comunidad_cenculo.jpgTambién me hacían sufrir los problemas de desocupación y de la mafia de mi país, lo que causaba depresión en mucha gente que yo quería, así empecé a odiar a Sicilia. Quería  borrar mis orígenes y aproveché la relación con un chico para irme a Inglaterra. ¡Una vez más llena de ilusiones, falsa y drogadicta en la  manera de pensar  tuve el coraje de sentirme bien!

En Inglaterra caí en el túnel de la heroína que me llevó directa al infierno. Hoy estoy segura de que alguien rezó por mí, porque  toqué fondo y la desesperación me llevo a pedir ayuda.

Así entré en la Comunidad Cenáculo. Aunque era tan falsa que pensaba que lo hacía para ayudar a mi novio a dejar la droga. Pero en la Comunidad todo lo que era oscuridad comenzó a tomar color. Conocí la verdad. ¡ No sabía lo que era hasta  que me la dijeron y todas mis máscaras e ilusiones cayeron!

También fue el camino  para el encuentro con Dios, con Jesús Eucaristía, arrodillándome en silencio frente al Santísimo Sacramento. Jesús me llevó a perdonar mi pasado, a confiar en los otros y aceptarme como soy; a superar el miedo, a luchar redescubriendo los valores de la vida, como la amistad, sentir a alguien cerca que te da coraje, que te perdona, que respeta tus tiempos, que te da fuerza y esperanza.

Estoy muy agradecida a Dios y a María; hace más de dos años que estoy en la casa de Lourdes de la Comunidad Cenáculo, y siento que la Virgen  me acerca a Jesús, especialmente en las tribulaciones, para redescubrir mi femineidad y mi maternidad, como mujer capaz de dar la vida.

No quiero más pensar solo en mí. Quiero entregarme a quien me necesite sin ponerme límites porque descubrí que la vida tiene un valor inmenso. Deseo servir a quien sufre más que yo.  Es lo que necesita mi corazón para sanar: las pequeñas elecciones y los pequeños “sí” concretos de cada día.

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