María Luisa Ruiz-Jarabo, tetrapléjica: “Mi silla de ruedas no es ninguna cruz”

*"Nunca he rezado para un milagro"

28 de agosto de 2009.- La entrevista es en la sede de Cidon, empresa especializada en proyectos y suministros para la decoración de hoteles y de la que Ruiz Jarabo es socia activa y fundadora. María Luisa acepta con humor la ocurrencia de la siempre imprevisible Carmen G. Benavides: fotografiarla entre un montón de sillas embaladas. El lector habrá de afinar la vista para descubrir parte de las ruedas de la silla sobre la que nuestra entrevistada se mueve desde hace años, once ya, cuando aquel accidente de esquí le seccionó la médula espinal entre la cuarta vértebra y la quinta. De la charla con María Luisa el entrevistador sale avergonzado de lo poco que le sirvió la mili en San Fernando y con el firme propósito de no volver a quejarse nunca. ¡La de gente increíble que hay suelta por el mundo!

(Gonzalo Altozano / Alba) -Estuvo cerca de un mes en coma. Tras despertar, ¿qué cosas recuerda?
-A mi padre, por ejemplo, diciendo que no había nada que hacer, pero que no me preocupara, que todo estaba en manos de Dios.

-¿Le tranquilizó?
-Muchísimo. Mi familia, mis amigos, la gente… no sabe cómo se volcaron. También me ayudó mucho la Madre Teresa de Calcuta.

-¿La Madre Teresa?
-Antes del accidente, yo estaba con un libro de ella en el que decía ver a Jesucristo en las personas más desvalidas. En el hospital, donde las enfermeras tenían que lavarme porque yo no podía moverme, pensaba en lo de Madre Teresa y era un subidón.

-¿Cómo lo mantuvo?
-Pensando: “Si esto me ha pasado a mí, estadísticamente no puede pasarle a nadie más de mi familia”. Me sentía, en cierto modo, una salvadora. Sé que es falta de humildad, pero pensarlo me ayudó muchísimo.

-¿En ningún momento se enfadó con Dios?
-¡Para nada! Desde el principio le sentí ahí, muy cerca, sin abandonarme un momento. Por eso nunca me he deprimido ni he querido dejar de vivir.

-O sea, que su vida tiene sentido.
-Un sentido distinto, pero sentido al fin y al cabo. Me ha tocado ser tetrapléjica… ¡pues a dar lo mejor de mí misma!

-Acepta los planes de Dios. Y ya que hablamos de planes, ¿cuáles son los suyos respecto a Él?
-Ir a misa los domingos, por ejemplo. Recuerdo que de joven me costaba muchísimo, me parecía un suplicio; tanto, que a veces me la saltaba. Ahora, en cambio, me encanta.

-¿Por qué?
-Pues no lo sé. Pero me encuentro bien allí. Es algo que me inspira mucho. De hecho, suelo salir de la iglesia contenta, sonriendo. Aunque donde más disfruto de la misa es en Camboya.

-¡En Camboya!
-Es donde paso los veranos. Mi amigo Quique Figaredo, que es misionero jesuita, vive allí desde hace veintitantos años. Tiene un montón de proyectos de ayuda para niños con todo tipo de discapacidades.

-¿Y porque disfruta tanto de la misa allí?
-Por la forma en que los católicos, que son minoría, viven su fe. Sobre todo los jóvenes. ¡Es alucinante! ¡Qué maravilla! Nada que ver con España.

-¿A qué lo atribuye?
-A la falta de bienestar material. Eso facilita el acercamiento con Dios.

-Sigamos con su plan de vida espiritual.
-He empezado a ir con una amiga a las adoraciones al Santísimo que se organizan en el seminario de Madrid. ¡Son una preciosidad!

-Más.
-La se
mana pasada fui con esta amiga mía, que es fenomenal, a una clase de Biblia. ¡Apasionante! Creo que el año que viene me apunto.

-¿Y qué pensará si algún día toca comentar la curación del paralítico?
-Pues que qué estupendo. Pero, fíjese, nunca he pedido para un milagro.

-¿Nunca?
-Nunca. Es que prefiero pedir otras cosas, que creo que son más importantes. Porque para mí la silla de ruedas no es ninguna cruz. Y si lo fuera, ¡qué gozada de cruz!

-¿Por qué?
-Porque ha mejorado mi vida.

-¡Pero si ha perdido movilidad!
-Eso es fácil de suplir: mi silla son mis piernas.

-Me rindo. ¿Cuáles son las ventajas?
-¿Aparte de no tener que hacer cola y entrar gratis en los museos?

-Aparte.
-La gente a la que he ido conociendo. Porque, ¿sabe?, la silla atrae a personas buenas, con ganas de ayudar, especialmente sensibles, que merecen la pena.

-Más ventajas.
-Mi vida espiritual, que me llena un montón. Hasta el punto de sentirme privilegiada, de darle gracias a Dios por todo.

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