Enrique Aranda y Concha Valera, padres de siete hijos: «Dios nos ha llevado de la mano. Es esencial el ejemplo y la coherencia de nuestra vida para poder transmitir la fe»

* «La fe es un don, es un gran regalo que se nos da. La familia tiene que crear un ambiente de espiritualidad suficiente para que el Espíritu Santo actúe. No es fácil porque la transmisión de la fe está fuertemente dificultada por una cultura dominante que a toda costa quiere eliminar a Dios de nuestras vidas… La manera de manifestarse una familia cristiana es siendo consciente de que es la cuna de la Iglesia y que creciendo como familia está colaborando con la Creación de Dios y, a través de la educación de nuestros hijos, con la Providencia Divina. Hay muchos instrumentos para que una familia cristiana se muestre como luz y sal de la tierra, pero lo que realmente tiene que irradiar es felicidad. La familia cristiana tiene que ser feliz, también en la adversidad, aunque nos resulte paradójico, porque no estamos creados para sufrir sino para todo lo contrario»

Camino Católico.- Enrique Aranda y Concha Valera son un matrimonio cordobés, que se casaron en Córdoba el 19 de julio de 1980, padres de siete hijos y ya abuelos. Los nietos son de los tres hijos que ya se han casado. Los siete hijos tienen en la actualidad 32, 30, 29, 28, 26, 24 y 22 años.

“Nuestra experiencia es que Dios en cada momento nos ha llevado de la mano” afirman Concha y Enrique. Una de las grandes prioridades de su vida ha sido transmitir la fe a sus hijos, y ahora los ayudan para hacerlo con sus nietos. Estar en la Iglesia, rodearse de buenos sacerdotes y de otras familias cristianas y realizar el Máster del Instituto Juan Pablo II fueron elementos cruciales para que este matrimonio pudiera vivir su fe y llevarla a su vida y a la de sus hijos. En esta entrevista para la Diócesis de Córdoba hablan sobre esta experiencia:

– ¿Cuáles son los pilares de vuestra convivencia familiar?

– Lo primero que nos gustaría comentar es que nos pone muy nerviosos el hecho de que, de alguna manera, aparezcamos como si fuéramos “modelo” de algo, cuando en realidad somos una familia normal, como muchas otras, con luces y muchísimas sombras.

Siempre hemos intentado que la relación entre nosotros se sustente en la confianza, la generosidad, la misericordia y, por supuesto, en el perdón; perdón que sin amor es imposible. Pero tenemos que tener en cuenta que somos imperfectos, limitados, y todo lo que nos llega de lo que nos rodea nos empuja a una mala convivencia, por lo que hay que luchar contra una sociedad esencialmente hedonista y narcisista, y fundamentalmente individualista; y también contra nosotros mismos.

– ¿Qué ha resultado más complicado en la educación de los hijos antes y ahora de los nietos?

– En la educación de los hijos quizás lo más complicado es aceptar que no son una prolongación de nosotros, sino personas totalmente diferentes y libres, que tienen todo el derecho del mundo, como tuvimos nosotros, a equivocarse y a levantarse. La educación es ayudar a nuestros hijos a que surja de ellos lo mejor de ellos mismos (que ya lo llevan impreso en su corazón); muchas veces no es fácil el equilibrio entre responsabilidad y libertad, sobre todo en algunas etapas de la vida, como puede ser la adolescencia. Sin responsabilidad no hay libertad. Respecto a los nietos, entendemos que la labor de los abuelos siempre ha sido trascendental:  son la memoria y la experiencia con serenidad de la familia. Ahora tienen también un papel importante por la falta de tiempo que muchas veces tienen los padres, en esta sociedad que no ha sabido conciliar la familia con el mundo laboral, y aquí pueden entrar los abuelos. Para estos debe ser primordial saber que la educación es responsabilidad de los padres y no de los abuelos. Sí tenemos claro que en la educación de nuestros hijos va implícita la educación que van a recibir nuestros nietos.

La familia Aranda Valera, encabezada por Enrique y Concha, en una imagen de 2017 donde falta uno de los siete hijos – Foto: Facebook de Enrique Aranda Valera

– ¿Qué instrumentos tiene la familia de hoy para manifestarse cristiana?

– Nos dijo San Juan Pablo II “familia, sé lo que eres”. La manera de manifestarse una familia cristiana es siendo consciente de que es la cuna de la Iglesia y que creciendo como familia está colaborando con la Creación de Dios y, a través de la educación de nuestros hijos, con la Providencia Divina. Esto nos tiene que hacer vivir de una manera coherente con lo que somos: mostrar la familia como un núcleo central y férreo, célula pequeñita de la Iglesia donde las personas crecen en libertad como personas, porque somos queridos por nosotros mismos, no por lo que somos o por lo que tenemos. Al mismo tiempo la familia es el hábitat natural donde aprendemos a amar; este amor, que debe estar necesariamente presente en la familia, impide que esta se cierre sobre ella misma y necesariamente se abre a quien la rodea. De los primeros cristianos decían: “Mirad cómo se aman”.

Hay muchos instrumentos para que una familia cristiana se muestre como luz y sal de la tierra, pero lo que realmente tiene que irradiar es felicidad. La familia cristiana tiene que ser feliz, también en la adversidad, aunque nos resulte paradójico, porque no estamos creados para sufrir sino para todo lo contrario.

– La transmisión de la fe a los hijos y a los nietos es un reto para todos, ¿cómo lo hacéis vosotros?

– La fe es un don, es un gran regalo que se nos da. La familia tiene que crear un ambiente de espiritualidad suficiente para que el Espíritu Santo actúe. No es fácil porque, por lo que hemos comentado antes en la educación, la transmisión de la fe está fuertemente dificultada por una cultura dominante que a toda costa quiere eliminar a Dios de nuestras vidas. Es difícil pensar en pautas para esto, quizás abandonarse al Espíritu y la oración, sin que olvidemos que nuestros en hijos el 70% de lo que aprenden es de lo que ven y tan solo un 30% de lo que oyen. Es esencial el ejemplo y la coherencia de nuestra vida para ellos. Es fundamental, para poder transmitir la fe, tener fe.

Insistimos en la importancia de la oración; sabemos que Cristo tiene cierta debilidad por la oración de las madres, sin que esto quiera decir que la de los padres no sea útil.

– ¿Cuál es vuestra parroquia? Habladnos de vuestra vida en comunidad.

– Son varias las parroquias que han sido muy importantes para nosotros a lo largo de la vida. Gracias a Dios, siempre hemos estado acompañados de sacerdotes muy buenos (íbamos a poner santos, pero como la mayoría siguen aquí… se lo vayan a creer) y también rodeados de amigos, matrimonios que nos han permitido vivir la fe en comunidad y en comunión. Al principio ya desde novios fue la Trinidad (con la que nos reencontramos a través del colegio de nuestros hijos, Trinidad Sansueña). Posteriormente, San Miguel. Después, la Esperanza; y estamos actualmente muy ligados con las madres carmelitas del convento del Sagrado Corazón de Jesús de Córdoba. También quisiéramos comentar la importancia en nuestra vida de fe que tuvo el encuentro con el Instituto Juan Pablo II, con un máster que comenzamos en España hace 20 años, para la formación de matrimonios con toda la familia y que, gracias a Dios, a pesar de la tempestad, continua por toda España. Para vivir nuestra fe, nuestra vocación conyugal y la educación de nuestros hijos ha sido fundamental y nunca agradeceremos a Dios lo suficiente el haber ido a la Fuente a través de San Juan Pablo II y a los matrimonios (grandes amigos ahora) que han compartido y siguen compartiendo esta aventura con nosotros, aunque en este momento estemos más centrados en la educación afectivo-sexual de nuestros jóvenes a través del programa Teen Star.

– ¿Cómo imagináis la Iglesia del futuro?

– La Iglesia del futuro la vemos similar, salvando obviamente la diferencia, a la primitiva. Como dice Benedicto XVI “las minorías creativas van a determinar el futuro”. El mensaje de Cristo a través de su Iglesia sigue siendo actual y viva: tenemos la obligación de ser minoría creativa allá donde nos encontremos. El hombre ha dejado de saber quién es, ha perdido su identidad personal, por lo que en todo momento debemos mostrarle la verdad con la que fuimos creados; esa verdad está inserta en lo más profundo de nuestro corazón y se corresponde con una antropología adecuada para la persona humana, antropología que vemos claramente reflejada en el rostro de Cristo.


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