A Robert, irlandés y protestante, la transformación de su mujer en Medjugorje le impactó, clamó a María y se hizo católico

Lo que más le dolía, junto a su alejamiento de Dios, era aquello que había tenido guardado tanto tiempo en secreto: que no había tenido el valor de acoger a su primer hijo, fruto de su relación con una novia inglesa, y que pagando su intervención abortiva se había hecho cómplice de su muerte. Entonces llegó lo que Robert mismo llama su segunda conversión. El Retiro de Emaús le ayudó a desbloquearse interiormente. Aquello era muy difícil y doloroso para él: reabrir llagas que habían estado cosidas y recosidas, derribar los muros de autodefensa que su orgullo había levantado. Todo aquello se liberó

Camino Católico.-  Robert es irlandés. Sus padres lo bautizaron en la Iglesia presbiteriana pero más tarde recibió el sacramento de la confirmación en la comunión anglicana. Siempre se había considerado cristiano pero un cristiano sumamente light, sin compromiso ninguno. Y con un gran sufrimiento oculto en su interior se hizo católico tras la transformación radical de su mujer en Medjugorje y un retiro de Emaús que confirmó su propia conversión. En el video se visualiza y escucha como comparte su experiencia vital el pasado 21 de enero de 2016 en la Vigilia de testimonio, adoración y alabanza Asalto al Cielo, en la parroquia de Colmenar del Arroyo, Madrid, organizada por el padre Álvaro Cárdenas. 

El padre de Robert era un alto cargo de la marina inglesa. Creció entre Inglaterra y la Irlanda del Norte, golpeada terriblemente por las atrocidades del IRA y la violencia protestante, un largo y doloroso conflicto justificado por ambas partes en nombre de Dios. Esta será una de las razones que le llevarán a rechazar todo lo que significase religión y es que durante los años de su juventud no pisó una iglesia.

Acabados sus estudios regresa a Londres, a la City. Allí encontró trabajo, éxito y mucho dinero, demasiado dinero para un joven. Su vida era todo un exceso: trabajo, dinero, alcohol y chicas.

De Londres va a Madrid. Allí continúa con esa vida hasta que encontró a alguien que cambio su vida. Ni él hablaba bien español, ni ella inglés. Tras siete meses de un curioso noviazgo se casan por el rito ecuménico en Madrid. 

Su boda fue el primer acto religioso en el que participó después de mucho tiempo. Celebrada en español y con su nula práctica religiosa Robert no entendió palabra alguna de su boda. Lo que le marcó profundamente fueron aquellas palabras pronunciadas por el sacerdote que les casó: “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En este momento los dos llevan más de 25 años juntos.

Hoy Robert no es ni mucho menos la persona de entonces. En el año 2000 se volvieron a vivir a Londres. Unas amigas de su mujer, todas anglicanas, la invitaron a ir con otra amiga de ellas a un pequeño pueblo de Bosnia llamado Medjugorie. Las amigas anglicanas de su mujer aseguraban que cada día se aparecía allí la Virgen.

De este modo, Amada, su mujer, viajó en abril del año 2000 a Medjugorje. Para él, aquel viaje no suponía nada, ella iba por simple curiosidad. A los siete días su mujer regresó radicalmente cambiada. Su rostro irradiaba una felicidad, una fuerza y un amor que jamás había visto antes en ella. No entendía qué había ocurrido. Se hallaba entre fascinado y preocupado por lo que le había pasado a su mujer. Ésta le trajo un rosario, a él que era protestante irlandés, y empezó a  ir a misa cada día, a confesarse muy frecuentemente, a rezar y a asistir a la adoración. Robert no encontraba explicación a la transformación radical de su mujer.

Un día, yendo a trabajar, fascinado y lleno de envidia por la felicidad y la paz que irradiaba su mujer, sin saber cómo se puso a rezar. Cogió el Rosario y le dijo a la Virgen: «¿Y yo qué?» .Una frase se repetía una y otra vez en su cabeza: “suspend your disbelief”, “deja a un lado tu incredulidad”.

Así empezó a preguntarse por la fe. Se puso apasionadamente a estudiar los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, y a partir de allí la historia: Josephus, Orígenes, Eusebio de Cesarea… Robert empezó a asistir a Misa cada domingo con su mujer. La Misa se convirtió para él en un maravilloso descubrimiento. Ya no podía prescindir de ella.

En la noche de su décimo aniversario de matrimonio se encontraba confesándose con su mujer de algo ocurrido antes de casarse con ella, algo de lo que nunca había hablado con ella y de lo que nunca tampoco le había pedido perdón a Dios.

A la mañana siguiente se encontró en el confesionario de su parroquia de Kensington. Tras confesar sus pecados, el sacerdote católico que le escuchó le dijo que bajo los términos de su confesión religiosa había hecho todo lo que tenía que hacer, que era pedirle perdón al Señor. Pero Robert necesitaba la absolución. Se volvió a casa decepcionado.

Poco después su mujer y él asistieron al testimonio de un muy conocido periodista australiano, Mike Willasee, sobre un milagro eucarístico que acababa de ocurrir en Buenos Aires y que él estaba investigando. A Robert le pidieron traducir. En medio de la traducción Robert quedó profundamente sobrecogido por los hechos que está escuchando. Se habían derrumbado dos muros que impedían su conversión definitiva: la confesión y la transubstanciación.

Pero lo que más le dolía, junto a su alejamiento de Dios, era aquello que había tenido guardado tanto tiempo en secreto: que no había tenido el valor de acoger a su primer hijo, fruto de su relación con una novia inglesa, y que pagando su intervención abortiva se había hecho cómplice de su muerte.

A pesar de su conversión, de su confesión sacramental y de la absolución del sacerdote, no podría hablar de ese tema. Le dolía demasiado. Padre de tres hijas preciosas que algún día serían madres, no podía perdonarse a sí mismo. Era como un cáncer maligno profundamente escondido. Algún sacerdote amigo les ayudó mucho, explicándoles la importancia de dar a su hijo nombre y posición en la familia, incluso bautizarle de deseo. Esto le ayudó mucho.

Entonces llegó lo que Robert mismo llama su segunda conversión. El Retiro de Emaús le ayudó a desbloquearse interiormente. Aquello era muy difícil y doloroso para él: reabrir llagas que habían estado cosidas y recosidas, derribar los muros de autodefensa que su orgullo había levantado. Todo aquello se liberó.

«Me toca a mí quitarme la máscara de silencio, de olvido y de hipocresía, ayudando a otros hombres hacer lo mismo, y  dirigirme en voz alta a todas las mujeres que han sufrido un aborto forzado, para decirlas con todo mi respeto, mi  dolor y mi vergüenza: «Lo Siento».

«Sé que esto es muy poco y que ya es muy tarde. Pero si puede aliviar el dolor de al menos una sola mujer, habrá valido la pena. Y si puedo también con esto a ayudar a que estas mujeres puedan llegar a perdonar a los que tanto les han hecho sufrir, todavía mejor».

Publicado originalmente en Camino Católico en febrero de 2018

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