A Rubén Pérez Ayala, 34 años, Cristo lo llamó al sacerdocio después de vivir mucho tiempo «en una tristeza e insatisfacción grandes. En una confesión experimenté el amor de Dios»

* «El Señor se valió de la Misión Joven para encontrarse conmigo. Yo, que era un cobarde y nunca me atrevía a decirles a mis amigos que iba a la Iglesia, fui enviado a dar la experiencia a varios colegios de Madrid. Veía que Él me daba alegría. Mi vida cambió de manera radical: podía estar contento y ser feliz. Fui viendo que el Señor me iba llamando a una vocación que no era la que yo me esperaba»

Camino Católico.- Rubén Pérez Ayala, madrileño de 34 años, pertenece al Camino Neocatecumenal. Este domingo, 16 de junio, ha sido ordenado diácono de manos del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, junto a una veintena de compañeros del Seminario Conciliar y del Redemptoris Mater, entre ellos también Francisco Javier Fleitas Reyes. Rubén Pérez explica a Carlos González en Infomadrid su testimonio de vocación.

El momento para iniciar el servicio a la Iglesia como diacono ha llegado para Rubén Pérez tras nueve años en el Seminario Redemptoris Mater y va a cumplir, por fin, el sueño de su vida: «Cuando era más joven, por dentro estaba en un combate interno muy fuerte; tenía muchos problemas». Un pasaje que le llevó a vivir mucho tiempo sin esperanza, «en una tristeza e insatisfacción grandes». Sin embargo, «me he encontrado a lo largo de mi vida con varios sacerdotes que me han ayudado», y siempre «me intrigaba su forma de vivir y la alegría que tenían», reconoce.

En cada una de sus palabras, Pérez deja un poso de Dios, el mismo que le llevó a dejarlo todo por amor. «Él se valió de la Misión Joven para encontrarse conmigo. Yo, que era un cobarde y nunca me atrevía a decirles a mis amigos que iba a la Iglesia, fui enviado a dar la experiencia a varios colegios de Madrid». Y ahí, poco a poco, el Señor le fue cambiando el corazón. «Veía que Él me daba alegría, y en una confesión experimenté el amor de Dios, que no tenía en cuenta mis pecados y que me amaba profundamente. Mi vida cambió de manera radical: podía estar contento y ser feliz». Y así, continuó caminando con su comunidad. Y en un proceso que duró años, «fui viendo que el Señor me iba llamando a una vocación que no era la que yo me esperaba».

«Cuando quitas a Cristo de la ecuación, todo se vuelve un sin sentido»

«La ordenación diaconal es un paso muy serio, pero el Señor me permite vivirlo con alegría y tranquilidad». Con este horizonte, Rubén abre los ojos, de par en par, al misterio que, en pocos días, abrazará su corazón inquieto y esperanzado. «He tenido la experiencia a lo largo de este tiempo de seminario de que la felicidad no está en vivirlo todo para uno mismo, sino en donarse a los demás». Una actitud de servicio que guarda a fuego en lo más hondo de su alma: «Solo cuando me di cuenta de que Cristo me llamaba a entregar toda mi vida sin guardarme nada para mí, fui capaz de vivirlo con alegría». Cuando te entregas a Cristo y a los demás, destaca, «vives mejor».

El seminarista descansa su mirada en la cruz y sustenta cada uno de sus pasos en la fuerza de la oración. «Cuando miro la cruz, veo que es Cristo el que se ha dejado matar por amor a mí. Aunque no siempre es fácil mirar a la cruz. En los últimos tiempos, me he encontrado con dificultades, con gente cercana que está sufriendo mucho, y a los que la cruz se les hace muy patente». Pero «si te das cuenta de que Cristo está contigo en ese sufrimiento y en esa cruz», confiesa, «empiezas a vivirlo como el lugar de encuentro con el amor de Dios». Una cuenta, sin duda alguna, con un denominador común: «Cuando quitas a Cristo de la ecuación, todo se vuelve un sinsentido».

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Fuente:Infomadrid
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