Alba se hizo adicta a la marihuana, se consideraba atea, pero «sentí que Dios llevaba amándome desde siempre e identifiqué claramente “al demonio” y dejé las drogas»

* «Había quedado con una amiga en mi casa, para drogarnos, el fin de semana había estado en mi pueblo y me habían regalado un “pollo”, así que le avisé y le dije que viniera a mi casa para celebrarlo, y entonces ocurrió lo que yo llamo “la otra bendición”, es difícil de verbalizar, de entender y de contar: “Cuando iba a esnifarla, tenía un billete enrollado y la raya de droga encima de la mesa de la cocina, mi mano se paralizó y no logré moverla”. Me asusté mucho y lo mismo mi amiga. En ese momento, supe con certeza que “el mal estaba ahí presente”, y lo identifiqué claramente “como el demonio”. A las dos se nos puso la carne de gallina, y nos quedamos mudas y sin poder hablar ni reaccionar durante un buen rato. El “despego con el mundo de las drogas fue inmediato”, es decir, al principio, no la reconocía como algo dañino, y por eso continué drogándome, hasta que llegó lo que yo llamo “la iluminación”, y a partir de este momento ya no volvimos a tomar droga. Y en este momento preciso tomé la decisión de que tenía que cambiar de vida»
Camino Católico.- Alba es una joven de 24 años de un pueblo de Soria que explica su testimonio de conversión un video y por escrito en la web del Opus Dei de Valladolid. Desde los 13 años, Alba empezó a «tontear con las drogas», después se endureció en ese mundo, viviendo sola en Valladolid con 16 años y considerándose atea. Pero dos experiencias místicas inesperadas, una del amor de Dios y otra de la realidad del mal, la tocaron por sorpresa, profundamente, y la transformaron. Este es su testimonio contado en primera persona:
Me llamo Alba y nací hace veinticuatro años en un pueblo de Soria. Cuando tenía alrededor de cinco años mis padres se separaron, así que mi hermano mayor y yo, nos quedamos a vivir con mi madre.
Fui bautizada por “tradición familiar”, como un “simple acto social más”. Cuando me correspondía por edad recibir la Primera Comunión no pude hacerla; a mi madre le detectaron cáncer de mama, y tuvimos que irnos a otra ciudad para que pudiera recibir el tratamiento adecuado. Durante ese año, estuve interna en un colegio de monjas de Valladolid, los recuerdos que tengo de ese tiempo son de mucho cariño y apoyo.
* “Llegué a la adolescencia sin saber distinguir el bien del mal, y sin ninguna inquietud por aprenderlo”
Al año siguiente, mi madre se recuperó, y decidí que quería hacer la Primera Comunión, más influenciada por los regalos que iba a tener y por el vestido que me iban a comprar, que por el sacramento que iba a recibir. La hice en mi pueblo, con niños de una quinta de edad por debajo de la mía.
No recuerdo el momento de la Confesión, pero si recuerdo la catequesis recibida por una magnífica mujer. Lo cierto es que, en ese momento, yo entendía la catequesis como una clase más de historia o incluso como un cuento, difícil de creer y estadísticamente muy poco probable, así que poco a poco fui cultivando mi propio ateísmo.
Llegué a la adolescencia sin saber distinguir el bien del mal, y sin ninguna inquietud por aprenderlo. A los trece años empecé a salir de fiesta, a beber…y, años más tarde a fumar, a tontear con las drogas, y a meterme en un mundo que yo consideraba “como normal y típico de la edad”, pero que era realmente oscuro.
Me consideraba una persona libre, incluso me tatué en el brazo la palabra “Freedom”, ahora veo que no entendía absolutamente nada de lo que significaba la verdadera libertad. En ese momento yo la definía como “hacer, ser y creer lo que me diera la gana”; pero detrás de toda esa fachada, se escondía una influencia tremenda de amistades, redes sociales, música punki y reguetón, poca personalidad, muchas ganas de llamar la atención y un “gran ego”.
* “Comencé a fumar marihuana a diario, llegué a un punto de anulación personal tan grande, que mentía a mis propias amigas, mi estado permanente era estar drogada, ya no había momentos de ser yo de verdad”
Este ritmo de vida que empecé a llevar hizo que no acabara la ESO, que dejara de ir a clase, que fingiera estar enferma constantemente, y que empezara a crear una enorme “bola de mentiras”.
Mi familia tuvo que trasladarse a mi pueblo por motivos laborales, conseguí convencer a mi madre para que me dejara vivir sola en Valladolid, con mis dieciséis años, montándome una “película” acerca de lo complicado que sería cambiar de instituto a mitad de año, de lo mal que me iría académicamente, y montón de “milongas más”. Este momento de independencia definitiva, fue mi perdición o mi bendición, según como lo veamos…
Comencé a fumar marihuana a diario, me pasaba el día durmiendo, me levantaba para fumar, salía un rato y volvía a dormir, poco a poco “fui perdiéndome cada vez más en este ritmo de vida”; llegué a un punto de anulación personal tan grande, que mentía a mis propias amigas, mi estado permanente era estar drogada, ya no había momentos de ser yo de verdad.
* «Tuve una experiencia personal con Dios: “Le ví con los ojos del alma”, sentí que Dios llevaba amándome desde siempre»
A los diecisiete años cumplidos, la noche de un sábado del mes de mayo de 2013, estando sola en casa, tuve una experiencia personal con Dios: “Le ví con los ojos del alma”, es un hecho que no puedo describir con palabras humanas, “pero que es más real que yo misma”. En un primer momento sentí mucho miedo, grité, lloré, me metí en la cama arropada entera, y escribí una nota que decía “¡No ha sido un sueño, es real!”. A la mañana siguiente, -era domingo-, me acerqué a la primera iglesia que estaba cerca de mi casa, y estuve llorando mucho tiempo, pero no era un lloro amargo, sino un llanto de alegría, al “sentir que Dios llevaba amándome desde siempre”, aunque yo ni le había buscado, ni le había tenido presente en mi vida.
A partir de este día, comprendí que Dios existe, y que está a mi lado continuamente. Supe con certeza que había recibido “un don inmerecido, y que debía cuidarlo”.
* “Supe con certeza que “el mal estaba ahí presente”, y lo identifiqué claramente “como el demonio”. El despego con el mundo de las drogas fue inmediato”
Y llegó un martes del mes de mayo del 2013, lo recuerdo perfectamente, había quedado con una amiga en mi casa, para drogarnos, el fin de semana había estado en mi pueblo y me habían regalado un “pollo”, así que le avisé y le dije que viniera a mi casa para celebrarlo, y entonces ocurrió lo que yo llamo “la otra bendición”, es difícil de verbalizar, de entender y de contar: “Cuando iba a esnifarla, tenía un billete enrollado y la raya de droga encima de la mesa de la cocina, mi mano se paralizó y no logré moverla”. Me asusté mucho y lo mismo mi amiga. En ese momento, supe con certeza que “el mal estaba ahí presente”, y lo identifiqué claramente “como el demonio”. A las dos se nos puso la carne de gallina, y nos quedamos mudas y sin poder hablar ni reaccionar durante un buen rato. El “despego con el mundo de las drogas fue inmediato”, es decir, al principio, no la reconocía como algo dañino, y por eso continué drogándome, hasta que llegó lo que yo llamo “la iluminación”, y a partir de este momento ya no volvimos a tomar droga. Y en este momento preciso tomé la decisión de que tenía que cambiar de vida, de ambiente, y me volví a mi pueblo con mi madre y hermano.
Le conté a mi madre lo que me había ocurrido: mis mentiras sobre los estudios, mi adición diaria a las drogas, mi encuentro con Dios esa noche, y mi decisión de cambiar de ambiente y de vida. Ella me escuchaba atentamente, pero pensaba que lo que le contaba era producto de las alucinaciones causadas bajo el efecto de las drogas. Esto me hizo sufrir mucho, y empecé a pedirle a Dios con todas mis fuerzas que mi madre me creyera, me entendiera, que no pensara que estaba loca, y así ocurrió…

En una de las muchas conversaciones que tuvimos sobre mi conversión, y lo que me había sucedido, yo lloraba desconsoladamente pidiendo que entendiera, y ella reconoció por mi boca palabras que “no eran mías y pudo escuchar la verdad”, el Espíritu Santo intercedió por mí.
Me llevó a hablar con un sacerdote de mi pueblo que estaba de paso en verano, era misionero en Nicaragua. Escuchó con verdadero interés mi relato, le pedí ir con él a Nicaragua para ayudar en su misión, solamente quería alejarme del mundo en el que había estado metida, pero prudentemente, -ahora lo veo con claridad-, me aconsejó que retomara mis estudios, y que estuviera cerca de mi familia.
Al año siguiente me fui a Soria a estudiar un Grado Medio en “Emergencias Sanitarias”. Pasé de no tener acabada la ESO, a tener matrícula de honor en el “Grado” que me encuentro terminando actualmente.
El mes de mayo de 2013, pude reconocer a Dios que siempre había estado ahí, pero además conocí a David, mi novio, una persona increíble con la quiero compartir mi vida. Él me ha ayudado mucho en estos siete años, a crecer como persona, y a mejorar en virtudes. Lo veo como un regalo de Dios, que llegó en el momento indicado a mi vida.
Es un reto para mí, poder vivir mi fe cada día, y mi relación con Dios acompañada de una persona que no es creyente. He de reconocer que no es fácil, que es duro elegir a una persona que no entiende tu sentido de vida, pero que es una cruz que quiero y debo llevar, con la luz y fuerza que Jesucristo me dé y con su Amor poder amar.
Esos años de “recomenzar” no han sido de color de rosas, el Señor me ha acompañado, pero ha sido y es un continuo aprender. Por aquel entonces sentía una presencia real de Dios grande, y estaba muy agradecida a Él por haberme concedido “ese don personal”, pero que pensaba que era sólo para mí y que debía guardarlo. Iba esporádicamente a la iglesia, otras veces me acercaba a oír Misa, porque creía que era lo que Dios simplemente me pedía, me costaba mucho compartirlo.
* “Mi primera confesión de la que salí contenta pero confusa debido a mi escasa formación y mi tía me propone ser la madrina de Bautizo de su hija y me lleva a pensar en la necesidad de recibir formación cristiana”
A los veintiún años decido volver a Valladolid. Empiezo a estudiar un Grado Superior. En clase conozco a Blanca, la primera persona que conocí abiertamente como creyente y practicante, y con la que entablo una profunda amistad. Me invita a acompañarle algún domingo a Misa donde ella canta en un coro. Después de varias conversaciones con ella, me propone hablar con un sacerdote del Opus Dei. Con toda la sinceridad de la que soy capaz, hago mi Primera Confesión, de la que recuerdo que salí contenta pero confusa; debido a mi escasa formación, no entendía toda la maravilla del Sacramento del Perdón y de la Alegría.
En las conversaciones periódicas con Blanca, notaba que me faltaban argumentos sólidos para defender la fe cristiana. Asistí a charlas muy interesantes, y comencé a leer sobre la Iglesia, la fe y la vida de Jesús.
Un nuevo acontecimiento cambió las cosas, -mi tía me propone ser la madrina de Bautizo de su hija-, me lleva a pensar en la necesidad de recibir formación cristiana, para recibir el Sacramento de la Confirmación, cosa necesaria para ser madrina y una cosa tenía clara, si me confirmaba tenía que ser por convicción de lo que estaba haciendo.
Así que le pregunté a Blanca si conocía a alguna persona que me pudiera instruir en la doctrina católica. Entonces me propuso ponerme en contacto con Chus, una Numeraria del Opus Dei, amiga suya, para que me diera esas clases de Doctrina para recibir la Confirmación.
Recuerdo perfectamente que le dije: “Quiero recibir formación cristiana, para tener claro que, lo que tengo por sentimiento, lo tenga por convencimiento”. Necesitaba poder entender, razonando este fuerte sentimiento de amor a Dios. Fue el comienzo de una bonita amistad.
* “Comencé a ver, de un modo nuevo, que Dios está a mi lado, le sienta o no. Empecé a entender el valor redentor de la Santa Misa, su sentido”
Y empecé a recibir esas clases de formación durante todo un año; cada martes nos reuníamos en una cafetería, allí iba recibiendo esos conocimientos que argumentaban mi cabeza y fortalecían mi corazón. Aprendí a no dejarme llevar solamente por los sentimientos en mi trato con Dios. Comencé a ver, de un modo nuevo, que Dios está a mi lado, le sienta o no. Empecé a entender el valor redentor de la Santa Misa, su sentido, qué ocurre cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración. Y desde entonces, ha cambiado mi percepción de la Misa. Ahora quiero ir a Misa no sólo los domingos, sino siempre que puedo. He comprendido la gran libertad interior que me aporta vivir mi fe cristiana.

Y por fin he entendido que la libertad no es hacer lo que me dé la gana, como pensaba antes, sino que la verdadera libertad “reside en no ser esclava de mis impulsos”.
Considero necesario destacar la importancia de las influencias, no solo en amistades, sino en música, cine, series, redes sociales. Determinadas letras de canciones te van normalizando ciertas conductas que no lo son, si no nos paramos a pensar y reflexionamos sobre este tipo de contenido nos podemos convertir en “personas sin cabeza”, imitando al de al lado y siendo, como ya he dicho, esclava de tus impulsos. Los jóvenes que hemos escuchado reguetón o música punk, sabemos que hay frases donde se meten continuamente con Dios, se banaliza el sexo, y sin darte cuenta te van dañando el alma.
* “El pecado, palabra que para mí antes no existía, yo lo defino así: ‘acciones que me dañan interiormente y me alejan de Dios’”
Pienso que a muchos les puede pasar lo que me pasaba a mí, al no tener la conciencia de lo que está bien o mal. Al principio no lo das importancia, y te vas acostumbrando a esas ideas que a través de la música te van absorbiendo. Ahora veo con total claridad que esta música es una influencia mala, que dañó mi conducta, y que me empujó a dejarme llevar por mis malas pasiones, que me hirieron el corazón y el alma.
El pecado, -palabra que para mí antes no existía- yo lo defino así: “acciones que me dañan interiormente y me alejan de Dios”. Pero para llegar a tener esta conciencia de pecado, necesité antes recibir una formación, que me ha llevado a diferenciar lo bueno de lo malo.
Mi vida transcurre en estos momentos entre mis estudios y mi trabajo. Quiero “reparar” ese “tiempo de mentiras y pérdidas de tiempo” en el que viví inmersa unos años de mi vida.
La formación que sigo recibiendo y que lucho por poner en práctica, me lleva a esforzarme para actuar así: cada vez que estoy con mi familia lo primero que intento hacer es dedicarles mi tiempo, escucharles e intentar no juzgarles.
De manera de ser tiendo a ser una persona perfeccionista y exigente conmigo misma, y también con los demás, por eso ahora, procuro ser más paciente y generosa con todos; ellos lo notan y me lo han dicho más de una vez.
* “El pasado mes de mayo del 2019, recibí el Sacramento de la Confirmación. Fue un día especial y maravilloso, donde palpé la gracia del Espíritu Santo actuando en mi alma”

Estoy aprendiendo a respetar la libertad individual, y a dejar a cada uno que siga su ritmo, noto un fuerte sentimiento de querer que todo el mundo ame a Dios y le conozca, porque no saben lo que se pierden, pero entiendo que no es mi voluntad lo que debe prevalecer sino que Dios respeta nuestra libertad, y a lo largo de la vida se va haciendo el encontradizo con cada uno, y confía en que libremente le lleguen a reconocer y decidan seguirle. Yo le doy gracias por haber visto pronto el mío y así poder compartirlo. Ahora rezo por mi familia, por David, por mis amigas, y pienso que Dios “tiene sus tiempos”, y que lo que me toca ahora es respetar esa libertad que Dios nos ha dado y saber esperar.
Me siento más feliz y libre que antes. Cuando pienso en el mundo de las drogas en el que estuve inmersa, no puedo nada más que dar gracias a Dios por haberme sacado de allí. Hay muchos casos que vemos tristemente en la sociedad: jóvenes que pierden la vida por una sobredosis, que su afectividad y capacidad de relación con el mundo que les rodea es cada vez más nulo. Pero tengo esperanza, porque sé que Dios está ahí, aunque no le sienta continuamente; antes me dejaba llevar por ese estado de ánimo, en cambio ahora, es lo que “trabajo en mis ratos de oración”.

El pasado mes de mayo del 2019, recibí el Sacramento de la Confirmación. Fue un día especial y maravilloso, donde palpé la gracia del Espíritu Santo actuando en mi alma. Allí estaban también a parte de mi familia, mis amigas -Blanca y Chus-, que han sido “las guías de mi camino hacia la fe cristiana”.
Tengo claro que sigo necesitando recibir esa formación espiritual y doctrinal para afianzar mi fe, fortalecer mi esperanza y acrecentar mi amor a Dios.
Voy a terminar con unas palabras que escribí y que no quiero que se me olviden nunca, y que me sirvan de recuerdo en los años que Dios me dé de vida, como muestra de gratitud y de una inmensa deuda contraída con Él.
“A veces tengo tendencia a quitarle importancia, a no exagerar y normalizar la situación, pero realmente las cosas de Dios son lo más importante y no tengo nada que quitarle, al revés tengo que alabarle y llamarlo como es, un milagro. Un verdadero milagro es cuando existe un despertar, cuando una persona pequeña se ha olvidado de lo pequeña que es y se cree muy grande. Cuando se olvida de los demás, cuando mandan el egoísmo y el orgullo. Y se despierta, en un día, en un instante o en una vida, cada uno a su ritmo, pero estas intercesiones que el Señor hace en cada uno, sepamos reconocerlas o no, son milagros. El Señor me despertó, me zarandeó y me apunto a los ojos con su linterna, una llamada de atención, «Alba, estoy aquí, siempre lo he estado, cuando me di cuenta de que era real, que estaba pasando, acudí a la primera iglesia que encontré –la de san Juan Bautista- y no pude hacer más que llorar. Le he tenido delante infinidad de veces desde mi niñez y sin embargo no he sido capaz de reconocerle. Esto es algo que creo que nos pasa a muchos jóvenes, estamos en Misa y lo miramos, pero ¿realmente lo vemos? ¿Lo vemos vivo? Porque está ahí, esperándote, esperando a que un día realmente te des cuenta de que Cristo Vive y que siempre ha estado junto a ti. En mi vida ha habido muchos momentos en los que el Señor ha intercedido por mí, aunque no me diera cuenta, aunque no le quisiera ver, ni escuchar. Eso no consiguió que me dejara: ¡Incansable Amor el cuyo! Creo que la lección más importante que he aprendido a mis veinticuatro años es que la vida es un continuo despertar, un continuo aprender sobre las cosas de Dios, una continua búsqueda de sentido que se culminará en el Cielo”
Alba Arribas
