Aleksandr Patalakh, ex mafioso ucraniano: «Jesús era la última esperanza para mí. Leí la Biblia y hablé con Dios por medio de la oración ¡Me liberé de mi pasado y fui perdonado!»

“Recibí el don del Espíritu Santo y tuve el coraje para abandonar los pecados que me enredaban y mantenían en la esclavitud. A través de la fe, Dios me dio una nueva oportunidad, una nueva vida. Ahora tengo relación con el verdadero autor de mi vida: Jesús. Por eso yo soy feliz. Tenemos que buscar a Jesús, es el único quien da sentido y revela el alcance de nuestra existencia. Él nos da la calma interior y sana nuestra alma”

9 de febrero de 2014.- (PortaLuz  / Camino Católico)  La desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, dejó a la vista las profundas carencias sociales en los nuevos países que se liberaban del dominio soviético y en los noventa un nuevo fenómeno delictual comenzó a surgir en algunos de ellos: las mafias. Entre estos grupos del crimen organizado, por sus vínculos globales, la “mafia ucraniana” adquirió notoriedad. Sus vínculos y tratos directos con los cárteles de la droga en América Latina les permitieron -junto a otros aspectos criminales- llegar a ser los señores del mercado de la cocaína en Europa. Aleksandr Patalakh participó de la actividad criminal de esta mafia, disfrutó privilegios, cruzó límites morales al extremo, pero también arriesgó la propia vida para restaurar su libertad y dignidad…

Una adolescencia trastocada

Las calles de Kiev seducían al adolescente Aleksandr. Sus padres que habían conocido la miseria, la guerra y años de privaciones intentaron por todos los medios posibles educarlo con sentido de responsabilidad y austeridad. Pero los sueños de prosperidad venidos de occidente que inundaban Ucrania tras la caída del muro de Berlín, sumados a décadas de cultura atea, colmaban de fantasías la mente del hijo. “Como la mayoría de los jóvenes de mi generación –cuenta Aleksandr en un video que ha subido a Youtubeestábamos sedientos por gustar los placeres aquí en la tierra. Me sentía independiente y seguro de mí mismo. Empecé a encontrar satisfacción a mis anhelos en lugares que no son frecuentados por la gente común, consiguiendo mis primeros objetivos y éxitos en las bandas de la calle, y mezclándome luego con la mafia. Desde los 13 años, tuve al alcance y me satisfacía inyectarme drogas intravenosas. Pensaba entonces que la verdadera felicidad residía en el dinero, la vida sin controles y por supuesto el debido respeto a los amigos… un código de la mafia que tuve claro desde el primer momento”. 

Tomando distancia de la moral que sus padres habían intentado transmitirle y dándoles la espalda, pronto descubrió que su apariencia física le permitía seducir. “Decir mujeres era pensar en el sexo”, sin fijarse por un minuto hacia dónde dirigía su vida. “No era consciente que mi aparente búsqueda de la verdadera felicidad me llevaba hacia el mundo de la ilusión, la oscuridad, el dolor y el desencanto”.

El sabor amargo del caos que trae la mafia

Una vez que abandonó definitivamente el hogar, aceptó las reglas de la calle que la organización mafiosa con la que se vinculaba le exigía y comenzó su ascenso delictivo. “A los 15 estuve por primera vez en la cárcel después de haber robado en un departamento. Cuando tenía 19, volví a la cárcel porque apuñalé a un hombre con un cuchillo”.

Robar, agredir a otros, traficar drogas, eran cuestiones en las que sin pensarlo participaba. “Era un buen soldado de la mafia” y su debilidad “el sexo y cuánta droga hubiera disponible” no eran un obstáculo en ese submundo. “Vivía sin reglas y la euforia de las drogas silenciaba mi conciencia. Marihuana, opio, efedrina… al comienzo como simple diversión y luego en dosis mayores como necesidad para calmar la ansiedad que las permanentes demandas de la organización  me causaban. ¿Los resultados?… Se pudrió la relación con mis padres y con mi novia, con quien había estado por seis años. Esta degradación de mi personalidad -sumado a un par de intentos de suicidio fallidos- determinaron que en un momento mi alma se preguntara: «¿Quién soy yo? ¿Por qué vivo? ¿Hacia dónde voy?»… pero quedó ahí, nada hice”.

Detenerse no estaba en sus planes y si no hubiera sido apresado su destino seguro hubiere sido, dice, la muerte; ya por sobredosis, en algún enfrentamiento delictual o eliminado por la misma ‘organización mafiosa’ cansada de sus excesos. “Estaba poseído por las drogas y en la cárcel, por el síndrome de abstinencia, tuve una depresión profunda. En ese estado Dios venía a mi mente y sentía que lo que vivía era su castigo, pero luego reaccionaba porque sentía que no era posible que Dios preparara un escenario tan horrible para mi vida. Perdí toda confianza en mí mismo y en las personas. Sumido en la desesperanza imploré por un «milagro». Estaba derrotado”.

El triunfo de Jesús, Señor que sana

Mientras Alexander permanecía en su noche oscura,  los familiares más cercanos nunca perdieron la fe en él. Eran cristiano-ortodoxos fieles que habían sido capaces de resistir los embates del ateísmo totalitario soviético y esto no los iba a derrumbar. Saber de este espíritu y las campañas de oración que por él hacían eran su esperanza, recuerda Aleksandr. “En años previos mis padres y amigos habían trataron de curarme enviándome a centros de desintoxicación que trabajaban con psicofármacos, pero sin éxito. Pasadas algunas semanas en mi cuerpo me sentía libre, pero por dentro como un esclavo. ¡Yo necesitaba de una purificación interior, verdadera!”

Cuando salió de la cárcel sus padres y amigos de infancia se ocuparon de presentarle a ex adictos que comenzaron a mostrarle que sus anhelo de transformación era posible…

“Lo primero que dijeron fue que eran libres gracias a la fe en Cristo, tal cual. Yo necesitaba escuchar eso y así fue como empecé a leer el Nuevo Testamento buscando las respuestas a mis problemas. Jesús era la última esperanza para mí. Hasta ese momento, mi cultura era la de un creyente ortodoxo tradicional. No sabía ni entendía lo que realmente la fe significaba. Tampoco sé por qué, pero en una palabra, tenía los mismos pensamientos de quienes criticaban el fanatismo y así me resistía. Estaba equivocado… leí la Biblia y hablé con Dios por medio de la oración. Recibí el don del Espíritu Santo y tuve el coraje para abandonar los pecados que me enredaban y mantenían en la esclavitud. ¡Me liberé de mi pasado y fui perdonado! A través de la fe, Dios me dio una nueva oportunidad, una nueva vida, al igual que lo hace con otras miles de personas en todo el mundo que se arrepienten de sus pecados desde el fondo del corazón. Ahora tengo relación con el verdadero autor de mi vida: Jesús. Por eso yo soy feliz. Tenemos que buscar a Jesús, es el único quien da sentido y revela el alcance de nuestra existencia. Él nos da la calma interior y sana nuestra alma”.

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