Alfredo Martínez ante el Papa en JMJ: «Busqué una salida a las drogas con el crucifijo en la mano y me enseñaron a confiar en Dios»

* «Esa fe me ayuda hoy en día a seguir mi camino y a no perder la esperanza. Y aquí estoy, luchando por mi familia, ya que soy el único sustento económico para ella.  Quiero decirles a los jóvenes del mundo que Dios nos ama y nunca nos abandona. Somos dueños de nuestros propios actos, pero si estamos con Dios todo va a salir bien. No teman en decirle a Jesús ‘Hágase en mí según tu palabra’»

Camino Católico.-  Durante la Vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) Panamá 2019 celebrado en el Campo San Juan Pablo II, el Papa Francisco escuchó tres testimonios de personas que han luchado con esperanza en la vida, diciendo como María: “Hágase en mí según tu palabra”.

Uno de ellos fue el del panameño Alfredo Martínez Andrión, quien es el mayor de siete hermanos. Bautizado, confirmado y monaguillo en la parroquia Virgen de Fátima.

Como se visualiza y escucha en el video de  13 TV Alfredo explicó que cuando tenía 16 años la situación económica de su familia empeoró, al extremo que a veces no tenían para comer. “Tuve que abandonar el colegio y comenzar a trabajar en la construcción vial hasta que terminó dicho proyecto” junto a su padre. Las cosas empeoraron y se quedó sin trabajo:

“Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo.  Comencé a consumir drogas.  Ya no asistía a la Iglesia. 

Con el tiempo el mundo de la droga me llevó a la cárcel, donde cumplí una pena de 12 meses. Una vez salí traté de mejorar, pero sin la ayuda profesional era imposible. Recaí nuevamente en la marihuana y los problemas continuaron. Parte de mi familia me rechazaba.

Traté de buscar una salida con el crucifijo en la mano. Llegué a la Fundación San Juan Pablo II, donde encontré un hogar, un apoyo y algo muy importante: hermanos que me animaron en mi camino de resocialización. Me enseñaron a confiar en Dios y, a través de él, a confiar en los demás.  Esa fe me ayuda hoy en día a seguir mi camino y a no perder la esperanza.

Y aquí estoy, luchando por mi familia, ya que soy el único sustento económico para ella.  Quiero decirles a los jóvenes del mundo que Dios nos ama y nunca nos abandona. Somos dueños de nuestros propios actos, pero si estamos con Dios todo va a salir bien. No teman en decirle a Jesús ‘Hágase en mí según tu palabra’”, concluyó el joven.

La reflexión del Papa de los cuatro “sin” como respuesta al testimonio de Alfredo

Estas fueron las palabras que el Papa Francisco dirigió a los jóvenes profundizando en el testimonio de Alfredo:

“El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces, pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces, como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de sus negaciones y nos abraza siempre, siempre, después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída, atención a esto, la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar.

Hay un canto alpino muy lindo que van cantando mientras suben la montaña: en el arte de ascender la victoria no está en no caer, sino en no permanecer caído. no permanecer caído. La mano para que te alcen. No permanecer caído.

El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como viene, no tener miedo de abrazar la vida, como es. Ese es el árbol de la vida que hemos visto hoy.

Gracias Alfredo por tu testimonio y la valentía de compartirlo con todos nosotros. Me impresionó mucho cuando decías: «comencé a trabajar en la construcción hasta que se terminó dicho proyecto. Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo». Lo resumo en los cuatro “sin” que dejaron nuestra vida sin raíces y se seca: sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia. Es decir, vida sin raíces. Estos cuatro “sin”, matan.

Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse” cuando no hay de dónde agarrarse, de dónde sujetarse. Esta es una pregunta que los mayores estamos obligados a hacernos, los mayores que estamos aquí, es más, es una pregunta que ustedes tendrán que hacernos y tendremos el deber de respondérsela: ¿Qué raíces les estamos dando?, ¿qué cimientos para construirse como personas les facilitamos? Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les privamos de oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde dónde agarrarse y soñar el futuro. Sin educación es difícil soñar futuro, sin trabajo es muy difícil soñar futuro, sin familia y sin comunidad es casi imposible soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a responder no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena gastar mi vida. y eso lo tenemos que facilitar nosotros los mayores dándoles trabajo, educación, comunidad, oportunidades

Como nos decía Alfredo, cuando uno se descuelga y queda sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia, al final del día nos sentimos vacíos y terminamos llenando ese vacío con cualquier cosa, con cualquier verdura. Porque ya no sabemos para quién vivir, luchar y amar.

A los mayores que están aquí y a los que nos están viendo, les pregunto: ¿Qué haces vos para generar futuro en los jóvenes de hoy?, ¿sos capaz de luchar para que tengan educación, para que tengan trabajo, para que tengan familia, para que tengan comunidad? Cada uno de los grandes respondámonos en el corazón.

Recuerdo una vez, charlando con unos jóvenes que uno me pregunta: “¿Por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso con la vida?” Les contesté: “Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto?” Entre las respuestas que surgieron en la conversación me acuerdo de una que me tocó el corazón y tiene que ver con la experiencia que Alfredo compartía: “Padre, es que muchos de los jóvenes sienten que poco a poco dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces invisibles”. Muchos jóvenes sienten que dejaron de existir para otros, para la familia, para la sociedad, para la comunidad, y entonces muchas veces se sienten invisibles.

Es la cultura del abandono y de la falta de consideración. No digo todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar porque no cuentan con espacios reales desde dónde sentirse convocados. ¿Cómo van a pensar que Dios existe si ellos, estos jóvenes, hace tiempo que dejaron de existir para sus hermanos y para la sociedad? Así los estamos empujando a no mirar el futuro y a caer en las garras de las drogas, de cualquier cosa que los destruya. Podemos preguntarnos: ¿Qué hago yo con los jóvenes que veo?, ¿los critico o no me interesa?, ¿los ayudo o no me interesa? ¿Es verdad que para mi dejaron de existir hace tiempo?.”

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