Ana González Olivera iba a ser profesora, pero al visitar un monasterio de clausura «tenía un fuego abrasador y vi que era el lugar que el Señor había preparado para mí» y es monja

* «Me encanta salir de fiesta, ir a las verbenas con mis amigas y bailar bebiendo mi vino, pero me nutre más la oración, el Señor y estar con Él. Otras cosas que antes te volvían loca van perdiendo fuerza»

Camino Católico.-  Ana González Olivera ha renunciado a su vida universitaria, a sus amigos y a sus paseos por las playas por su Tenerife natal para ingresar como monja de clausura en las clarisas de Cantalapiedra, un monasterio castellano que va recibiendo un goteo de jóvenes sedientas de un amor entregado totalmente al Sagrado Corazón de Jesús. Fue el pasado domingo 4 de octubre cuando ingresó en el convento.

Esta joven de 21 años perteneciente al Camino Neocatecumenal tiene claro que este ha sido el momento en el que “el Señor me ha llamado y ha elegido un lugar para mí». Y es por ello que siente mucha paz ante un gran salto al vacío que implica un cambio total de vida. Su llegada a este convento salmantino no es casualidad. Ana comenzó Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna, en Tenerife, para cumplir su sueño desde niña de ser profesora de Lengua. Y tras haber cursado dos cursos en Canarias recibió una beca para estudiar en la Universidad de Salamanca. Ahí empezó “todo”.

Ana relata que precisamente en octubre de 2019, hace justo un año, fue al convento de las clarisas de Cantalapiedra para un Jubileo. Allí quedó cautivada con la vida de estas religiosas contemplativas. Fue en el convento de Cantalapiedra donde su corazón le pedía quedarse y que fue allí donde el Señor quiere que esté. Tras esa “experiencia increíble”, cuenta a Salamanca 24 horas, se mantuvo en contacto con las hermanas. En este proceso ya vio claro que “ese era el lugar que el Señor había preparado para mí” y decidió “responder a su llamada”.  Ana habla con pasión de lo afortunada que se siente al haber recibido estas señales: “Tenía un fuego abrasador, un deseo que consume. Me gusta porque el Señor no espera nada de mí. Me ha seducido y me he dejado seducir”, explica. Y es así, con la imagen de “amor” con la que describe al Señor, la que ha hecho que “niegue su vida en voluntad de Dios”.

Una vez tomada la decisión, las aspirantes deben atravesar una serie de etapas de preparación para la clausura donde “se busca que te conozcas, que sepas tus carencias y qué puedes ofrecer al Señor, que se gane hábito de oración”. Además, durante la etapa de noviciado, Ana convivió en el convento con las hermanas y, según confirma, “estaba como pez en el agua”. Es por ello que la joven está segura de que ese es “el lugar donde su corazón está bien”.

Un cambio en la visión que tenía de las monjas

Resulta muy real la forma que tiene Ana de describir cómo ha ido modificando su forma de ver a las monjas. “Yo tenía la imagen de una monja como vieja, triste y silenciosa, pero eso cambió cuando empecé a conocerlas en las convivencias”, y aprovecha para desmentir la creencia popular de que “las monjas son captadoras de vocación, la decisión es voluntaria. No son el hombre del saco, quieren que seas feliz”.

Algo que molesta a la joven es que existen unos estereotipos arraigados a la Iglesia. “Que yo sea cristiana no quiere decir que sea de derechas ni homófoba y, de primeras, se te tacha de todo eso. Parece que la Iglesia se convierte en una secta y no es así. Yo no estoy yendo a hacer daño a nadie”.

En cuanto a la rutina que se lleva dentro del convento, Ana explica que depende de la situación. “La que tiene 96 años envuelve polvorones y las jóvenes cargan con sacos”. De cualquier modo, se llevan unos horarios marcados por la Oración desde primera hora del día hasta por la noche.

“Me nutre más la oración, el Señor y estar con Él. Otras cosas que antes te volvían loca van perdiendo fuerza”

Ana es consciente de que cuando pase un tiempo dentro del convento, quizá eche de menos cosas, materiales o no, de la vida que deja atrás, pero por el momento admite no poder ser objetiva ya que ahora está “súper emocionada” por su entrada.

Menciona que le encanta la música y se pasa el día escuchando Spotify, con artistas como el Kanka o Rozalén de fondo. “En la clausura escucharé la música del coro, aunque me vendría muy bien el Kanka por las mañanas”, dice entre risas la joven.

Como a cualquier chica de su edad, “me encanta salir de fiesta, ir a las verbenas con mis amigas y bailar bebiendo vino”, pero siendo juiciosa, afirma que “me nutre más la oración, el Señor y estar con Él. Otras cosas que antes te volvían loca van perdiendo fuerza”.

Sin quererlo, despierta la curiosidad saber si Ana ha tenido novio en su pasado. Tal y como cuenta, “no llegué nunca a tener algo serio, pero sí pasaron cosas que pasan en las fiestas de los pueblos”. No obstante, “hubo un chico con el que pensé que podría tener algo, pero no mirábamos los dos al mismo lado. Yo miraba a una relación cristiana y casta y tuve claro que eso no era de dos”.

Sus amigos, algunos de la infancia, otros de la universidad, algunos cristianos, otros no creyentes, algunos practicantes y otros creyentes pero no practicantes, han reaccionado de diferente manera. Si bien Ana tiene claro que “al final la que tiene la vocación para entrar soy yo, el resto lo lleva como puede”. En sus últimos días en Tenerife, Ana ha aprovechado para “pegarse una chuletada” con algunos de ellos, lo que en tono de broma su madre denominó “su despedida de soltera”.

Los padres de Ana pertenecen al Camino Neocatecumenal, cuyos miembros en España son más conocidos como “kikos”, por lo que se ha criado, junto con sus dos hermanos mayores, en el seno de una familia cristiana. No obstante, ni ellos ni sus amigos se esperaban esta decisión.

En la reacción de sus padres, Ana diferencia la parte espiritual y la parte humana. Como explica, espiritualmente sus padres “lo llevan muy bien”, es la parte humana la que resulta más difícil. Su madre lamenta la distancia que va a haber entre ellos -su familia permanecerá en Tenerife- y su padre destaca la crudeza que conlleva el hecho de que el pasado día 4 dio a su hija el último abrazo.

Por su parte, sus hermanos están contentos, “vivieron un choque inicial cuando empecé a hablar con naturalidad de los conventos de clausura. Hace un año no se me habría pasado por la cabeza hablar de conventos y monjas”, cuenta Ana.


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