Ana Martínez buscaba el novio perfecto y éxito, hasta que Dios le habló en una oración y ahora es Carmelita Descalza

“Fui a orar un viernes Santo al convento de las religiosas del Monasterio de la Conversión, con las hermanas Agustinas. Muy ingenua, en la oración le hablé a Cristo y le dije «Te amo». En eso siento que lo acogió y Él me respondió con un «Yo también. ¿Te importaría que fueras esposa mía?». Le dije que en ese instante no había negocio posible; no quería aceptar su llamado. «Quiero un novio con excelentes características, que sea guapo, simpático», dije. «La verdad me da igual, proseguí, que fuera creyente o no creyente, lo importante es que me comprendiera, que me respetara», e incrédulamente le desafié agregando… «¡ya verás qué esposa iba a ser!»”

18 de septiembre de 2013.- (PortaLuz / Camino Católico)  Ana Martínez,  la hermana Ana de la Virgen del Carmen en el Monasterio del Corazón de Jesús y San José de las Carmelitas de Valladolid, se comprometerá con la toma de hábito este próximo 21 de septiembre, a las 12,30 horas, después de un año como postulante. Ella desea que todo el mundo ore por su fidelidad a Cristo. Hace un año cuando, el 8 de septiembre de 2012, entró  en el Carmelo -cuando fue tomada la foto con los amigos-, el programa “Iglesia en Valladolid” la entrevistó y hoy recuperamos en vídeo esa entrevista para fijarnos como el Señor va confirmando su camino de conversión y compromiso. Ana en la conversación cuenta su testimonio de como los caminos del Señor no son los nuestros. 

Ana de la Virgen del Carmen es una feliz esposa de Cristo que tiene el día ocupado por la oración personal y comunitaria que tiene su culmen con la celebración de la Eucaristía. Como trabajos cotidianos teje y cocina, pero ella subraya que “cuando haces todo en presencia del Señor, hasta respirar adquiere un sentido distinto”.

A los 23 años tuvo su encuentro personal con Cristo y no se planteaba  la vocación religiosa. Sus padres nunca habían sido cercanos a la Iglesia y ella con alegría declara que “haberme convertido en monja es algo que rompe un equilibrio dentro de mi familia. Ni siquiera conocían a las hermanas, el lugar donde me encuentro y al enterarse de mi decisión se les pasó por la cabeza muchas cosas”.

Como todas las jóvenes Ana tenía una vitalidad proactiva, amistades y salió con algunos chicos pero una inquietud interior surgió en forma de pregunta razonada: “Estudiaba Trabajo Social. De hecho ya trabajaba en un psiquiátrico y allí ayudaba a las personas; tenía mis amigos y por pasatiempo el pintar. De hecho había salido por varios años con distintos muchachos, pero llegó un momento en que me planteé la pregunta estrella «¿Soy Feliz?». Y me di cuenta que no”.

Sutil invitación en viernes Santo

La hermana Ana de la Virgen del Carmen  rememora  como en la semana santa de 2009 todo se precipitó. “Fui a orar un viernes Santo al convento de las religiosas del Monasterio de la Conversión, con las hermanas Agustinas. Muy ingenua, en la oración le hablé a Cristo y le dije «Te amo». En eso siento que lo acogió y Él me respondió con un «Yo también. ¿Te importaría que fueras esposa mía?». Le dije que en ese instante no había negocio posible; no quería aceptar su llamado. «Quiero un novio con excelentes características, que sea guapo, simpático», dije. «La verdad me da igual, proseguí, que fuera creyente o no creyente, lo importante es que me comprendiera, que me respetara», e incrédulamente le desafié agregando… «¡ya verás qué esposa iba a ser!»”.

Transcurridos seis meses Ana no podía apartar de su mente aquel dialogo con el Señor: “Estaba temerosa, al principio no me imaginaba de monja. Para muchos, ser monja no era atractivo, no es lo primero que se te viene a la cabeza. Terminando mis estudios, me planteé el futuro y vi que todo coincidía con lo que quería el Señor. Ocurre que todos esos sueños que tenía, cuando llama el amor, con el Señor se modifican junto con los anhelos del corazón”.

Lo cotidiano se vuelve divino

Ahora, al cumplirse un año de su entrada en las Carmelitas Descalzas del Monasterio del Corazón de Jesús y San José en Valladolid, Ana va a dar un paso más y valora su experiencia: “Me ha sorprendido la vida en este lugar. La gente me decía que me aburriría mucho. Se piensa que somos rigurosas hasta el ahogo, que se vive plana, que íbamos a perder nuestra identidad, pero no. Soy yo misma, en el momento que deje de serlo, dejaría de ser de Dios”.

Añade que las cosas más complicadas que ha tenido que controlar es su deseo de comunicarse con los amigos a través de las redes sociales. “Era capaz de estar todo el día pegada en Twitter, Facebook, al Whats App y a todo eso. El saber cómo están o qué están haciendo mis amigos, o escribir una frase. Antes, si quería saber de mis amigos, les escribía o les llamaba. Ahora, le pido al Señor que me los cuide”.

Ya con 25 años de edad y en pleno noviciado, Ana aprende de los frutos que le brindan los votos de obediencia, pobreza y castidad. Está tranquila, porque disfruta cooperando con todas las tareas. “Era lo mismo que pedía cuando estaba afuera. Uno de mis últimos trabajos fue ser teleoperadora y tenía que atender a alguien como si eso fuera la vida. Y hacerlo bien, o al menos con esa intención, con cariño”.

La vida es un “gran puzzle”

La pequeña Carmelita Descalza ha descubierto el sentido del servicio como alabanza al Creador y no teme enfrentar sus desafíos acompañada de la oración. “Hay un mundo por descubrir y cuando más creo que sé, menos es así. Cada vez que leo o rezo, es un momento único. Es como si estuviese armando cada pieza de un gran puzzle. El Señor es generoso y te enseña las cosas de tal manera que poco a poco vayas teniendo en cuenta para qué estás hecho”.

Hoy en el convento, Ana de la Virgen del Carmen hace un conmovedor llamado a las mujeres que quieren consagrar su vida a Dios. “Cada uno tiene su vocación. Pero yo les preguntaría si quieren ser felices. Si de verdad quieren serlo, la felicidad tiene nombre: Jesucristo. No pierdes nada, y ya verás cómo te responde. No deben tener miedo. Tu vida no debe regirse de momentos bonitos, no necesitas de una noche de copas, menos de un botellón para ser feliz”.

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