Andrés Galeano no tenía fe, se hundió en las drogas, el sexo, el alcohol, pero cambió de vida porque lo invitaron a una capilla de adoración: «Dios me llama y voy a ir allí»

* «Yo no sabía los misterios del rosario, sino que empecé a hacer el Ave María, diez veces, luego un Padre Nuestro. Y le dije al Señor: esa es mi oración porque no sé más… Sentía que me estaban metiendo candela (fuego) y cuando me puse en pie porque no era capaz de quedarme tanto arrodillado, al dar la media vuelta salió como un rayo de la Eucaristía y sentí como un choque en la espalda como cuando le meten una palmada a uno, sentí algo que había entrado en mí. Me confesé, empecé a comulgar todos los días, sediento de recibir es pan vivo del que habla el Evangelio, eso fue lo que encendió el motor para prender mi conversión»

Camino Católico.-  La guerrilla y su asedio ideológico impuesto con la violencia de las armas forzó a que junto con sus hermanos Andrés Mauricio Galeano, abandonase Granada (Antioquía, Colombia), el pequeño pueblito que lo vio nacer “Hubo una guerra muy fuerte y ahí es donde decidimos todos los hermanos ir viniendo uno por uno a Cali y así fue…” recuerda en diálogo con Ana Beatriz Becerra en PortaLuz.

Llegó así hasta Cali con apenas 13 años y comenzó una vida de supervivencia económica, trabajando en cuanto empleo encontrara: “Era lo que me saliera: un granero, de vendedor ambulante, lavando carros… siempre atento a no volver allá y tenía que trabajar para algún día traerme a mis padres… Y un día nos reunimos todos los hermanos, nos trajimos los padres a la ciudad, el hogar estaba otra vez conformado, gracias a Dios”.

El espíritu del mundo

Cuando cumplió la mayoría de edad legal, Andrés era autosuficiente en lo económico y al no ser un joven que se identificara con una fe religiosa, ni naturalmente inclinado a Dios, era una presa fácil. “Así el mundo me fue llevando, empecé a tomar, fumar, consumir marihuana, cocaína y a juntarme con la delincuencia”.

Su familia comenzó a preocuparse el derrotero que estaba tomando y su madre le advertía los riesgos, pero él no la escuchaba. “Mi hijito por qué siempre coge por allá, yo lo veo tan diferente, si usted no era así”, le decía ella.  “En cualquier momento lo van a matar”, replicaba uno de sus hermanos.  Era tal su atracción por los vicios que casi pasaba las horas del día esperando volver a consumir… “Uno se enloquece con eso, la vida lo va arrastrando y uno va acercándose al abismo” nos comenta.

Dios, en una capilla de Adoración Perpetua 

Ya no tenía paz Andrés. Su vida, dice, era un estar “hundido en el vicio, las drogas, el sexo y el alcohol”. Quizá alguna vez sintiendo la mordida física y anímica en las horas que permanecía sin consumir, tirado en su cama, recordaba los años de infancia en Granada cuando todos en familia rezaban el rosario. “Yo no tenía paz, me sentía vacío y mi madre seguía rezando el rosario por mi conversión y pedía a cuanta persona conocía: ‘rece por mi hijo”. Aun viendo aquel sufrimiento que causaba, continuaba sin buscar ayuda para luchar contra su adicción.

Hasta que un amigo -dice Andrés- le invitó a “un lugar muy especial”, que acabó siendo una capilla de adoración perpetua. Lo único que en su mente pensó al entrar, agrega, fue “en la paz tan hermosa” del lugar. Poco le duró sin embargo aquel instante ante Dios y nada más salir volvió a su vida habitual.

No olvidó sin embargo aquel instante y cada vez que el vacío, la angustia lo acorralaba intentaba irse con su mente hacia esa capillita.  Era casi un llamado que se hizo intenso durante la mañana y la tarde del 31 de agosto de 2010. Llegada la noche sus amigos le invitaron a una fiesta: “haremos un asado y tenemos mujeres, trago, licor, drogas, de todo” le dijeron. Y entonces, sin saber de dónde le venían las palabras, respondió: “Ya no quiero llenarme más de esos vicios hermano, yo quiero irme donde Dios”.

10 Ave María y 1 Padre Nuestro

Era muy de noche, pero Andrés, dice haber sentido claramente… “una sed de Dios una necesidad de Dios muy fuerte adentro” y así se lo dijo a su hermano al partir: “yo siento que Dios me está llamando y me voy a ir allí”.

Al llegar se arrodilló frente al Santísimo y no supo qué decirle. Tras unos minutos de silencio las oraciones que en familia rezaban durante el rosario, afloraron en su recuerdo y las fue pronunciando, lento, en voz baja: “Yo no sabía los misterios, sino que empecé a hacer el Ave María, diez veces, luego un Padre Nuestro. Y le dije al Señor: esa es mi oración porque no sé más”.

Recuerda que delante de él se encontraban unas señoras rezando y una de ellas comenzó a orar en voz alta: “Rezaba por los jóvenes que estaban alejados de su familia… yo me quedé como en shock y arrodillándome dije ‘esta oración me va a hacer bien a mi’.  Sentía que me estaban metiendo candela (fuego) y cuando me puse en pie porque no era capaz de quedarme tanto arrodillado, al dar la media vuelta salió como un rayo de la Eucaristía y sentí como un choque en la espalda como cuando le meten una palmada a uno, sentí algo que había entrado en mí”.

Luego de esta experiencia tuvo total claridad de lo que debía hacer y se fue a confesar.  Una confesión de vida después de 13 años y se volvió un adorador… “De ahí empecé a comulgar todos los días, sediento de recibir es pan vivo del que habla el Evangelio, eso fue lo que encendió el motor para prender mi conversión”.

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