Ascen Gamonal fue curada de la columna por intercesión del beato Álvaro del Portillo y su marido que era ateo se convirtió: «Dios entró en mi vida con una explosión de color»

«Empecé a rezar la estampita y me abandoné completamente. Por entonces tenía que hacerme las pruebas del preoperatorio, y comencé a caminar ya sin muletas. Fui mejorando día tras día, hasta que un día el médico me dijo: “No, ya no te operamos. ¿Qué es lo que has hecho?”. Y yo le dije: “¡Pues rezar!”…A raíz de ahí dio un vuelco mi vida.  Veo al Señor donde antes no le veía. Entendí que no somos nosotros los que llevamos las riendas de nuestra vida. No me canso de hablar del amor de Dios, porque tenemos la responsabilidad de dar testimonio de Él. Estoy enamorada de Él, lo he sentido muy cerca. Ahora me abandono a su voluntad. Soy más libre. Sé que Dios existe y he experimentado su amor. Es la felicidad más plena y real»

16 de abril de 2018.-  (Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo -Fotos: Ascen Gamonal / Alfa y Omega / CaminoCatólico.com)  La sanación tras un milagro, ¿se queda solo en lo físico o va más allá? Ascen Gamonal fue curada de una fuerte dolencia en la columna.

«Yo siempre he sido cristiana, fui a un colegio católico, oía hablar de Jesús…, pero para mí fue algo que pasó hace dos mil años y que se resumía en ser bueno y no hacer el mal»,reconoce Ascen. Acostumbrada a querer controlar su vida, Ascen Gamonal y su marido se lanzaron a tener descendencia a los diez años de casados, «solo cuando había obtenido cierta situación en el trabajo y tenía más o menos dominada mi vida». Pero un día, a los tres meses de dar a luz a su segundo hijo, Ascen intenta levantarse de la cama y no puede. Tiene el nervio ciático pinzado y tres hernias discales: «no me podía ni mover. Tenía unos dolores horribles y dos niños pequeños. Yo estaba para que me cuidaran, no para cuidar a nadie. Adelgacé 15 kilos, porque no podía comer ni dormir». Llegaron las operaciones pero Ascen no mejoraba, y a su calvario se sumaba la incomprensión de los responsables de su empresa, que finalmente tuvo que dejar entre un ir y volver de bajas médicas. Con 36 años, en medio de graves dolores, le programaron una nueva operación de más calado, pero los médicos le advirtieron: «Tu vida no va a ser la misma y no vas a poder hacer todo lo que hacías antes, vas a estar muy limitada».

Entonces, alguien le ofreció una estampa de don Álvaro del Portillo, a quien iban a beatificar por aquellas fechas en Madrid. «¿Y este señor quién es?», fue lo primero que respondió Ascen Gamonal. Pero se animó a rezar la oración de la estampa. «Yo le dije a mi madre que iba a rezar a ese señor para que hiciera un milagro conmigo. Empecé a rezar la estampita y me abandoné completamente. Por entonces tenía que hacerme las pruebas del preoperatorio, y comencé a caminar ya sin muletas. Fui mejorando día tras día, hasta que un día el médico me dijo: “No, ya no te operamos. ¿Qué es lo que has hecho?”. Y yo le dije: “¡Pues rezar!”», cuenta Ascen.

«A raíz de ahí dio un vuelco mi vida»,sigue contando, no ya solo por la curación física, «sino porque me di cuenta de qué relación tan especial puedes llegar a tener con Dios y cuánto nos quiere para hacer un milagro hoy en día. Después de 2.000 años Dios sigue actuando».

Durante una semana, Ascen no supo cómo reaccionar, pero después «todo ha sido una explosión. Dios ha entrado en mi vida con una explosión de color. Veo al Señor donde antes no le veía. Entendí que no somos nosotros los que llevamos las riendas de nuestra vida, y que mientras no nos demos cuenta no seremos felices».

Su marido fue también alcanzado por todo lo que estaba pasando su mujer. «Él era ateo, y no entendía que había comenzado a ir a Misa todos los días para recibir el amor de Dios. Decía que era todo una casualidad, pero empezó poco a poco a acercarse a la Iglesia y ahora es él el que me dice: “Ascen, vamos a Misa”. Ha tenido una conversión muy fuerte».

Hoy Ascen explica: «no me canso de hablar del amor de Dios», porque «tenemos la responsabilidad de dar testimonio de Él». Además, «estoy enamorada de Él, lo he sentido muy cerca. Le veo en mis dificultades con el trabajo, le veo en las demás personas, en todas partes… Soy consciente de que Jesús ha muerto por ti y por aquel, que conoce tus alegrías y tus tristezas, que sabe el último pelo de tu cabeza… Vivo de modo muy diferente, con más libertad. Antes veía problemas, y ahora me abandono a su voluntad. Soy más libre, no me preocupo en si caigo bien o caigo mal, estoy tranquila en medio de los apuros económicos, sabiendo que Dios provee y que Él nos cuida. Yo me siento muy cuidada por Dios. Tengo lo más importante, que es el amor de Dios. Sé que Dios existe y he experimentado su amor. Es la felicidad más plena y real».

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

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