Carlos Bou al morir su esposa se aleja de la fe y viudo, con dos hijos, se enferma, se confiesa, Cristo lo llamó y es sacerdote: «El Único que te da plenitud de corazón es Dios»

* «Cuando estaba enfermo, no sabían lo que tenía, estuve de baja y pensé que me moría en pecado mortal y que necesitaba comulgar y confesarme. Hacia 15 años que no me confesaba. El sacerdote no me preguntó nada y me salieron todos los pecados y cosas que había hecho mal como un torrente. Él solo me decía: `Tranquilo, el Señor te perdona´ y me dio un abrazo. Sentí el amor misericordioso del Señor y ese abrazo me cambió la vida. El Señor me estaba esperando para decirme: `Carlos, te perdono´. Ese momento me cambia la vida, cuando te das cuenta de la obra misericordiosa que el Señor hizo conmigo. Tenía un ansia grandísima de acercarme a la palabra de Dios»

Camino Católico.- Carlos Bou Aliaga, viudo, con dos hijos, alejado de la fe y ahora sacerdote, cuenta cómo Dios ha guiado su vida en una entrevista en el programa «Cambio de Agujas» de H.M. Televisión. Con una infancia llena de religiosidad, Carlos acaba casándose por la Iglesia y teniendo 2 hijos. Su mujer enferma y muere, y es entonces cuando Carlos se pregunta: “¡¿Dónde está Dios?!”. Esa situación le lleva a vivir alejado de la fe.

Viudo y con dos hijos pequeños vuelve a casa de sus padres, y aunque él se creía el rey del mundo porque lo tenía todo, realmente estaba vacío. Carlos cae enfermo, casi para morirse, y es ahí donde encuentra la necesidad de confesarse y recibir al Señor, que lo llama a ser sacerdote.

Desde su visión actual de todo lo que ha vivido, Carlos Bou reconoce que recibió una educación profundamente católica y de haber tenido acompañamiento espiritual habría sido sacerdote desde su juventud. Sin embargo, a los 22 años, se casó. Pero también es consciente que Dios nunca se alejó de su vida, aunque él no tardó en distanciare de la fe cuando llegó el dolor a su vida.

La primera contrariedad vital que le sumió en un profundo dolor fue saber que, casi con toda certeza, su hija recién nacida -María- moriría pocos días después de nacer por una parálisis cerebral severa. «Mi mujer se volcó en la atención de la pequeña, nuestro matrimonio se deterioró y tuvo una leucemia. Se murió en un año». Y entonces se preguntó: «¿Dónde estaba Dios ahí?»

Tenía 30 años cuando se quedó viudo, con dos hijos, una muy enferma, y Carlos se mudó a casa de sus padres. «Sin ellos no hubiera sido nada ni habría podido trabajar», recuerda.Pero gracias a su ayuda entró a trabajar a una gran multinacional valenciana que le permitió darse toda clase de lujos y «vivir como si fuera el rey. Tenía un buen sueldo, coche, tarjeta… me creía el rey del mundo y quería mandar», mientras vivía alejado de la fe con la que había crecido.

Carlos Bou Aliaga el día que fue ordenado diacono, en primera fila, el segundo por la derecha, con el Cardenal Cañizares y los compañeros que también recibieron la ordenación

«Cogí una enfermedad y me hospitalizaron mientras vivía completamente en el mundo. No iba a misa y llevaba 15 años sin confesarme. Estaba completamente separado de la Iglesia y vivía completamente en el mundo», asegura.

En esa situación empezó su conversión y transformación: «Cuando estaba enfermo, no sabían lo que tenía, estuve de baja y pensé que me moría en pecado mortal y que necesitaba comulgar y confesarme». En cuanto pudo buscó un sacerdote para recibir los sacramentos y encontró a un anciano párroco que hoy recuerda como «el rostro del padre misericordioso en la parábola del hijo pródigo».

«No me preguntó nada y me salieron todos los pecados y cosas que había hecho mal como un torrente. Él solo me decía: `Tranquilo, el Señor te perdona´ y me dio un abrazo. Sentí el amor misericordioso del Señor y ese abrazo me cambió la vida. El Señor me estaba esperando para decirme: `Carlos, te perdono´. Ese momento me cambia la vida, cuando te das cuenta de la obra misericordiosa que el Señor hizo conmigo. Tenía un ansia grandísima de acercarme a la palabra de Dios», relata.

En su convalecencia, Carlos se prejubiló y se dedicó a «recuperar todo ese tiempo perdido» dedicándose a la Iglesia y a Cáritas, recibía los sacramentos a diario y profundizó en la fe que creía olvidada. Pasaron los años y se dedicaba a «ser un buen laico» hasta que, una vez jubilado, sintió que Dios le llamaba a estudiar Teología.

Carlos Bou Aliaga, en primera fila, el segundo por la izquierda, días antes de ser ordenado sacerdote con los compañeros que también recibirían la ordenación presbiteral el mismo día que él

«Tenía 52 años y cuando presenté la solicitud, el rector de la facultad me llamó y me preguntó: `¿Tú no tienes vocación sacerdotal?´».

Hasta ese momento Carlos no se había planteado que pudiese estar llamado al sacerdocio, pero pocos días después le llamó el rector del seminario menor de Valencia y comenzó a acompañarle espiritualmente hasta que un día dijo: `Lo tengo claro´».  «Era un bicho raro, tenía 50 años, dos hijos…siempre me consideré mayor para ordenarme, pero el Señor me puso gente maravillosa y me ayudaron muchísimo. Tuve una entrevista con Carlos Osoro, apostó por mí y junto con otros cuatro compañeros mayores, entramos al seminario», relata.

Concluidos los años de formación y una vez ordenado, Carlos relata su historia con frecuencia en las homilías y menciona que por encima del éxito económico y laboral, «el Único que te da la plenitud de corazón es Dios, el Señor«.

El sacerdote y padre de dos hijos recuerda la última llamada que recibió del obispo antes de su ordenación, preguntándole qué era lo que más miedo y respeto le daba del sacerdocio. «Le dije que el sacramento del perdón. `¿Seré capaz de poder dar una palabra de perdón a la gente?´ Con que hagas patente y visible la decima parte de lo que el Señor te ha perdonado y te ama, serás un buen confesor. Y eso es lo que procuro hacer cada vez que confieso y absuelvo los pecados», comparte Carlos.


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