Christopher Hartley, sacerdote misionero que ha bautizado, catequizado y defendido a más de 6.000 semiesclavos del negocio del azúcar: «Comprendí que el Evangelio tenía que ser vivido, no leído»

* “Voy andando sin saber lo que vendrá. Dios me da la fuerza. Me hice valiente en la medida en que me di cuenta de cuánto amaba a la gente que Jesucristo me había confiado pastorear. Amo a esas personas porque son la presencia de un Viernes Santo interminable, rostro de Jesús que me dice: “A mí me lo hiciste”»

* “No sabemos a qué precio le echamos azúcar al café cada mañana. Para nosotros, el azúcar es dulce, pero para los trabajadores de los cañaverales es amargo; un azúcar rojo por su sangre derramada”

19 de marzo de 2014.- (Lourdes Téllez / Revista Misión Camino Católico)  Juan Pablo II lo ordenó sacerdote con tan solo 23 años. Corría el año 1982 y el joven Christopher Hartley tenía clara su vocación misionera. Hijo de un rico empresario inglés y de una aristócrata española, su vida pudo haber sido cómoda y exitosa. Pero, a los 15 años, lo dejó todo para ingresar en el Seminario de Toledo. Una llamada que dos años después se completaría al conocer la vida y obra de Teresa de Calcuta. Sacerdote y misionero, “estaba convencido de que iba a dedicar toda mi vida a trabajar con ella, con su obra”. Antes de ordenarse, aprovechó todos sus veranos para trabajar con las Misioneras de la Caridad en Londres, en los vertederos de la Ciudad de México o en las calles de Calcuta. Tras su ordenación y después de trabajar ocho años con la comunidad hispana del Bronx, de Nueva York, el siguiente destino misionero del P. Christopher Hartley fueron los cañaverales de la República Dominicana, donde bautizó, catequizó y defendió a más de seis mil semiesclavos del amargo negocio del azúcar. En 2006 fue expulsado por el Gobierno y los terratenientes dominicanos. Hoy en día vive y se desvive por los habitantes del sur de Etiopía, en la desértica frontera con Somalia. A la pregunta ¿Qué es  “evangelizar”?, el día a día de este misionero ofrece una respuesta humilde, tajante y comprometida.

– Del Bronx neoyorquino al campo dominicano… ¿qué se encontró allí?

– Llegué a San José de los Llanos, en la provincia de San Pedro de Macorís, para ser un párroco de pueblo. Sabía que era un lugar pobre, pero pensaba en los parámetros que yo había conocido con la Madre Teresa. Sor Idalina, una religiosa brasileña, me dijo nada más llegar: “¿Sabe que tiene prohibida la entrada a los bateyes de la familia Vicini?”. No sabía ni lo que era un batey –un cañaveral–, ni conocía a esa familia. A lo largo de dos años, me fui adentrando en las plantaciones, hasta que pude recorrer todos los poblados del término parroquial. Gracias a esto, tomé conciencia, con toda su crudeza, de la situación espantosa e infame en que vivían las personas de quien yo era su pastor, su párroco.

– ¿Puede describirnos esa vida?

– Vivían hacinados en barracones, sin la mínima higiene, en condiciones más dignas de una pocilga que de personas. Sus duchas eran los abrevaderos de los bueyes. La gente estaba siempre hambrienta. La enfermedad y la muerte eran la inseparable sombra de esas personas, que no contaban con atención médica, al contrario que los bueyes. Para la empresa, un buey era mucho más valioso que un ser humano. Los niños no tenían acceso alguno a la educación y, si trataban de llegar a una “escuela”, muchos caían en redes de abusos sexuales. Los trabajadores ni siquiera entendían el concepto de “derechos”. Para estas familias multimillonarias, la vida humana era solo un instrumento de trabajo, y los empleados, material desechable cuya finalidad era picar caña hasta el final de sus vidas.

¿Qué se encontró en el plano religioso?

– Entre la gente había un gran sincretismo religioso. Se hacían llamar católicos, pero todos practicaban el vudú. Completamente abandonados de la Iglesia, nunca se había bautizado a ningún niño ni se había celebrado misa. Me dediqué a ser párroco, escuchaba a todos, su llanto y sus penas, atendía a los enfermos, celebraba misa… En nueve años bauticé a 6.000 personas.

¿Tuvo problemas con los dueños de las plantaciones?

– De toda la zafra azucarera de la República Dominicana, el 50 por ciento está en manos del Estado y el otro 50 lo poseen tres familias: los Fanjul, los Vicini y una familia guatemalteca. La abogada de la diócesis me animó a denunciar esta espantosa situación que se estaba dando en los cañaverales. La oportunidad surgió a principios del año 2000, cuando una señora me pidió que hiciera una “invocación” en un acto político con el presidente de la República. Lo aproveché haciendo un discurso que empezaba así: “Señor presidente, se dé usted cuenta o no, ha llegado a la antesala del infierno. Permítame que se lo describa…”. Pensé que explotaría un petardo, pero explotó una bomba atómica.

– ¿Qué consecuencias tuvo?

– Amenazas de muerte. El Gobierno dominicano tuvo que ponerme protección oficial durante los dos últimos años. No podía celebrar misa sin que hubiera un hombre con una escopeta al lado. Entonces, el ministro de Asuntos Exteriores dominicano declaró que me había convertido en un problema de seguridad nacional y, en 2006, me echaron del país. Tristemente, todos los órganos del Gobierno estaban involucrados, participaban y se beneficiaban del tráfico de personas en los bateyes.Durante esos nueve duros años, ¿hubo algún cambio o todo fue en balde? Hubo muchos cambios, aunque ni definitivos ni totales, pero algo mejoró. Ha disminuido el tráfico de personas y la explotación infantil. Han empezado a pagarles en dinero, no con vales. Si antes les pagaban 75 céntimos de euro por cortar una tonelada de caña, ahora les pagan menos de 2 euros.

¿Cómo trabajar por la justicia sin hacer política?

– Cuando me ordené sacerdote lo hice para servir a personas. No me ordené para servir a las almas o los cuerpos por separado. Porque un alma sola es un fantasma y un cuerpo solo es un cadáver. El día de mi ordenación, el Papa Juan Pablo II nos dijo que nos comprometiéramos con todas las causas justas de los trabajadores. No tenía que leer doctrinas extrañas, todo estaba en el Evangelio, el Magisterio de los Padres de la Iglesia y la Iglesia católica. La doctrina social de la Iglesia a mí me ha dado más que de sobra para saber qué tenía que hacer. Me dediqué a atender a la totalidad de la persona: sus necesidades espirituales; pero también defendí al rebaño de los lobos que lo devoraban. El lema que les anuncié y que siempre me acompañó fue “no tengan miedo”, porque el terror es lo que ha sostenido esta industria.

¿Qué hizo tras ser expulsado de la República Dominicana?

– Fui a ver a la hermana Nirmala, sucesora de la Madre Teresa, que se encontraba en Etiopía. Me dijeron que la región oriental de Etiopía nunca había sido evangelizada y me llamó la atención. Ahí vivo desde 2007, en Ogaden, a 250 kilómetros de la frontera con Somalia. Es mi sitio, es mi misión. 

– ¿Cómo evangelizar donde parece que la mano de Dios no ha pasado nunca?

– ¡Pero está pasando por primera vez! Evangelizar es anunciar a Cristo por primera vez. Y evangelizamos con estos primeros signos de amor que ve esta gente: darles de comer, vestirles, asistirles en las obras de misericordia que aprendimos de pequeños en el catecismo…

– Actualmente, ¿cuál es su labor en Etiopía?

– Hemos construido un colegio para 300 niños y estamos creando un centro nutricional y educativo, con talleres de formación profesional para las madres y los jóvenes, en un terreno de siete hectáreas que me ha cedido el Gobierno etíope. 

– ¿Han tenido algún problema con las autoridades locales, al ser de religión musulmana?

– Aunque Etiopía es un país mayoritariamente cristiano ortodoxo, la región en la que vivo es musulmana casi en su totalidad; solo tengo seis católicos, pero el amor no conoce fronteras. No me hice sacerdote para atender a católicos, sino a personas, y nadie me dijo que si una persona no es católica no es mi oveja. El hambre no conoce religión ni color de piel.

¿Qué objetivos tiene para el futuro?

– No tengo objetivos. Estando el sacerdote católico más cercano a 800 kilómetros y el obispo a 1.200 kilómetros, mi misión es estar ahí, para que Jesucristo pueda estar.

 – ¿Cómo sale un valiente misionero como usted de un niño “pijo”?

– Yo no sabía si era valiente cuando estaba en España, porque nunca había tenido que serlo. Ni siquiera soy consciente de lo que soy capaz, simplemente voy andando sin saber lo que vendrá. Dios me da la fuerza. Me hice valiente en la medida en que me di cuenta de cuánto amaba a la gente que Jesucristo me había confiado pastorear. Amo a esas personas porque son la presencia de un Viernes Santo interminable, rostro de Jesús que me dice: “A mí me lo hiciste”. 

– Es el Evangelio puro y duro…

– Es simplemente preguntarse  “¿Soy el buen samaritano que se detiene ante la persona que está en el suelo, o paso de largo? Lo dice Jesús en el Evangelio, no Karl Marx. Lo que pasa es que es muy fácil leer esta parábola en una misa dominical en el madrileño barrio de Salamanca, donde no significa nada. Me di cuenta de que tenía que poner en práctica el Evangelio, que existía para ser vivido, no para ser leído. Y tuve la suerte de encontrarme en situaciones donde había que vivirlo.

– ¿Ha tenido momentos de flaqueza?

– He llorado y he sufrido mucho, pero también he rezado mucho. Pero las penas de un cura son solo para Jesucristo. 

– Estando tan lejos, ¿se ha sentido solo?

– Aunque he estado siempre solo, nunca me he sentido abandonado. He tenido parroquias maravillosas, como la de San José de los Llanos, cuyos fieles se encerraban en la iglesia conmigo cuando apedreaban mi casa… Solo tengo agradecimientos para la Iglesia. 

– ¿Es España hoy terreno de misión?

– Veo en España una sociedad muy paganizada, con una Iglesia que lentamente empieza a despertar. Hay mucha cobardía en todos los niveles: desde la jerarquía hasta los laicos. Es la Iglesia del silencio, pero de un silencio autoimpuesto. Una Iglesia acomplejada, a la que le da vergüenza manifestarse como católica.

– ¿Es la Iglesia española suficientemente activa?

– El silencio de los pastores ha hecho que los lobos devoren el rebaño. Creo que lo que aquí llaman “prudencia” no es más que cobardía disimulada. El día en que la Iglesia despierte y salga a la calle, el mundo cambiará. Para que el mal triunfe, basta con que el bien no haga nada… 

– ¿Dónde está el límite entre la fe y el fundamentalismo?

Para llegar a ser fundamentalista hay que sobrepasar mucho el límite. El que una persona se santigüe antes de comer en un restaurante ya se considera fundamentalismo. España es una sociedad pagana con prácticas católicas. Paganos de buena voluntad que van de vez en cuando a misa. Además, hay un gran analfabetismo religioso, una especie de beatería y confusión religiosas. Hace falta tener un equilibrio entre la doctrina social de la Iglesia y una vida espiritual firme y recia.

El amargo sabor del azúcar

Los casi 12.000 kilómetros que separan Etiopía y su antigua misión en la República Dominicana no han impedido al P. Christopher fundar el Clarkson-Montesinos Institute (clarkson-montesinos.org). Su objetivo: luchar por la dignidad de los trabajadores de los bateyes y, sobre todo, concienciar a la población mundial de la miseria que se esconde detrás de la industria azucarera. “No sabemos a qué precio le echamos azúcar al café cada mañana. Para nosotros, el azúcar es dulce, pero para los trabajadores de los cañaverales es amargo; un azúcar rojo por su sangre derramada”, explica el P. Hartley. Tomando como referentes a Thomas Clarkson, padre del abolicionismo en Inglaterra, y a fray Antonio de Montesinos, misionero que luchó por los indígenas dominicanos, el P. Hartley confía en que sus antiguos parroquianos puedan, algún día, disfrutar de lo más elemental: vivir con la dignidad de saberse hijos de Dios. 

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