Clara, agresiva contra los católicos, pidió a su madre que abortara a su hermano, pero Dios salió a su encuentro y se hizo monja: Dijo «sí» al descubrir «un amor que no tiene fin»

Camino Católico.  Segunda de cuatro hermanos, Clara nació en el seno de una familia practicante de Italia, pero pronto se alejó de la parroquia y experimentó una larga y profunda rebelión que la llevó a cuestionar todos los valores que le habían transmitido sus padres.

«Pensaba que ser libre era ir contra la Iglesia»

«Siempre tuve en mi corazón el deseo de libertad; para mí, la libertad llegó a ser incluso más importante que la felicidad. (…) Pensaba que para ser libre había que quebrantar los límites. (…) Esto dio lugar a una gran rebelión en mi interior», explica ahora la Hermana Clara, de las Hermanitas del Inmaculado Corazón, en un testimonio que ha sido grabado para Youtube y del que se ha hecho eco la edición de Aleteia en inglés y lo sintetiza y traduce  Silvia Lucchetti.

Este gran deseo de libertad chocaba, para ella, con las enseñanzas de la Iglesia, pues consideraba que «los Diez Mandamientos eran 10 imposiciones» y, por tanto, «una forma de ser libre era ir en contra de esta institución».

Quería que su madre abortara

Cuando Clara entraba de lleno en la adolescencia, su madre descubrió que esperaba un bebé por cuarta vez. Un embarazo imprevisto e inesperado, que enfureció a la segunda hija mayor: Clara no quería otro hermano y creía que lo correcto era que su madre abortara.

«Cuando mi madre se quedó embarazada me enfadé mucho, porque ya éramos mayores (…) y el cuarto hijo era una carga (…). Deseaba que abortara. Yo estaba a favor del aborto, y decía defender los derechos de la mujer», explica.

Como su madre hizo oídos sordos a esas sugerencias, el enfado de la joven fue en aumento. Sin embargo, «cuando nació el bebé me enamoré de él (…), hasta tal punto de que – un poco para acallar el remordimiento que llevaba conmigo por haber querido matarlo – lo mimé muchísimo y se convirtió en el centro de mi vida», confiesa.

En lucha contra la Iglesia

Aquel cambio con su hermano no afectó a su fe, pues  «seguía muy alejada de la Iglesia y permanecía en contra de los católicos».

Tanto, que se fijó el objetivo de descubrir los pecados de los sacerdotes para utilizarlos contra los creyentes. Así, siendo solo una adolescente, «cuando me topaba con católicos, quería ponerles entre la espada y la pared», dice.

Eso sí, cada domingo continuaba yendo a misa junto a su familia, pues sus padres no dejaban a sus hijos faltar a la eucaristía.

Su hermano, al borde de la muerte

Cuando Clara terminó el Bachillerato, su hermano pequeño enfermó de gravedad. Le diagnosticaron una severa y agresiva enfermedad estomacal, que no remitía con los tratamientos médicos y que ponía en serio riesgo su vida.

Semejante prueba sumió a la joven en la desesperación; temía perder a su hermano y se sentía culpable por haber pensado alguna vez que no debía nacer: «Fue el peor momento de mi vida. No solo estaba preocupada y apenada (…) Me sentía responsable; pensaba que ése era el castigo que Dios me enviaba. Como yo había querido matar a mi hermanito, ahora pensaba que el Señor lo hacía morir para decirme: «¿Lo ves? Querías acabar con él y ahora sí que me lo voy a llevar»».

«Un toma y daca con Dios»

Desesperada, Clara sintió el deseo de rezar por su hermano. Pero, ¿qué oraciones debía decir? No soportaba la monotonía del Rosario, así que trató de «comprar a Dios»: «Era algo así como: «Tú haces algo por mí y yo haré algo por ti». Así que dije al Señor: Seas quien seas, estés donde estés, te pido que salves la vida de este niño. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa a cambio».

Incluso, le propuso hacer lo que más detestaba: juntarse con otros católicos. «Si intervienen poderosamente en la vida de este niño, estoy dispuesta a pagar yendo al Gifra», un grupo juvenil de los franciscanos, al que ya pertenecía su hermana.

«Tenía que pagar mi deuda»

El Señor no tardó en responder y la enfermedad se curó de repente. La joven no tuvo más remedio que «pagar su deuda» y asistir a aquel grupo juvenil, que suponía frecuentado por personas deprimidas, incompletas y aburridas.

Y aunque las primeras veces se mantuvo fría y distante, la sencillez y sinceridad de aquellos jóvenes, que no tenían miedo de mostrar sus defectos y debilidades, le rompió lo esquemas.

La misión en Albania y la mirada de Dios

Siguió asistiendo al grupo y, aunque ya tenía novio, decidió irse con aquellos jóvenes de misión a Albania.

Allí, en medio de la miseria, experimentó una paz y una satisfacción extraordinarias, una felicidad que no parecía tener sentido dada la pobreza del entorno y el cansancio que sentía. En la misión, se ocupaba de limpiar y ordenar la capilla, y participaba en la adoración eucarística. Fue allí, cara a cara con el Señor, cuando se sintió, por primera vez, mirada y amada por Él.

La vocación

A su regreso a Italia, la Misa diaria se convirtió en parte de su rutina, la relación con su novio se complicó y, por primera vez, la idea de hacerse monja surgió en su cabeza.

A pesar de los miedos, las resistencias y las dudas, la llamada se hizo cada vez más fuerte. Cuando dijo «sí» a Dios, la Hermana Clara descubrió «un amor que no tiene fin», y se dio cuenta de que la plenitud se alcanza haciendo la voluntad de Dios, dándole gloria.

Como dice el salmo 139: «Te doy gracias porque me has creado portentosamente,
porque son admirables tus obras:
mi alma lo reconoce agradecida».


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