Comentario de la 2ª lectura del Domingo: El amor es el don supremo del Espíritu Santo / Por P. José María Prats

* «Alcanzar la madurez espiritual abriéndonos al don del amor, el don definitivo que no desaparecerá nunca porque es la esencia misma de Dios. Y sabremos que hemos recibido este don cuando hayamos asumido existencialmente que cada ser humano es una parte inseparable de nosotros mismos, que nuestro yo está habitado por toda la humanidad, incluyendo sobre todo a Jesucristo, por quien llega a nosotros el amor del Padre”

Cuarto domingo del tiempo ordinario – Ciclo C:

2ª Lectura: 1 Corintios 12, 31-13, 13:

Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.

Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.

¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.

Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

Comentario:

P. José María Prats / Camino Católico.- Esta lectura de San Pablo nos invita a revisar nuestro modo de asumir los dones que recibimos de Dios. Todo depende de nuestra actitud fundamental ante la vida, la cual oscila entre dos polos: egocentrismo y amor.

La persona egocéntrica se ve a sí misma como centro de todo y su motivación principal es asegurar sus propias necesidades y aspiraciones: bienes materiales, reconocimiento social, vida afectiva, acceso a experiencias, etc. Entiende la vida como una conquista de lo que desea alcanzar y los dones que ha recibido –salud, inteligencia, educación…- como las armas con las que puede triunfar en el mundo y satisfacer sus deseos. Experimenta la aparición de una persona más dotada como una amenaza que le puede impedir alcanzar sus objetivos, surgiendo entonces inevitablemente envidias, celos y rivalidades.

La persona que se ha abierto al amor, en cambio, ha logrado liberarse de sí misma y ha asumido que su vida está esencialmente vinculada a los demás. Su motivación principal es el bienestar de la comunidad. Entiende la vida como servicio gozoso a los demás y los dones recibidos como regalos de Dios con los que puede ayudar a construir la comunidad en colaboración con todos. La aparición de una persona más dotada, lejos de constituir una amenaza, es para ella una fuente de alegría porque entiende que sus dones van a redundar en bien de todos.

La comunidad cristiana de Corinto a la que se dirige San Pablo había recibido muchísimos dones espirituales. Como veíamos el domingo pasado, había personas con dones de profecía, de sanación, de obrar milagros, de hablar en lenguas extrañas, de interpretar estas lenguas, etc. Todos estos dones, como dice San Pablo, eran instrumentos preciosos para el crecimiento de la comunidad, pero los Corintios no los estaban usando bien, pues tendían a apropiarse de ellos con una actitud egocéntrica, como si constituyeran un privilegio por el que poder brillar y tener notoriedad. Y el resultado de esta actitud era la división entre los miembros de la comunidad (los partidarios de Pablo, de Apolo, de Cefas…), la falta de solidaridad con los más necesitados y los desórdenes en las asambleas litúrgicas.

San Pablo les echa en cara que espiritualmente eran todavía como niños porque no se habían abierto al don supremo del Espíritu Santo que es la participación en el amor de Dios. Y sin este don todos los otros dones pierden su sentido, son ridículos y hasta nocivos: «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada».

Esta lectura es hoy para nosotros una invitación a alcanzar la madurez espiritual abriéndonos al don del amor, el don definitivo que no desaparecerá nunca porque es la esencia misma de Dios. Y sabremos que hemos recibido este don cuando hayamos asumido existencialmente que cada ser humano es una parte inseparable de nosotros mismos, que nuestro yo está habitado por toda la humanidad, incluyendo sobre todo a Jesucristo, por quien llega a nosotros el amor del Padre. Así lo expresa el mismo Jesús en el Evangelio de San Juan: «Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn 14,20).

P. José María Prats


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