Homilía de la Natividad del Señor de la Misa del Día: Dios nace como un niño desvalido, pobre y necesitado de todo / Por P. José María Prats

* Desde el silencio misterioso e inefable del portal de Belén Dios nos habla al corazón y nos dice: «No tengas miedo, no te asustes, no he venido a juzgarte… He venido a anunciarte el amor y la ternura que el Padre siente por ti; he venido para que conozcas la belleza y la alegría de entregar tu vida por los hermanos; he venido para sanar tus heridas, para renovarte, para revestirte de dignidad, belleza y santidad»

Isaias 52, 7-10 / Salmo 97 / Hebreos 1,1-6 / Juan 1, 1-18

P. José María Prats / Camino Católico.-Hoy es un día de adoración, de contemplación asombrada del misterio inefable de Dios. Es un día de paradojas, de contrastes, de secretos escondidos desde la creación del mundo y que han sido finalmente revelados.

La Palabra que desde el principio estaba junto a Dios y era Dios, la Palabra por la que fueron creadas todas las cosas, la Palabra que resonó magnífica entre truenos y relámpagos en el Monte Sinaí, la Palabra que transmitieron los profetas, esta misma palabra se ha hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros para hablarnos, no ya desde la majestad del rayo y del trueno, sino con labios humanos. Y lo primero que hemos escuchado de estos benditos labios ha sido el llanto de un niño, expresión de indigencia y vulnerabilidad.

Dios no ha venido al mundo avasallando con su poder y su gloria, como el Diosde la venganza que esperaba el mundo judío; ha venido con la humildad más grande que cabía esperar: naciendo como un niño desvalido, pobre y necesitado de todo.

Desde el silencio misterioso e inefable del portal de Belén Dios nos habla al corazón y nos dice: «No tengas miedo, no te asustes, no he venido a juzgarte, he venido como un hermano a compartir tu vida, tu alegría, tu esperanza, tu indigencia, tu sufrimiento, tu muerte.

He venido a anunciarte el amor y la ternura que el Padre siente por ti; he venido a mostrarte el gozo de vivir consagrado a este amor, orando, agradeciendo, adorando, contemplando; he venido para que conozcas la belleza y la alegría de entregar tu vida por los hermanos; he venido para sanar tus heridas, para renovarte, para revestirte de dignidad, belleza y santidad.

Quiero que estés conmigo en la gloria que el Padre ha preparado para ti. Y todo esto lo deseo tan ardientemente que estoy dispuesto a sufrir lo que haga falta para que esto pueda ser así; estoy dispuesto a cargar sobre mis espaldas el peso de tus pecados para liberarte de su yugo.

Hoy he venido a tu casa y sólo te pido que me abras la puerta, que me escuches, que me quieras, que me permitas caminar a tu lado, que me ayudes a extender en el mundo el Reino de mi Padre, el Reino del amor y la misericordia, del perdón y la reconciliación. Ya ves que no vengo con pretensiones ni exigencias; vengo a entregarme por ti, a sufrir por ti, a morir por ti.»

Dice el evangelio que hemos proclamado: La Palabra «vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.» Señor Jesús, creemos en ti, confiamos en ti, te acogemos en nuestro corazón y en nuestra vida. Danos, conforme a tu palabra, el poder de ser y vivir como hijos de Dios.

P. José María Prats

Evangelio

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios.
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.
En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.
Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.
No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre;
la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.»
Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia.
Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.

Juan 1, 1-18

Oración al Niño Jesús para dejarse mirar, amar y sanar por Él / Por P. Carlos García Malo


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