Homilía del evangelio del Domingo: Al ser bautizado Jesús se abre el cielo, se restablece la comunión entre Dios y el ser humano / Por P. José María Prats

* «El gesto de acudir al Jordán para ser bautizado es como una súplica de intercesión de Jesús, pidiendo la purificación y la sanación de su pueblo. Y a esta súplica el Padre responde con el don del Espíritu Santo que la hace posible: «Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él»”

El Bautismo del Señor:

Isaías 42, 1-4.6-7 / Sal 28 / Hechos 10, 34-38 / Mateo 3, 13-17

P. José María Prats / Camino Católico.- La fiesta del Bautismo del Señor con la que concluimos el tiempo de Navidad tiene una gran importancia teológica. En su Bautismo, Jesús es ungido por el Espíritu Santo, el cual impulsará a partir de ahora su ministerio público para la salvación del mundo, lo resucitará y colmará después de su muerte, y se derramará a continuación sobre los que creen en Él.

Veamos algunos aspectos y consecuencias de este Bautismo del Señor:

Jesús acude a bautizarse

El bautismo de Juan era un bautismo de conversión, y Jesús, el Cordero Inmaculado, no tenía ninguna necesidad de conversión. ¿Por qué acude entonces al Jordán? La respuesta es que Jesús es una personalidadcorporativa que asume y representa en sí mismo a toda la humanidad. Se trata de una concepción muy arraigada en el pueblo de Israel: la suerte y el destino del pueblo estaban asociados a la suerte y al destino del rey. El pecado o la santidad del rey suponían la desgracia o el bienestar de todo el pueblo. La muerte del rey en la batalla significaba su fin y la retirada de todo el pueblo. Y no olvidemos que Jesús es «el Rey de los judíos» (Mt 27,37).

Jesús, estando totalmente exento de pecado, rezaba, por ejemplo, el salmo 50: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado». Orando así, no hablaba en nombre propio, sino como una personalidad corporativa, asumiendo en sí mismo la culpa de su pueblo.

Lo mismo ocurre al acudir al Jordán para ser bautizado por Juan: va llevando el pecado de la humanidad que ha asumido, para iniciar su purificación y su sanación. Esta personalidad corporativa de Jesús, tan importante para entender la obra de la salvación, se pone especialmente de manifiesto en la profecía de Isaías de su pasión: «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores … fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.» (Is 53,4-5).

Se abrió el Cielo y descendió el Espíritu

De hecho, el gesto de acudir al Jordán para ser bautizado es como una súplica de intercesión de Jesús, pidiendo la purificación y la sanación de su pueblo. Y a esta súplica el Padre responde con el don del Espíritu Santo que la hace posible: «Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él».

La apertura del cielo tiene un profundo significado. El cielo cerrado representa la ausencia de comunión entre Dios y el ser humano como resultado del pecado. Y bajo este cielo cerrado habitaba una naturaleza humana herida por el pecado, naturaleza que el mismo Señor asumió.

Pues ahora, en la persona de Jesús, sobre esta naturaleza herida desciende el Espíritu Santo para vivificarla, como cuando en la creación Dios sopló su aliento sobre el hombre que había formado del barro para comunicarle su misma vida divina. El Cielo, pues, se ha abierto: se ha restablecido la comunión entre Dios y el ser humano.

La acción del Espíritu en Jesús

La primera y segunda lecturas de hoy nos hablan de la acción de este Espíritu Santo en Jesús, impulsándole a llevar a cabo la obra de la salvación.

En la profecía de Isaías el Señor dice: «Sobre él he puesto mi Espíritu, para que traiga el derecho a las naciones». Y el libro de los Hechos nos habla de «Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo». El Espíritu Santo es, pues, el poder con el que Jesús trae el derecho a las naciones, hace el bien y cura a los oprimidos por el diablo.

Este mismo Espíritu será el que llevará a Jesús a entregarse por nosotros en la Cruz culminando así la obra de la redención. «Cristo –dice la Carta a los Hebreos– por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios» (Heb 9,14). Y, tras su muerte, una nueva efusión del Espíritu Santo resucitará su cuerpo inerte y lo colmará hasta el punto de convertirlo en «Espíritu vivificante» (1 Co 15,45).

Nuestro bautismo y la acción del Espíritu en nosotros

Pero la gran noticia para el mundo es que este Espíritu que rebosa de Jesucristo resucitado se derramó nuevamente sobre los discípulos del Señor el día de Pentecostés y sigue derramándose sobre nosotros en el Bautismo, en la Confirmación, y en todos los sacramentos. Por este Espíritu somos sanados, se nos abre el Cielo y recibimos el poder para «traer el derecho a las naciones» y para «pasar haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo». Y, como dice San Pablo, «si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8,11).

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:

«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».

Jesús le contestó:

«Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una luz de los cielos que decía:

«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

Mateo 3, 13-17

Homilía del Evangelio del Domingo: Necesitamos «dosis masivas de Espíritu Santo» / Por P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.


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