Homilía del evangelio del Domingo: Amando a Cristo, Él habita en nosotros y nosotros en Él / Por P. José María Prats

* «Tal como dice San Pablo: «vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20): pensamos con la mente de Cristo, sentimos con el corazón de Cristo, obramos las obras de Cristo, hablamos con la voz de Cristo. Nos unimos así al canal a través del cual la Trinidad entera viene a habitar en nosotros: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23)”

Domingo V de Pascua – Ciclo A:

Hechos 6, 1-7 / Salmo 32 / 1 Pedro 2, 4-9 / Juan 14, 1-12

P. José María Prats / Camino Católico).- En el evangelio de San Juan aparece un concepto clave: el del amor como inhabitación mutua. Cuando amamos a una persona, ella habita de alguna manera en nosotros, quedando prendidos de su forma de pensar, de sentir, de expresarse. Nuestro poeta Pedro Salinas lo describió maravillosamente en su obra La voz a ti debida,en la que narra la historia de una pasión amorosa:

Qué alegría, vivir sintiéndose vivido.

Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente,

de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo (…)

Que hay otro ser por el que miro el mundo

porque me está queriendo con sus ojos.

Que hay otra voz con la que digo cosas

no sospechadas por mi gran silencio;

y es que también me quiere con su voz.

Dios es amor y por ello las tres personas divinas se inhabitan plenamente. Así se lo manifiesta Jesús a Felipe en el evangelio de hoy: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí.»

Este concepto nos permite asomarnos un poquito al abismo del Misterio de la Encarnación: Asumiendo la naturaleza humana, el Hijo de Dios se ha hecho «hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne», y a través de esta carne, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos hablan con labios humanos, nos abrazan con brazos de hombre, comparten nuestra alegría y nuestro dolor con nuestro mismo regocijo y nuestro mismo llanto.

La carne de Cristo es el canal que Dios ha abierto entre Él y la humanidad a través del cual el Dios Uno y Trino llega hasta nosotros y nosotros accedemos a Él. Con sus gestos y palabras, esta carne nos manifiesta al Padre (Jn 1,18: «A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer»). A través de ella, la vida eterna, que tiene su origen en el Padre, llega hasta nosotros: (Jn 6,51: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo»). Ella es el canal por el que el Espíritu Santo se derrama sobre los creyentes (Jn 20,22: «Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo”»).

La esencia de la vida cristiana es que, amando a Cristo, Él habita en nosotros y nosotros en Él, tal como dice San Pablo: «vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20): pensamos con la mente de Cristo, sentimos con el corazón de Cristo, obramos las obras de Cristo, hablamos con la voz de Cristo. Nos unimos así al canal a través del cual la Trinidad entera viene a habitar en nosotros: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23).

El Reino de Dios, de hecho, no es otra cosa que esta presencia viva de Dios en cada uno de nosotros que nos constituye en un solo Cuerpo por el amor, un Cuerpo que manifiesta ante el mundo el pensar, el sentir y el obrar de Dios: «Como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».

Tomás le dice:

«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».

Jesús le responde:

«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».

Felipe le dice:

«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».

Jesús le replica:

«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mi. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre».

Juan 14, 1-12

Homilía del Evangelio del Domingo: ¿Cómo es la vida eterna después de la muerte? Responde el P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.


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