Homilía del Evangelio del Domingo: Cristo resucitado nos da vida y poder para construir la paz / Por P. José María Prats

* «Oremos constantemente durante este tiempo pascual implorando el don del Espíritu Santo. Ven, Espíritu Santo, sana nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo, reconcilia nuestras familias y nuestra sociedad, renueva y santifica a la Iglesia y concédenos el don de la paz”

Segundo domingo de Pascua – C

Hechos 5, 12-16  /  Salmo 117  /  Apocalipsis 1, 9-11a.12-13.17-19  /  Juan 20, 19-31

P. José María Prats / Camino Católico.- El domingo pasado, la Palabra de Dios se centraba en el hecho de la resurrección y este segundo domingo de la Octava de Pascua, profundiza en el significado de este hecho y lo que supone para nosotros.

La lectura del Apocalipsis presenta a Jesucristo resucitado como «el primero y el último», es decir, como el origen y el destino de toda la creación, y el salmo 117, como «la piedra angular», o sea, como el que sostiene y da sentido a todo. Pero Él es también «el que vive por los siglos de los siglos y tiene las llaves de la muerte y del abismo», es decir, Él es la fuente de la vida, y de la relación con Él depende el acceso a la vida o la permanencia en el abismo de la muerte.

Pero es muy importante fijarse en cómo Jesucristo resucitado se presenta a San Juan: lo hace en medio de siete candelabros de oro y vestido con una larga túnica ceñida con un cinturón de oro. Los siete candelabros de oro son las siete iglesias de Asia que a su vez representan la Iglesia universal, la túnica nos sugieren un contexto litúrgico, el cinturón, trabajo y acción, y su color dorado, la realeza y el poder de quien se lo ciñe. La visión, por tanto, nos está indicando que Jesucristo resucitado está vivo en medio de su Iglesia y que ejerce su poder como rey absoluto de la creación a través, sobre todo, de la liturgia de la Iglesia, cuya cumbre es la eucaristía.

El Evangelio narra que la noche de Pascua, Jesús resucitado se apareció a sus discípulos y exhaló su aliento sobre ellos, es decir, el que vive y reina por los siglos de los siglos comunica a su Iglesia su vida y su poder por la efusión del Espíritu Santo. Y este poder tiene tres aspectos. En primer lugar, es poder para reconciliar al ser humano con Dios, con los demás y consigo mismo: «Recibid al Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». En segundo lugar, es poder para liberar al ser humano del maligno y devolverle su armonía originaria: su salud física, psicológica y espiritual. La primera lectura nos decía que mucha gente «acudía a Jerusalén llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban». En tercer lugar, es poder para construir la paz: por tres veces, Jesús resucitado repite a sus discípulos «paz a vosotros».

La Cuaresma fue el tiempo de la penitencia y la mortificación, del esfuerzo ascético que nos preparaba para acoger el don del Espíritu. Ahora, en cambio, es el tiempo de la vida mística, de recibir la efusión del Espíritu Santo que nos reconcilia, nos sana y nos trae la paz. Sólo Él actuando en nosotros puede reconstruir nuestro mundo. No perdamos, pues, esta oportunidad y oremos constantemente durante este tiempo pascual implorando el don del Espíritu Santo.

Ven, Espíritu Santo, sana nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo, reconcilia nuestras familias y nuestra sociedad, renueva y santifica a la Iglesia y concédenos el don de la paz. Amén.

P. José María Prats

EVANGELIO:

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

– «Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió:

– «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

– «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

– «Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:

– «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

– «Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:

– «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:

– «¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

– «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Juan 20, 19-31


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