Comentario del Evangelio del Domingo: «Educar en la fe es enseñar a escuchar la voz de Dios y a responder a ella con todo el ser» / Por P. José María Prats

“La persona creyente es precisamente la que sabe reconocer en los hechos ordinarios de su vida la voz y la acción de Dios: su amor, su voluntad, su corrección, su instrucción… Y responde a ellas con su oración y su vida”

Décimo domingo del tiempo ordinario – C:

1 Reyes 17, 17-24  /  Salmo 29  /  Gálatas 1, 11-19  /  Lucas 7, 11-17

5 de junio de 2016.-  (P. José María Prats / Camino CatólicoEn la edad moderna se introdujo una concepción mecanicista del mundo que ha tenido una enorme influencia en nuestra cultura: el universo era entendido como un inmenso sistema de partículas que interaccionaban según leyes físicas que determinaban por completo su evolución. Dios, a lo sumo, habría puesto en marcha esta máquina creando las partículas y estableciendo sus leyes de interacción, y desde entonces, todo evolucionaba mecánicamente y sin intervención divina.

Desde esta comprensión ‒todavía muy presente en el imaginario colectivo‒ milagros como el de la resurrección del hijo de la viuda de Naín del evangelio de hoy, son contemplados con gran escepticismo, como leyendas propias de un estadio mitológico y precientífico de la humanidad.

Para la fe judeocristiana, el sentido de la creación es la alianza, el diálogo de amor entre Dios y el ser humano, y el universo material es entendido como marco e instrumento para establecer este diálogo. Por ejemplo, el Génesis dice que «el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y buenos para comer» con los que manifestó al hombre su amor y su providencia. Las leyes de la naturaleza que Él ha establecido no son una barrera que le impide actuar en el mundo sino un instrumento mediante el cual da orden, estabilidad y consistencia a su creación. Todo está sostenido y conducido por Él en cada momento: «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).

La persona creyente es precisamente la que sabe reconocer en los hechos ordinarios de su vida la voz y la acción de Dios: su amor, su voluntad, su corrección, su instrucción… Y responde a ellas con su oración y su vida. Pero a menudo nuestra fe y nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios se debilitan y vamos derivando, casi sin darnos cuenta, hacia una visión materialista y “pragmática” del mundo. Los hechos extraordinarios como la resurrección del hijo de la viuda de Naín que contradicen las leyes habituales de la física son como un grito con el que Dios quiere vencer nuestra sordera. A la viuda y al cortejo fúnebre de Naín, incapaces de asumir desde la fe un hecho tan doloroso, parece gritarles: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Y vemos cómo inmediatamente se alza la respuesta que restablece la fe y el diálogo con Dios: «Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”».

Educar en la fe es enseñar a escuchar la voz de Dios y a responder a ella con todo el ser. Por desgracia, el presupuesto mecanicista de la modernidad sigue siendo para muchos una piedra de tropiezo. Pero, curiosamente, para superar esta situación no hay que prescindir de la ciencia sino todo lo contrario: hay que profundizar en ella; porque la ciencia contemporánea habla un lenguaje muy distinto. Por una parte, la explicación de los fenómenos microscópicos ha exigido una representación ondulatoria de la materia que conlleva necesariamente una cierta indeterminación (Heisenberg, 1925) dejando así espacio para la intervención divina. Por otra parte, la descripción macroscópica del universo en el marco de la teoría del Big Bang se armoniza perfectamente con la concepción judeocristiana de la creación. Basta recordar que esta teoría fue formulada por primera vez por el físico y sacerdote católico belga Georges Lemaitre y que el mismo Einstein inicialmente la rechazó diciendo sarcásticamente: “¡Esto se parece demasiado al Génesis!”.

«Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94).

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, lse compadeció de ella y le dijo:

«No llores».

Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:

«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».

El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:

«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».

Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca.

Lucas 7, 11-17

 

Comentarios 0

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad