Homilía del Evangelio del Domingo: El descubrimiento del amor sin medida de Dios / Por P. José María Prats

* «Cada vez que celebramos el sacramento de la reconciliación revivimos esta historia de la parábola del hijo pródigo: al regresar a casa con un corazón contrito y humillado Dios nos recibe con los brazos abiertos, renueva nuestra comunión con Él y nuestra condición de hijos suyos, nos libera de la esclavitud del pecado y todo se llena de alegría y de vida desbordante”

Cuarto domingo de Cuaresma – C:

Josué 5, 9a. 10-12  /  Salmo 33  /  2 Corintios 5, 17-21  /  Lucas 15, 1-3. 11-32

P. José María Prats / Camino Católico.- La parábola del hijo pródigo es uno de los relatos más bellos y más ricos de la Biblia y de la literatura universal, un relato que nos habla de la condición humana y del amor incondicional de Dios, del pecado y del arrepentimiento, del llanto y de la alegría desbordante, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

Al comenzar a leerla, llama mucho la atención el maltrato del hijo menor hacia su padre y la reacción de éste. Pedir al padre la parte que le toca de la herencia antes de su muerte es como decirle que para él ya ha fallecido, que sólo le interesa su dinero y no desea seguir manteniendo ningún vínculo con él. Y ante esta ofensa brutal, el padre, simplemente, «les repartió los bienes». Es el misterio de la libertad del ser humano: a Dios –representado en el padre de la parábola– se le remueven las entrañas cuando, seducidos por el mal, nos alejamos de Él, pero respeta nuestra libertad porque nos ha creado para participar de su amor, y el amor es siempre una opción libre.

A continuación ocurre lo que todos sabemos: romper la comunión con Dios es separarnos de la fuente de la vida y caminar hacia la propia destrucción, como la rama que, desgajada del tronco, va perdiendo verdor hasta secarse por completo. La imagen del hijo menor cuidando cerdos es una estampa muy elocuente de las consecuencias de una vida separada de Dios «en un país lejano».

Pero a este drama le sigue el milagro del reconocimiento humilde de la equivocación, de la ofensa cometida y de la bondad del padre, que estará dispuesto a acoger a un hijo ingrato y rebelde, al menos, como a uno de sus jornaleros.

El encuentro tras el retorno es emocionante y supone para el hijo menor el descubrimiento del amor sin medida del padre, que había permanecido hasta entonces velado para él. «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió», es decir, la preocupación por su hijo y el deseo de su retorno no habían desaparecido ni un solo instante de su corazón: estaba siempre esperando con los ojos fijos en el horizonte, y cuando finalmente apareció la figura de su hijo «se conmovió», corrió a abrazarle, lo besó y se alegró hasta el punto de hacer matar el ternero cebado reservado para las más grandes ocasiones.

Hay una triple investidura muy importante y cargada de significados: el mejor traje, el anillo y las sandalias. El mejor traje representa la dignidad de hijo de Dios que ha sido recuperada; el anillo es un símbolo de la restauración de la alianza y del nuevo compromiso de vida en común entre Padre e hijo; y las sandalias representan la liberación de la esclavitud del pecado que nos otorga la gracia de Dios recuperada. En el mundo antiguo los esclavos iban descalzos, solamente los hombres libres iban calzados. Por ello la sandalia es un símbolo de libertad.

Cada vez que celebramos el sacramento de la reconciliación revivimos esta historia: al regresar a casa con un corazón contrito y humillado Dios nos recibe con los brazos abiertos, renueva nuestra comunión con Él y nuestra condición de hijos suyos, nos libera de la esclavitud del pecado y todo se llena de alegría y de vida desbordante. No es posible celebrar bien este sacramento y no experimentar esta alegría y esta libertad y poder renovados.

Hay quien opina que el hijo pródigo tuvo poco mérito, que sólo emprendió el viaje de regreso movido por el interés tras experimentar el hambre y la desgracia. Esto no es verdad: hubo un gran mérito, el mérito de reconocer su equivocación, humillarse, pedir perdón, atreverse a romper las ataduras del pasado e iniciar una nueva vida. Muchos, desde la ceguera del orgullo, son incapaces de dar este paso y viven empeñados en demostrarse a sí mismos una y otra vez que todo lo han hecho bien, que los culpables son otros, que son víctimas inocentes de la maldad ajena y de la indiferencia de Dios. Y, mientras tanto, ahí siguen, esperando, el mejor traje, el anillo, las sandalias, el abrazo del Padre y la alegría desbordante.

Evangelio

En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

 – «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»

Jesús les dijo esta parábola:

– «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo:

“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.“

Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo:

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. “

Pero el padre dijo a sus criados:

“Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron a celebrar el banquete.

Lucas 15, 1-3. 11-25


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