Homilía del Evangelio del Domingo: El valor incomparable del Reino de Dios y las exigencias que conlleva para quienes lo anuncian / Por P. José María Prats

* «El apóstol del Reino de Dios tiene que abrir un surco en el campo del mundo para que pueda ser vivificado por el agua de la Palabra y del Espíritu Santo. Si el arado se traba y se rompe, la vida no llegará a muchos. Por ello hay que estar muy atento, sin mirar atrás ni siquiera un momento: ¡la vida está en juego!”

Domingo XIII del tiempo ordinario – C:

1 Reyes 19, 16b.19-21  /  Sal 15  /  Gálatas 5, 1.13-18  /  Lucas 9, 51-62

P. José María Prats / Camino Católico.- El Evangelio de hoy nos invita a tomar conciencia del valor incomparable del Reino de Dios y de las exigencias que conlleva para quienes lo anuncian. Las amonestaciones de Jesús a tres personajes dispuestos a seguirlo dejan muy claras estas exigencias.

Al primero que manifiesta su deseo de seguirlo, Jesús le responde: «Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza». El discípulo de Jesús y apóstol del Reino de Dios sólo puede tener al Señor por nido o madriguera. Lo hemos proclamado en el salmo: «Dios mío, me refugio en ti … tú eres mi bien … eres el lote de mi heredad». Si su refugio está en otras cosas, acaba sometiendo a ellas el anuncio del Evangelio. De hecho, en la escena anterior, Santiago y Juan parecen haber caído en esta tentación: han puesto su refugio en la buena acogida de los hombres, y viéndose rechazados por los samaritanos, desearían acabar con ellos haciendo descender fuego del cielo, traicionando así el mensaje y la voluntad de Jesús.

El segundo personaje pide permiso para enterrar a su padre antes de seguirlo y Jesús le responde: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». Con estas palabras durísimas que parecen contradecir el deber sagrado de enterrar dignamente a los muertos, Jesús quiere provocar a sus oyentes para que tomen conciencia de la trascendencia del anuncio del Reino de Dios: este anuncio lleva la vida sobrenatural, la vida de la gracia, a un mundo que permanece en tinieblas, sometido a la esclavitud del pecado, donde «los muertos entierran a sus muertos». Nada, por muy noble que sea, puede compararse con el hecho de conducir de la muerte a la vida.

Finalmente, el tercer personaje pide permiso para despedirse de su familia antes de seguirlo y Jesús le responde: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios». Esta respuesta contrasta con la actitud mucho más comprensiva de Elías, que no tiene ningún reparo en que Eliseo se despida de su familia y hasta que organice una fiesta antes de ponerse a su servicio, tal como hemos escuchado en la primera lectura. Y es que en un caso y en otro la situación es muy distinta: en tiempos de Elías, el Reino de Dios era sólo una sombra, signo y anuncio de una realidad futura, pero con la venida de Jesucristo y el envío del Espíritu Santo, este Reino cuenta ahora con la fuerza capaz de transformar el mundo.

Los campos de Palestina son muy pedregosos y no resulta fácil labrarlos. Si no se está atento, fácilmente el arado se traba con una piedra. El apóstol del Reino de Dios tiene que abrir un surco en el campo del mundo para que pueda ser vivificado por el agua de la Palabra y del Espíritu Santo. Si el arado se traba y se rompe, la vida no llegará a muchos. Por ello hay que estar muy atento, sin mirar atrás ni siquiera un momento: ¡la vida está en juego!

P. José María Prats

Evangelio

Cuando se completaron los días en que iba de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:

– «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».

Él se volvió y les regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.

Mientras iban de camino, le dijo uno:

– «Te seguiré adondequiera que vayas».

Jesús le respondió:

– «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

A otro le dijo:

– «Sígueme».

Él respondió:

– «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».

Le contestó:

– «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».

Otro le dijo:

– «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».

Jesús le contestó:

– «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

Lucas 9, 51-62


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