Homilía del Evangelio del Domingo: En el camino de la vida cumplir el mandato de Dios Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» / Por P. José María Prats

* «Muchos de nosotros, en mayor o menor medida, hemos visto al Señor transfigurado: en algún momento de nuestra vida hemos tenido un tiempo más o menos prolongado de clarividencia en el que el Espíritu Santo nos hizo percibir con gran nitidez la verdad y la profundidad de la fe que profesamos. Tal vez tras una crisis personal o en un retiro espiritual al que asistimos, o por el testimonio de personas con las que hemos convivido… Esta experiencia hizo que nuestra vida adquiriese un sentido mucho más profundo. Y cuando vienen momentos de prueba, de dificultad o de vacilación en la fe, nos remitimos a esa profunda experiencia de Dios que tuvimos y así recobramos las fuerzas para sobreponernos y seguir avanzando hacia ese horizonte de gloria que sabemos que nos aguarda al final del camino”

Domingo II de Cuaresma – B:

Génesis 22, 1-2.9-13.15-18 / Salmo 115 / Romanos 8, 31b-34 / Marcos 9, 2-10

P. José María Prats / Camino Católico.- En el contexto del camino cuaresmal de penitencia y conversión en que nos encontramos, las lecturas de hoy nos invitan a la fe y a la esperanza.

El episodio de la transfiguración del Señor que acabamos de leer en el evangelio de San Marcos, se sitúa al comienzo del largo viaje que Jesús emprende desde Galilea a Jerusalén y que le conduce a su pasión, muerte y resurrección.

Jesús ha anunciado a sus discípulos lo que le aguarda en Jerusalén, lo cual ha producido en ellos un enorme desconcierto. Sin embargo, la contemplación de la transfiguración de Jesús a la que ahora asisten les va a mostrar el sentido de este viaje a Jerusalén que han empezado a recorrer siguiendo los pasos del Maestro.

Por un momento, en lo alto de un monte, se les desvela el misterio de la persona de Jesús. La blancura deslumbrante de sus vestidos les revela su santidad y su gloria; la presencia de Moisés y Elías, que representan respectivamente a la Ley y a los Profetas, les muestra que Jesús es aquél en quien se cumplen todas las promesas de Dios recogidas en el Antiguo Testamento; y la voz del Padre que les habla desde la nube lo reconoce como el Hijo amado a quien deben escuchar.

Pero a pesar de su intento de perpetuar este momento de gloria construyendo tres tiendas, la visión se desvanece y tienen que descender nuevamente del monte para regresar a su realidad de cada día, a una realidad llena de pruebas, dificultades y sufrimientos.

Sin embargo, tras esta experiencia todo ha cambiado porque ahora se les ha manifestado el sentido de todo. Se les ha hecho ver que la vida es un camino que deben recorrer siguiendo los pasos del Hijo amado a quien el Padre ha enviado para que le escuchemos. Y se les ha hecho ver también que este camino, aunque está sembrado de espinas y sufrimientos, les lleva finalmente a compartir la gloria deslumbrante que han contemplado en los vestidos de Jesús.

Muchos de nosotros, en mayor o menor medida, hemos visto al Señor transfigurado: en algún momento de nuestra vida hemos tenido lo que se llama una experiencia fundante, un tiempo más o menos prolongado de clarividencia en el que el Espíritu Santo nos hizo percibir con gran nitidez la verdad y la profundidad de la fe que profesamos. Tal vez tras una crisis personal o en un retiro espiritual al que asistimos, o por el testimonio de personas con las que hemos convivido… Esta experiencia fundante hizo que nuestra vida adquiriese un sentido mucho más profundo. Y cuando vienen momentos de prueba, de dificultad o de vacilación en la fe, nos remitimos a esa profunda experiencia de Dios que tuvimos y así recobramos las fuerzas para sobreponernos y seguir avanzando hacia ese horizonte de gloria que sabemos que nos aguarda al final del camino.

Esta fue, de hecho, la historia de Abrahán que hemos recordado en la primera lectura. Dios se le manifestó un día invitándole a salir de su tierra y prometiéndole una descendencia numerosa. Y Abrahán creyó y atesoró esta profunda experiencia de Dios como su haber más preciado. Y cuando vino el momento terrible de la prueba en la que Dios le pidió ni más ni menos que el sacrificio de su hijo, Abrahán se mantuvo fiel sin dudar ni un momento de aquella experiencia que había iluminado y dado pleno sentido a su vida.

Ojalá que también nosotros, en los momentos de prueba y de tentación, seamos capaces de volver a aquel monte en el que un día vimos al Señor transfigurado, y del recuerdo de aquella visión podamos extraer la fuerza necesaria para cumplir el mandato que allí recibimos del Padre: «este es mi Hijo amado; escuchadlo».

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía qué decir, pues estaban asustados.

Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban del monte, les ordenó que contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado, y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

 

Marcos 9, 2-10


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