Homilía del Evangelio del Domingo: En la oración el deseo primordial debe ser que venga a nosotros el Reino de Dios / Por P. José María Prats

* «El evangelio termina diciendo: «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» Reino de Dios y Espíritu Santo son indisociables, pues es por el Espíritu como Dios viene a habitar en nosotros y nos trae la reconciliación y el poder para vencer sobre las fuerzas del mal e implantar su Reino: justo lo que pedimos en el Padrenuestro”

Domingo XVII del tiempo ordinario – C:

Génesis 18, 20-32  /  Sal 137  /  Colosenses 2,12-14  /  Lucas 11, 1-13

P. José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio de hoy Jesús nos enseña a orar y para ello nos propone la oración del Padrenuestro. De ella aprendemos, sobre todo, que el deseo primordial que debe animar nuestra oración es que venga a nosotros el Reino de Dios, el reino del amor y de la paz que corresponde al designio divino para la creación. De hecho, las tres primeras peticiones del Padrenuestro son esencialmente idénticas, pues cuando se hace su voluntad, Dios reina en el mundo y su nombre es reconocido como santo. En el resto de la oración se pide lo necesario para poder hacer realidad este Reino: el alimento material y espiritual que nos da la fuerza para vivir haciendo su voluntad, la reconciliación con Dios y con los hermanos que restablece la comunión y nos trae la paz, y el poder frente a la tentación y las fuerzas del mal que luchan tenazmente contra el Reino de Dios.

A menudo, cuando oramos nos sumergimos en nuestro pequeño mundo de deseos y necesidades personales. El Señor, en cambio, nos invita a salir de nosotros mismos y a ir más allá, a buscar primero el Reino de Dios y su justicia sabiendo que, entonces, todas las demás cosas se nos darán por añadidura. Así, si oramos pidiendo salud, no lo hagamos pensando principalmente en nuestro bienestar, sino en la posibilidad de servir mejor a los demás. Si oramos por la superación de situaciones difíciles que están viviendo otras personas, pidamos sobre todo que de ello resulte un progreso espiritual y una mayor comunión con Dios y con los hermanos. Que el Reino de Dios sea siempre la pasión que inspire nuestros deseos y nuestra oración: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».

Pero Jesús insiste también en la importancia de la perseverancia en la oración. No porque haya que estar recordando a Dios las necesidades que conoce mejor que nosotros, sino porque la oración perseverante alimenta el deseo y nos prepara para recibir con fruto el don de Dios. Unos buenos padres saben, por ejemplo, que no deben regalar a su hijo una bicicleta la primera vez que la pide. No porque quieran hacerse rogar, sino porque conviene “que se la gane”: su deseo debe actuar como estímulo para esforzarse y llegar a saber lo que cuestan las cosas. Cuando finalmente se le entregue la bicicleta, la recibirá como un tesoro que cuidará y aprovechará. Del mismo modo, la oración perseverante que pide el Reino de Dios hace crecer en nosotros el deseo de este Reino y nos estimula para ir haciéndolo realidad con el don de Dios y nuestro esfuerzo.

El evangelio termina diciendo: «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» Aquí, de repente, parece que lo que hay que pedir es el Espíritu Santo. Y es que Reino de Dios y Espíritu Santo son indisociables, pues es por el Espíritu como Dios viene a habitar en nosotros y nos trae la reconciliación y el poder para vencer sobre las fuerzas del mal e implantar su Reino: justo lo que pedimos en el Padrenuestro.

Así pues, junto con el Padrenuestro, oremos también con frecuencia pidiendo el don del Espíritu Santo: «Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor. Envía, Señor, a tu Espíritu y renueva la faz de la tierra».

P. José María Prats

Evangelio

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

– «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos»

Él les dijo:

– «Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en la tentación”».

Y les dijo:

– «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:

– “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:

– “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Lucas 11, 1-13


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