Homilía del Evangelio del Domingo: Invocar el auxilio del Espíritu Santo y leer y meditar la Palabra de Dios / Por P. José María Prats

* «En la Cuaresma se nos invita a unirnos a Cristo: a alzar los ojos de la tierra hacia el cielo buscando nuestro principal alimento en la Palabra de Dios y en la relación con Él, a combatir con la humildad y la penitencia nuestro afán de suficiencia y de gloria, a derribar los altares que hemos erigido a nuestros ídolos: dinero, éxito, prestigio…, a renunciar a nuestras ambiciones para ponernos al servicio del Reino de Dios, a abrirnos al misterio del designio de Dios para cada uno de nosotros”

Primer domingo de Cuaresma – C:

Deuteronomio 26,4-10 / Salmo 90 / Romanos 10,8-13 / Lucas 4, 1-13

P. José María Prats / Camino Católico.- Hemos comenzado la Cuaresma, un tiempo de conversión y purificación para disponernos a renovar nuestro bautismo por la participación en la muerte y resurrección del Señor que la Iglesia actualiza solemnemente en el Triduo Pascual.

Los cuarenta días cuaresmales se inspiran en los cuarenta años en que el Pueblo de Israel vivió en el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida y en los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto antes de comenzar su ministerio público. Se trata en ambos casos de un período de prueba y de combate que prepara para una vida de mayor plenitud.

La Cuaresma, que nos prepara para acoger la nueva vida que emana de Cristo resucitado, supone también un tiempo de prueba y de lucha contra la tentación, es decir, contra todas aquellas fuerzas internas y externas que intentan alejarnos de Dios.

Las tres tentaciones de Jesús en el desierto que nos presenta el evangelio recogen tres aspectos fundamentales de la lucha que todos hemos de sostener en el camino hacia la santidad.

En la primera, estando Jesús hambriento por no haber comido durante cuarenta días, el diablo le dice: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan», a lo que Jesús contesta: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”». Es la tentación del materialismo, de encerrarse en un mundo puramente material olvidando que el ser humano está esencialmente referido a Dios. Nuestra cultura occidental, por desgracia, ha sucumbido en gran medida a esta tentación: «Los cielos están vacíos y los grandes almacenes llenos» -decía un teólogo contemporáneo.

En la segunda tentación el diablo lleva a Jesús a lo alto, le muestra todos los reinos del mundo y le promete el poder y la gloria de todo ello si se arrodilla ante él, a lo que Jesús responde: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Es la tentación de la autoexaltación que lleva a la idolatría: el afán de poder y gloria nos convierte en siervos de las riquezas y de aquellas instancias y fuerzas que nos las pueden proporcionar. La corrupción, hoy tan extendida en nuestra sociedad, es un ejemplo elocuente de la capacidad de seducción de esta tentación.

En la tercera tentación, el diablo incita a Jesús a tirarse desde el alero del templo asegurándole que Dios lo sostendrá porque lo ha prometido en la Escritura, a lo que Jesús responde: «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Es la tentación de querer poner a Dios al servicio de nuestros intereses y expectativas. Vemos los efectos de esta tentación, por ejemplo, en las personas que se revelan contra Dios porque ha fallecido inesperadamente un familiar, tienen que afrontar dificultades económicas o no se cumplen sus expectativas en la vida.

En la Cuaresma se nos invita a unirnosa Cristo en su lucha y su victoria frente a estas tentaciones: a alzar los ojos de la tierra hacia el cielo buscando nuestro principal alimento en la Palabra de Dios y en la relación con Él, a combatir con la humildad y la penitencia nuestro afán de suficiencia y de gloria, a derribar los altares que hemos erigido a nuestros ídolos: dinero, éxito, prestigio…, a renunciar a nuestras ambiciones para ponernos al servicio del Reino de Dios, a abrirnos al misterio del designio de Dios para cada uno de nosotros.

El evangelio deja muy claro que hay dos claves en la victoria de Jesús sobre las tentaciones: el Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Se nos empieza diciendo que «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo» y luego vemos cómo Jesús responde siempre a la tentación citando la Escritura. Por ello la Cuaresma es un tiempo particularmente propicio para invocar el auxilio del Espíritu Santo y recibirlo con frecuencia en los sacramentos, así como para leer y meditar más asiduamente la Palabra de Dios: ellos serán los grandes aliados que llenarán de frutos y de victoria nuestro itinerario cuaresmal.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

En todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: – «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.»

Jesús le contestó: – «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”.»

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: – «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mi me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo».

Respondiendo Jesús, le dijo: – «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: – «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”.»

Respondiendo Jesús, le dijo: – «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Lucas 4, 1-13


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