Homilía del Evangelio del Domingo: Jesús ha venido a liberarnos de los ídolos que nos esclavizan / Por P. José María Prats

* «¿Quién nos abrirá los ojos para que podamos ver nuestras cadenas? ¿Quién nos mostrará la belleza de los caminos de Dios y nos enseñará a transitar por ellos? ¿Quién inspirará en nosotros ese sí a Dios firme y decidido que es capaz de superar todos los obstáculos? El Espíritu Santo”

Domingo XXIII del tiempo ordinario – C:

Sabiduría 9, 13-18  /  Salmo 89  /  Filemón 9b-10.12-17  /  Lucas 14, 25-33

P. José María Prats / Camino Católico.- Por desgracia, en nuestra sociedad hay bastantes personas que por algún motivo han caído en la adicción al alcohol o a las drogas y han destrozado su vida. En ellas anida el deseo de recobrar la normalidad y el control de sí mismas, pero esto no resulta nada fácil, pues se encuentran sometidas a fuerzas muy poderosas que las retienen en su estado de postración: heridas del pasado, malos hábitos, desarraigo social, la adicción física y psicológica… Los expertos que trabajan con estas personas dicen que sólo es posible sacarlas de este estado si se han comprometido muy firmemente a poner en juego toda su voluntad y su esfuerzo para vencer la enorme resistencia interna y externa que van a encontrar. No basta un deseo vacilante, porque la lucha va a ser encarnizada.

Las lecturas de hoy nos hacen ver que nuestra situación espiritual se parece mucho a la de estas personas. La primera lectura nos decía: «¿Qué hombre conoce el designio de Dios? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita.» Nuestra capacidad de comprender y asumir el sentido de la realidad según el designio de Dios es muy limitada. También nosotros, como los adictos, estamos sometidos a fuerzas muy poderosas que nos recluyen en nosotros mismos y nos impiden vivir en la verdad. La indigencia inherente a la condición humana nos impulsa a acumular bienes materiales, a consolidar nuestro entorno familiar y a promovernos en la sociedad para asegurar nuestras necesidades materiales y afectivas. Y, en su justa medida, así debe ser. El problema es que todas estas cosas tienden a convertirse en ídolos que anteponemos a los designios de Dios, y nos vamos encerrando en un mundo puramente material dominado por el egoísmo y las pasiones. Pensemos, por ejemplo, en los políticos que se han dejado corromper por el afán de riquezas.

Jesús ha venido a liberarnos de los ídolos que nos esclavizan, y por ello nos advierte: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío … el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.» Pero Él sabe bien que estamos bajo la acción de fuerzas muy poderosas y que su gracia sólo va a ser eficaz si es secundada por una voluntad muy firme que haya asumido el esfuerzo y la renuncia que supone el seguimiento de Cristo: «¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.»»

Pero, ¿quién nos abrirá los ojos para que podamos ver nuestras cadenas? ¿Quién nos mostrará la belleza de los caminos de Dios y nos enseñará a transitar por ellos? ¿Quién inspirará en nosotros ese sí a Dios firme y decidido que es capaz de superar todos los obstáculos?El Espíritu Santo. Así nos lo ha dicho el Libro de la Sabiduría: «¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo Espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los habitantes de la tierra, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó».

Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, sí echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:

“Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Lucas 14, 25-33


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