Homilía del Evangelio del Domingo: la salvación es el fruto del encuentro con Jesús / Por P. José María Prats

* «Hay tesoros preciosos que nos permiten elevarnos hacia Dios para acoger su salvación: La Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia que la interpreta; el testimonio y la experiencia espiritual de los santos de todos los tiempos y la comunidad eclesial que vive y celebra la fe. Estos tesoros están ahí, pero a menudo no nos los tomamos suficientemente en serio”

Domingo XXXI del tiempo ordinario – C:

Sabiduría 11, 22-12,2 / Salmo 144 / 2 Tesalonicenses 1, 11-2,2 / Lucas 19, 1-10

P. José María Prats / Camino Católico.- El mensaje fundamental de este evangelio es que la salvación es el fruto del encuentro con Jesús, un encuentro que nos mueve a acogerle como fundamento de nuestra existencia y que nos proporciona la fuerza para transformar nuestra vida: Zaqueo se encuentra con Jesús, le acoge en su casa y abandona por completo su vida egoísta e injusta.

Podríamos analizar en detalle el proceso de conversión a partir de este evangelio, pero nos centraremos sólo en un aspecto: el hecho de que el encuentro liberador entre Dios y el hombre es posible como consecuencia de dos movimientos:

    1) Dios que viene a rescatar al ser humano herido por el pecado.

    2) El ser humano que se abre a este don de Dios.

Lo primero y principal es el don de Dios: Él ha creado al ser humano por amor y quiere rescatarlo de la situación lamentable en que se encuentra como consecuencia del pecado. Este movimiento de Dios hacia el hombre aparece tanto al inicio como al final de este evangelio:

–      (Inicio) «En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad»: En la Biblia, Jericó simboliza el mundo que se ha alejado de Dios. Jesús viene a este mundo para salvarlo.

–      (Final) «Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»: Se nos vuelve, pues, a repetir la misma idea.

Éste es un recurso bíblico muy conocido llamado “inclusión”. Cuando un texto se abre y se cierra con un mismo mensaje, se está queriendo decir que este mensaje es la clave para interpretar el texto.

La salvación, pues, sólo es posible por el don de Dios, pero para que este don pueda fructificar tiene que venir acompañado del segundo movimiento, el del ser humano que se abre para recibirlo. Este movimiento está representado en el deseo de Zaqueo de ver a Jesús y en la audacia de subirse a un árbol para conseguirlo.

Como Zaqueo, vivimos en un mundo que se ha alejado de Dios y también nosotros somos bajos de estatura: a nuestro lado se yerguen alturas formidables, poderes enormes que no nos dejan ver al Señor: nuestros prejuicios, la mala formación e información que a menudo hemos recibido, nuestra misma naturaleza inclinada al pecado…

Ante esta situación, el evangelio nos invita a reaccionar como Zaqueo, subiéndonos a un árbol. ¿Qué representa el árbol? Las mediaciones que nos permiten elevarnos hacia Dios:

–      La Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia que la interpreta.

–      El testimonio y la experiencia espiritual de los santos de todos los tiempos.

–      La comunidad eclesial que vive y celebra la fe.

Todos éstos son tesoros preciosos que nos permiten elevarnos hacia Dios para acoger su salvación. Estos tesoros están ahí, pero a menudo no nos los tomamos suficientemente en serio. Había mucha gente en Jericó, pero sólo Zaqueo tuvo la audacia de subirse a un árbol. En general nos falta la pasión por el conocimiento de Dios y por la experiencia espiritual. Ojalá pudiésemos decir de corazón junto con el salmista: «como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío: tiene sed de Dios, del Dios vivo.» (Salmo 41).

Hemos de pedir en la oración esta bendita sed que nos mueve a buscar a Dios en el estudio, en la oración, en el trabajo, en la relación con los demás. El Señor nos lo ha prometido: «pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá». Zaqueo pidió, buscó y llamó a la puerta y el Señor entró para quedarse en su casa y transformar su vida. Ojalá fuésemos capaces de imitar su audacia.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:

«Zaqueo, data prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

Él se dio prosa en bajar y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:

«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».

Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:

«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

Jesús le dijo:

«Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Lucas 19, 1-10 


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