Homilía del evangelio del Domingo: Mantener los ojos fijos en Jesús sin dudar jamás de su poder para salvarnos / Por P. José María Prats

* «Si apartamos de Jesús la mirada y la ponemos en la fuerza del viento, es decir, en la magnitud de los problemas que tenemos que afrontar, nos vencerá el miedo y nos hundiremos. No nos dejemos acobardar por la altura de las olas; fijemos la mirada en Jesús y Él nos dará la fuerza necesaria para vencer. Y cuando finalmente llegue la calma y alcancemos la otra orilla del lago descubriremos que la tormenta no fue en vano, porque en ella se nos habrá revelado la suprema verdad: que Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador de los hombres”

Domingo XIX del tiempo ordinario – Ciclo A:

1 Reyes 19, 9a.11-13a / Salmo 84 / Romanos 9, 1-5 / Mateo 14, 22-33

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy nos proporciona una enseñanza muy interesante sobre el sentido de las tormentas o crisis en nuestra vida y sobre cómo afrontarlas.

En primer lugar, nos enseña que estas tormentas tienen un sentido, están en los planes de Dios y tienen siempre como finalidad nuestro bien. Jesús sabía que aquella noche iba a desatarse una gran tormenta en el lago y, sin embargo, apremió a sus discípulos a subir a la barca y navegar hacia la otra orilla. ¿Por qué? Porque la tormenta era el instrumento del que se iba a valer para hacer comprender a sus discípulos que en verdad era el Hijo de Dios. La tormenta tiene, pues, un sentido. A menudo no somos capaces de comprender este sentido, pero debemos tener la certeza de que –como dice San Pablo– «Dios interviene en todas las cosas para bien de los que le aman» (Rm 8,28).

Otra enseñanza de este pasaje que debería ser para nosotros una fuente extraordinaria de consuelo y de confianza en tiempos de tormenta es que, en estos momentos tan difíciles, Jesús intercede incesantemente por nosotros ante el Padre: mientras la barca estaba siendo sacudida por las olas, Él estaba en lo alto de un monte orando por sus discípulos. No es lo mismo afrontar una tormenta creyendo que estamos solos que hacerlo sabiendo que Jesús está intercediendo ante el Padre por nosotros.

Pero vemos también cómo la tormenta es el lugar privilegiado en el que recibimos la visita y el auxilio del Señor. Jesús se hizo presente en medio de aquellas olas que amenazaban con hundir la barca, y lo mismo vemos que ocurre en tantos otros pasajes de la Biblia donde los fieles pasan por momentos de gran dificultad. Pensemos, por ejemplo, en aquellos tres jóvenes que Nabucodonosor hizo arrojar al fuego por negarse a adorar su estatua; cuando el rey fue a ver lo que sucedía exclamó: «¿No arrojamos al fuego a estos tres hombres atados? … ¿Pues cómo es que veo ahora cuatro hombres desatados que caminan en medio del fuego sin sufrir daño y el cuarto tiene aspecto de un Dios?» (Dn 3,24-25).

Jesús se hace presente en medio de la tormenta y nos invita a confiar en Él: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pero no sólo nos visita y nos anima con sus palabras sino que, sobre todo, nos comunica la fuerza que necesitamos para poder superar las dificultades que estamos viviendo.

Jesús caminando sobre el mar es una de las imágenes más bellas de la Escritura que nos habla de su poder y de su victoria. El mar y las olas simbolizan en la Biblia las fuerzas del mal que amenazan con hacer naufragar al hombre. Pues sobre estas olas camina Jesús, porque el Padre lo ha puesto todo bajo sus pies: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).

Y ante este espectáculo sobrecogedor vemos cómo Pedro exclama: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». ¿Qué es lo que está pidiendo Pedro a Jesús con esta súplica aparentemente tan caprichosa? Le está diciendo: “Señor, concédeme compartir tu victoria, haz que tu victoria sobre el mundo y sobre las fuerzas del mal sea también mi victoria”. Y Jesús le responde: «¡Ven!».

También nosotros, cuando estamos atrapados en la tormenta, recibimos la visita del Señor, que nos dice: “Ven, no tengas miedo; ven hacia mí andando sobre el agua”. Y a esta llamada hemos de responder –como Pedro– saltando de la barca y caminando hacia Jesús. Pero entonces, recordemos que sólo una cosa nos permitirá andar sobre el mar: mantener los ojos fijos en Jesús sin dudar jamás de su poder para salvarnos. Si apartamos de Él la mirada y la ponemos en la fuerza del viento, es decir, en la magnitud de los problemas que tenemos que afrontar, nos vencerá el miedo y nos hundiremos.

No nos dejemos acobardar por la altura de las olas; fijemos la mirada en Jesús y Él nos dará la fuerza necesaria para vencer. Y cuando finalmente llegue la calma y alcancemos la otra orilla del lago descubriremos que la tormenta no fue en vano, porque en ella se nos habrá revelado la suprema verdad: que Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador de los hombres.

P. José María Prats

Evangelio

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.

Jesús les dijo en seguida:

«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».

Pedro le contestó:

«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua».

Él le dijo:

«Ven».

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:

«Señor, sálvame».

En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:

«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?».

En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo:

«Realmente eres Hijo de Dios».

Mateo 14, 22-33


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