Homilía del Evangelio del Domingo: Nuestra vida sólo será fecunda si dejamos que Jesús suba a nuestra barca / Por P. José María Prats

* “Y cuando se lo permitamos, Jesús nos dirá: «rema mar adentro», es decir, atrévete a alejarte de la orilla, de todas esas cosas en las que has puesto tu confianza y que te hacen sentir falsamente seguro, y déjalo todo en mis manos. Deja que sea Yo quien te diga en la oración y a través de los signos que pongo en tu vida, lo que debes hacer en cada momento”

Quinto domingo del tiempo ordinario – C:

Isaías 6, 1-2a.3-8  /  Salmo 137  /  1 Corintios 15, 1-11  /  Lucas 5, 1-11

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy nos da una lección preciosa sobre lo que debemos hacer para que nuestra vida sea verdaderamente fecunda.

Fijaos cómo Simón –es decir, el apóstol Pedro- y los demás pescadores, se habían pasado toda la noche trabajando duro y, sin embargo, no habían pescado nada. A pesar de haber puesto en juego todo su esfuerzo y su conocimiento sobre la pesca, el resultado había sido muy malo.

Pero cuando ya creían que todo estaba perdido, aparece Jesús, se sube a la barca de Simón y le dice: «Rema mar adentro y echad las redes para pescar». Y Simón obedece y capturan entonces una cantidad de peces tan enorme que no podían ni cargarlos en una sola barca.

La enseñanza de este pasaje es muy clara: nuestra vida sólo será fecunda en la medida en que dejemos que Jesús suba a nuestra barca y sea Él quien lo dirija todo. Muchas veces nos quejamos porque nos reventamos a trabajar y no conseguimos salir adelante. Como los pescadores del lago de Genesaret ponemos en juego todo nuestro esfuerzo y habilidad y, sin embargo, nuestra vida permanece estéril e insatisfactoria.

Y la razón es que nos hemos olvidado de que Dios es el Señor de la creación y de nuestras vidas y nos hemos empeñado en querer hacerlo todo sin contar con Él: le hemos dejado en la orilla sin permitirle subir a nuestra barca. ¿Y por qué? Pues porque no nos atrevemos a soltar el timón de nuestra barca y ponerlo en las manos de Jesús, no vaya a ser que nos haga navegar por donde no queremos hacerlo. Tenemos nuestros propios planes y proyectos, nuestra idea de lo que nos conviene y no estamos dispuestos a renunciar a ello por nada del mundo.

Bien está que trabajemos con ahínco, pero no olvidemos nunca las advertencias de Jesús: «sin mí no podéis hacer nada», «el que no recoge conmigo, desparrama». A veces me encuentro con personas que me dicen: “En estos momentos estoy tan ocupado y con tantos problemas que no tengo tiempo para ir a la Iglesia, para orar o para meditar la Palabra de Dios”. Y yo les respondo: “Pues es precisamente ahora cuando más necesitado estás de ello”.

Dice el Salmo 126: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: Dios lo da a sus amigos mientras duermen».

El Evangelio de hoy nos anima, pues, a que dejemos subir a Jesús a nuestra barca y a que sea Él quien tome el timón. Y cuando se lo permitamos, lo primero que nos dirá es: «rema mar adentro», es decir, atrévete a alejarte de la orilla, de todas esas cosas en las que has puesto tu confianza y que te hacen sentir falsamente seguro, y déjalo todo en mis manos. Deja que sea Yo quien te diga en la oración y a través de los signos que pongo en tu vida, lo que debes hacer en cada momento, por dónde tienes que navegar, dónde y cuándo tienes que echar las redes, y te daré una pesca como jamás habías podido imaginar, haré tu vida verdaderamente fecunda, llena de frutos materiales y espirituales, y entonces, al contemplar la obra que he hecho a través de ti, reconocerás con todo tu corazón -como Simón- que yo soy el Señor.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: – «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».

Respondió Simón y dijo: – «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».

Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: – «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».

Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Jesús dijo a Simón: – «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Lucas 5, 1-11


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