Homilía del Evangelio del Domingo: Para alcanzar la gloria de Cristo hay que hacer la voluntad del Padre y servir a los demás / Por P. José María Prats

* «Para nosotros, herederos de la desobediencia de Adán, era imposible recorrer este camino. Sólo Cristo, el Hijo unigénito de Dios hecho hombre, podía hacerlo. Y hoy, día de la Ascensión, celebramos precisamente que Cristo ha llegado a la meta de este camino singularísimo y que, en Él, el ser humano ha alcanzado finalmente la gloria, esa eterna plenitud de vida para la que fue creado”

La Ascensión del Señor – C

Hechos 1, 1-11  /  Salmo 46  /  Efesios 1, 17-23  /  Lucas 24, 46-53

P. José María Prats / Camino Católico.- Algunos pensadores y filósofos han descrito al hombre como el ser permanentemente insatisfecho. A diferencia de los animales que quedan saciados tras satisfacer sus necesidades básicas, el ser humano está proyectándose constantemente hacia un horizonte cada vez más amplio. Nada nos satisface plenamente: aspiramos siempre a una felicidad mayor, a un mejor conocimiento del mundo y de nosotros mismos, a una amistad más sincera, a un amor más fiel.

Bien sabía la serpiente lo que hacía cuando, astuta como ninguna, sedujo a la mujer con aquellas palabras: «seréis como dioses». Y es que, efectivamente, el hombre está crónicamente sediento de absoluto y de eternidad por la sencilla razón de que ha sido creado para la gloria.

Pero, como se nos muestra en la Escritura, existen dos caminos que el ser humano puede recorrer en su afán por alcanzar la gloria.

El primer camino viene descrito en el episodio de la Torre de Babel, cuyos constructores, llenos de soberbia, quisieron elevarse hasta el cielo con su propio esfuerzo prescindiendo de Dios. Por desgracia, éste es el camino que escogemos con mucha frecuencia: pretendemos conquistar la gloria elevándonos sobre los demás con nuestro solo esfuerzo para construir una torre amurallada e insolidaria donde poder gozar del paraíso frágil y fugaz que nos ofrecen las comodidades, la tecnología y las seguridades de todo tipo. El fruto de esta opción fue, para los constructores de Babel, la confusión de su lenguaje y su dispersión por toda la tierra. Y mirando a nuestro alrededor, constatamos que también nosotros hemos cosechado el mismo fruto: la incapacidad de alcanzar la concordia y la paz dentro de nosotros mismos, entre los miembros de nuestras familias y entre las diferentes razas y pueblos de la tierra.

El segundo camino, el que conduce a la verdadera gloria, es el que ha recorrido Jesucristo y que San Pablo evoca en este himno formidable que la Iglesia reza en las primeras vísperas de cada domingo:

«Cristo, a pesar de su condición divina,

no hizo alarde de su categoría de Dios;

al contrario, se despojó de su rango

y tomó la condición de esclavo,

pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,

se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,

y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo

y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;

de modo que al nombre de Jesús

toda rodilla se doble

en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame:

Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre»

Como vemos, el camino que conduce a la verdadera gloria no es el de lalucha despiadada por encumbrarnos sobre los demás sino, paradójicamente, el de «tomar la condición de esclavo», sometiéndonos a la voluntad del Padre y viviendo al servicio de los demás.

Para nosotros, herederos de la desobediencia de Adán, era imposible recorrer este camino. Sólo Cristo, el Hijo unigénito de Dios hecho hombre, podía hacerlo. Y hoy, día de la Ascensión, celebramos precisamente que Cristo ha llegado a la meta de este camino singularísimo y que, en Él, el ser humano ha alcanzado finalmente la gloria, esa eterna plenitud de vida para la que fue creado.

Pero la gran noticia que nos llena de gozo en esta fiesta y por la que –como nos dice el evangelio de hoy– los discípulos de Jesús «estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios»,es que, unidos íntimamente a Cristo por la palabra y los sacramentos que nos dejó, nosotros podemos también seguirle en su camino hasta la meta: Cristo resucitado de entre los muertos y encumbrado «por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación» se ha convertido para nosotros en la Nueva Torre de Babel, levantada no por el esfuerzo humano sino por el mismo Dios, a través de la cual –ahora sí– podemos también nosotros ascender hasta la gloria eterna.

La Virgen María supo escalar esta Torre pronunciando aquellas benditas palabras: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» y, por eso, participa ya, en alma y cuerpo, de la gloria de su Hijo. Que Ella, a quien recordamos especialmente en este mes de mayo, nos acompañe y nos guíe en este noble y arduo camino en el que, paradójicamente, para ascender tenemos primero que descender.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que vino de lo alto».

Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Lucas 24, 46-53


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