Homilía del evangelio del Domingo: Ser imagen e hijo del Padre que es todo amor y donación de sí mismo / Por P. José María Prats

* «El amor a los enemigos encuentra también su justificación más cabal en el plano ontológico: debemos amarlos movidos, más que por un sentimiento filantrópico, por el hecho de que son parte de nosotros mismos, porque hemos sido creados para formar juntos un sólo Cuerpo por el amor. Las enemistades del presente tienen su origen en el pecado y contradicen la verdad de lo que juntos estamos llamados a ser”

VII domingo del tiempo ordinario – Ciclo A:

Levítico 19, 1-2.17-18 / Salmo 102 / 1 Corintios 3, 16-23 / Mateo 5, 38-48

P. José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio de hoy, Jesús utiliza nuevamente el recurso de la provocación: con afirmaciones que contradicen fuertemente nuestro sentir y actuar habituales, quiere provocar en nosotros una conmoción que suscite un cambio en nuestras actitudes fundamentales.

Todas las afirmaciones van en la misma dirección: hemos de pasar de la actitud del «ojo por ojo, diente por diente» a una actitud de “despojamiento” en favor de los demás, de la actitud del que permanece centrado en sí mismo midiendo continuamente lo que da y lo que recibe, a la del que se olvida de sí mismo movido por el deseo de promover la paz y la vida a su alrededor. El Señor dice, por ejemplo: «si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra», es decir, ante una afrenta, renuncia a la afirmación de ti mismo por la venganza o la respuesta airada para construir la paz.

Este cambio de actitud es necesario para que el ser humano viva de acuerdo a su esencia, a su condición de imagen e hijo del Padre que es todo amor y donación de sí mismo: «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos». Es importante tener esto presente porque a menudo fundamos nuestro deseo de hacer el bien sobre sentimientos o idealismos que tienen poca consistencia, mientras que la norma ética fundamental se sitúa en el sólido plano ontológico: obra de acuerdo a tu verdad, a tu esencia, para que tu ser pueda desarrollarse armónicamente y alcanzar el destino de gloria para el que fue creado.

El amor a los enemigos encuentra también su justificación más cabal en el plano ontológico: debemos amarlos movidos, más que por un sentimiento filantrópico, por el hecho de que son parte de nosotros mismos, porque hemos sido creados para formar juntos un sólo Cuerpo por el amor. Las enemistades del presente tienen su origen en el pecado y contradicen la verdad de lo que juntos estamos llamados a ser. Por ello, si las circunstancias y actitudes ajenas no permiten una plena reconciliación con nuestros enemigos, debemos manifestar al menos en la oración la verdad de nuestro vínculo profundo con ellos.

El pecado nos ha expulsado del paraíso que supone una vida conforme a la verdad de nuestro ser y nos ha condenado a vivir en un mundo violento y hostil. La conversión no es otra cosa que el retorno a nuestra verdad. Y este retorno sólo es posible por el poder de la gracia: «Cristo ha muerto por todos, para que los que viven, no vivan ya para ellos mismos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos» (2Cor 5,15). La palabra de Dios meditada y asumida, y la oración y la vida sacramental que se abren a la presencia viva y activa de esta Palabra en nosotros, son a la vez –como dice San Pablo– la atmósfera letal donde se asfixia el hombre viejo esclavizado por el pecado y el suave olor donde renace el hombre nuevo que retorna con Cristo al paraíso.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”.

Pero yo os digo:

no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.

 Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.

Pero yo os digo:

amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Mateo 5, 38-48 


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