Comentario del evangelio del Domingo: Servir a Dios es desvivirnos por los intereses de su Reino y Él vela y se desvive por nosotros / Por P. José María Prats

“No podemos servir a Dios y al dinero. Se trata de dos opciones de vida diametralmente opuestas e irreconciliables… ¿Podrá auxiliarnos el dinero en el momento de la muerte?… hemos sido creados para establecer con Dios un diálogo de amor en el que Dios se nos da por completo y nosotros respondemos acogiendo y promoviendo su designio para la creación. Cuando asumimos plenamente esta verdad, cesan los «agobios», pues entendemos que Dios vela por nosotros con mayor solicitud que la madre que amamanta al hijo de sus entrañas, y nos llenamos de confianza y de paz”

VIII domingo del tiempo ordinario – Ciclo A:

Isaías 49, 14-15 / Sal 61 / 1Corintios 4, 1-5 / Mateo 6, 24-34

26 de febrero de 2017.-  (P. José María Prats / Camino CatólicoEn el evangelio de hoy Jesús nos recuerda que no podemos servir a Dios y al dinero. Se trata de dos opciones de vida diametralmente opuestas e irreconciliables. Veamos con un poco de detalle el alcance y las consecuencias de cada una de ellas.

Servir al dinero

El profeta Jeremías describe así esta opción de vida: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor» (Jr 17,5). Optar por el dinero supone «apartar el corazón del Señor», no confiar en su providencia y querer asegurar uno mismo el propio bienestar. De esta manera cargamos sobre nuestras espaldas un peso insoportable, porque es imposible asegurar nuestro futuro. Con el dinero podemos satisfacer necesidades materiales, tener acceso a experiencias gratificantes y contar con una buena asistencia sanitaria, pero no podemos asegurar la salud o la armonía familiar, o evitar los reveses inesperados de la fortuna. El que ha puesto su esperanza en el dinero, en el fondo sabe que esta esperanza es muy frágil y está continuamente amenazada; y de ahí vienen los «agobios» de que nos habla Jesús en el evangelio y el instinto de acumular más y más dinero, pues ninguna cantidad es suficiente para garantizar por completo el bienestar futuro. Pero más insoportable aún es la angustia existencial latente, porque ¿podrá auxiliarnos el dinero en el momento de la muerte?

Servir a Dios

El Salmo primero describe así esta opción: «Dichoso el hombre … cuyo su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas».

La verdad de nuestro ser es que hemos sido creados para establecer con Dios un diálogo de amor en el que Dios se nos da por completo y nosotros respondemos acogiendo y promoviendo su designio para la creación. Cuando asumimos plenamente esta verdad, cesan los «agobios», pues entendemos que Dios vela por nosotros con mayor solicitud que la madre que amamanta al hijo de sus entrañas, y nos llenamos de confianza y de paz: somos «como un árbol plantado al borde de la acequia» y Dios nos viste con la sencillez y belleza de los lirios del campo. La seguridad que nos da esta actitud tiene, además, una consistencia enorme, porque en las manos de Dios no está solamente el bienestar de un día sino, sobre todo, la felicidad eterna. En Él, como proclama el Salmo 61, podemos descansar plenamente: «Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré». Incluso en el sufrimiento y la prueba permanecemos serenos, pues sabemos que también ahí se manifiesta el amor y la misericordia de Dios, que corrige y orienta con firmeza nuestros pasos: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (Sal 22).

No se nos debe olvidar, sin embargo, que toda esta providencia procede de un diálogo de amor que quedaría bloqueado si nosotros no respondiéramos «meditando su ley día y noche», «buscando el Reino de Dios y su justicia». Podríamos, pues, resumir así esta opción fundamental por servir a Dios: nosotros velamos y nos desvivimos por los intereses de su Reino y Él vela y se desvive por nosotros: ¡un negocio redondo!

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros del cielo: ni siembran, no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?

¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?

¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?

No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.

Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».

Mateo 6, 24-34 

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