Homilía del evangelio del Domingo: “Socorrer a los necesitados por amor a Cristo” / Por P. José María Prats

“Se puede objetar que al atender a una persona necesitada “por amor a Cristo” se está ignorando a la persona en cuestión y, por tanto, deshumanizando esa atención. Es justamente lo contrario: al reconocer que el que sufre tiene una relación muy especial con Cristo, se está afirmando su dignidad y, con ello, su derecho a ser amado en sí mismo. Quien atiende a los necesitados con este espíritu es discreto, sobrio, amable, cordial. No busca atraer la atención de las personas a las que sirve hacia sí, sino más bien dirigirla hacia Aquél que sufre en ellas, para que conociéndolo y amándolo «tengan vida y la tengan en abundancia»”

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo – Ciclo A:

Ezequiel 34, 11-12.15-17 / Salmo 22 / 1 Corintios 15, 20-26.28 / Mateo 25, 31-46

P. José María Prats / Camino Católico.- En esta solemnidad de Cristo Rey con la que termina el año litúrgico, celebramos la venida en gloria de Jesucristo al fin del mundo para juzgar a vivos y muertos. El evangelio nos dice que el criterio que determinará la salvación o condenación de las personas en este juicio será el amor a Jesucristo, un amor que se manifiesta especialmente en el empeño por aliviar su sufrimiento: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…».

Pero, ¿cómo y cuándo sufrió el Señor? Sufrió durante su existencia terrena, y muy especialmente en su Pasión. Sufrió como consecuencia de las afrentas y tormentos que le infligieron, pero sobre todo porque cargó sobre sí el sufrimiento y el pecado de los hombres de todos los tiempos: «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores … fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes» (Is 53,4-5). Por ello, cuando aliviamos el sufrimiento humano, estamos enjugando –como la Verónica– el rostro ensangrentado del Señor: «Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis».

Hay personas que consideran inauténtico o propio de beatas lo de “socorrer a los necesitados por amor a Cristo” y afirman que se les debe socorrer por amor y consideración hacia ellos mismos. Quien piensa así es porque no tiene una relación profunda con Cristo y todavía se ama demasiado a sí mismo. Dios es la fuente del amor y de la vida, y solamente el amor a Él nos redime, vivifica y sumerge en la corriente del verdadero amor.

De hecho, la atención a los necesitados desde posiciones puramente humanistas o filantrópicas se deshumaniza fácilmente porque quienes la realizan caen a menudo en la autocomplacencia o en la búsqueda consciente o inconsciente del reconocimiento de las personas a las que sirven y de la sociedad en general. La atención “por amor a Cristo” es, en cambio, mucho más pura, libre y desinteresada, porque no se nutre de la autocomplacencia o del reconocimiento, sino del amor a Cristo, que se aviva por el servicio a los que sufren.

Se puede objetar que al atender a una persona necesitada “por amor a Cristo” se está ignorando a la persona en cuestión y, por tanto, deshumanizando esa atención. Es justamente lo contrario: al reconocer que el que sufre tiene una relación muy especial con Cristo, se está afirmando su dignidad y, con ello, su derecho a ser amado en sí mismo.

Quien atiende a los necesitados con este espíritu es discreto, sobrio, amable, cordial. No busca atraer la atención de las personas a las que sirve hacia sí, sino más bien dirigirla hacia Aquél que sufre en ellas, para que conociéndolo y amándolo «tengan vida y la tengan en abundancia».

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’. Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?’. ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’. Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’.

Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis’. Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’. Y Él entonces les responderá: ‘En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo’. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna».

Mateo 25, 31-46


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