Homilía del Evangelio del Domingo: «Sólo una cosa es necesaria» y esencial: el diálogo de amor entre Dios y el ser humano / Por P. José María Prats

* «La esencia de la vida espiritual es reconocer en todo lo que vivimos la voz y la acción de Dios: su amor, su providencia, su corrección, su instrucción, sus designios para nuestra vida. Y de esta escucha surge espontáneamente la respuesta en forma de alabanza, de acción de gracias, de súplica, de una vida que busca ser fiel en todo a su voluntad”

Domingo XVI del tiempo ordinario – C:

Génesis 18, 1-10a  /  Salmo 14  /  Colosenses 1, 24-28  /  Lucas 10, 38-42

P. José María Prats / Camino Católico.- Las palabras de Jesús a veces resultan chocantes y suscitan de entrada una actitud de rechazo. Pensemos, por ejemplo, en aquel propietario que pagó a los obreros que sólo habían trabajado una hora lo mismo que a los que habían aguantado el peso y el calor de todo el día, o en aquel administrador corrupto alabado porque antes de ser despedido se congració con los deudores de su amo. En estos pasajes, el Señor utiliza el recurso de la provocación para dejarnos inquietos, incitarnos a buscar el sentido escondido de sus palabras y llevarnos a la conversión.

El evangelio de hoy es uno de estos pasajes. Jesús ha sido invitado a casa de Marta y María, Marta carga con todo el trabajo mientras su hermana escucha plácidamente al invitado, y cuando la pobre no puede más y pide ayuda, es amonestada por Jesús.

Con esta provocación, el Señor quiere llevarnos a descubrir que «sólo una cosa es necesaria» y esencial: el diálogo de amor entre Dios y el ser humano, pues en ello nos va la vida.

La comunión entre las personas se establece mediante el diálogo, verbal o no verbal, a través del cual  llegan a un conocimiento y una relación mutua por los que comparten su vida y se habitan mutuamente. Así, por medio del diálogo con Dios llegamos a compartir su vida, lo cual constituye el hecho decisivo que determina el destino de nuestra existencia.

El Pueblo de Dios siempre ha sido consciente de que la clave de su bienestar y salvación está en la escucha atenta y obediente a la palabra de Dios. El Shemá –la oración más sagrada de los judíos– empieza diciendo «escucha, Israel» (Dt 6,4), y la primera oración de los monjes al levantarse son las palabras del Salmo 94: «Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón».

La esencia de la vida espiritual es reconocer en todo lo que vivimos la voz y la acción de Dios: su amor, su providencia, su corrección, su instrucción, sus designios para nuestra vida. Y de esta escucha surge espontáneamente la respuesta en forma de alabanza, de acción de gracias, de súplica, de una vida que busca ser fiel en todo a su voluntad. Por este diálogo, que tiene su culminación en la eucaristía, Dios habita en nosotros y nosotros en Él, compartimos su vida y su santidad: somos divinizados.

Este evangelio puede inducirnos erróneamente a pensar que el Señor no valora el trabajo duro y esforzado pero, de hecho, cuando tenemos una viva conciencia de que lo que estamos haciendo es lo que el Señor nos pide, el trabajo se convierte en respuesta, en diálogo con Dios. La amonestación a Marta no va, pues, dirigida contra el trabajo, sino contra el activismo que se cierra en sí mismo y pierde su referencia fundamental a Dios.

Una fábula muy conocida de Charles Péguy ilustra muy bien esta dimensión espiritual tan importante del trabajo: cuenta el escritor francés que una vez fue en peregrinación a Chartres, vio a un hombre cansado y amargado picando piedra, le preguntó qué hacía y éste le respondió: “Acaso no lo ve? Pico piedra, un trabajo duro que me destroza la espalda y con el que soy explotado por la sociedad”. Más allá vio a otro picapedrero que tenía mejor aspecto, le hizo la misma pregunta y obtuvo esta respuesta: “Me gano así la vida; no he encontrado otro trabajo para alimentar a mi familia, pero al menos tengo éste”. Finalmente vio a un tercer picapedrero radiante y sonriente que respondió así a su pregunta: “yo, señor, estoy construyendo una catedral”.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:

– «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».

Pero el Señor le contestó:

– «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Lucas 10, 38-42


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