Homilía del Evangelio de la solemnidad de San Pedro y San Pablo: «¡Tú eres Pedro!» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap.

* «’Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’: Jesús dice mi Iglesia, en singular, no mis Iglesias. Él ha pensado y querido una sola Iglesia, no una multiplicidad de Iglesias independientes, o peor aún, una lucha entre ellas. Mí, además de ser singular, es un adjetivo posesivo. Jesús, por tanto, reconoce la Iglesia como suya; dice mi Iglesia, como un hombre diría: mi mujer, o mi cuerpo. Se identifica con ella, no se avergüenza de ella. En los labios de Jesús la palabra Iglesia no tiene nada de esos significados sutiles negativos que nosotros hemos añadido»

 Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Hechos 12, 1-11 / Salmo, 33 / 2 Timoteo 4, 6-8.17-18 / Mateo 16, 13-19 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  El Evangelio de hoy, solemnidad de San Pedro y San Pablo, es el Evangelio de la entrega de la llaves a Pedro. Sobre él siempre se ha basado la tradición católica para fundamentar la autoridad del Papa sobre toda la Iglesia. Alguno podría decir: pero, ¿qué tiene que ver el Papa con todo esto?

Esta es la respuesta de la teología católica. Si Pedro tiene el papel de ser «fundamento» y «roca» de la Iglesia, dado que la Iglesia sigue existiendo, entonces debe seguir existiendo también el fundamento. Es impensable que prerrogativas tan solemnes («te daré las llaves del Reino de los cielos») se refirieran sólo a los primeros veinte o treinta años de vida de la Iglesia y que terminaran con la muerte del apóstol. El papel de Pedro se prolonga, por tanto, en sus sucesores.

Durante todo el primer milenio, este oficio de Pedro fue reconocido universalmente por todas las Iglesias, si bien se interpretó de manera diferente en oriente y occidente. Los problemas y las divisiones nacieron con el milenio terminado recientemente. Y hoy también nosotros, católicos, admitimos que no todos estos problemas han nacido por culpa de los demás, de los así llamados «cismáticos»: primero los orientales y después los protestantes. El primado instituido por Cristo, al igual que todas las cosas humanas, fue ejercido a veces bien y a veces menos bien. Al poder espiritual se le mezcló, poco a poco, un poder político y terreno, y de este modo se dieron abusos. El mismo Papa, Juan Pablo II, en la carta sobre el ecumenismo, Ut unum sint, ha previsto la posibilidad de revisar las formas concretas con las que se ha ejercido el primado del Papa para permitir la concordia de todas las Iglesias a su alrededor. Como católicos, deseamos que se continúe cada vez con más valentía y humildad por este camino de la conversión y de la reconciliación, especialmente incrementando la colegialidad querida por el Concilio.

Lo que no podemos desear es que el ministerio mismo de Pedro, como signo y factor de la unidad de la Iglesia, se desvirtúe. Sería privarnos de uno de los dones más preciosos que Cristo ha hecho a su Iglesia, así como contraponerse a su voluntad precisa. Pensar que a la Iglesia le basta tener la Biblia y el Espíritu Santo para interpretarla, para poder vivir y difundir el Evangelio, es como decir que a los fundadores de los Estados Unidos les hubiera bastado escribir la constitución norteamericana y mostrar en sí mismos el espíritu con que se debía interpretar, sin prever algún gobierno para el país. ¿Existirían todavía los Estados Unidos?

Algo que podemos hacer desde ahora y todos es allanar el camino a la reconciliación entre las Iglesias, comenzando por reconciliarnos con nuestra Iglesia. «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»: Jesús dice mi Iglesia, en singular, no mis Iglesias. Él ha pensado y querido una sola Iglesia, no una multiplicidad de Iglesias independientes, o peor aún, una lucha entre ellas. Mí, además de ser singular, es un adjetivo posesivo. Jesús, por tanto, reconoce la Iglesia como suya; dice mi Iglesia, como un hombre diría: mi mujer, o mi cuerpo. Se identifica con ella, no se avergüenza de ella. En los labios de Jesús la palabra Iglesia no tiene nada de esos significados sutiles negativos que nosotros hemos añadido.

En esa expresión de Cristo, se da un fuerte llamamiento a todos los creyentes a reconciliarse con la Iglesia. Renegar de la Iglesia es como renegar de la propia madre. «No puede tener a Dios por Padre –decía san Cipriano– quien no tiene a la Iglesia por madre». Sería un hermoso fruto de esta fiesta de los santos Pedro y Pablo aprender a decir también nosotros, al hablar de la Iglesia a la que pertenecemos: «¡mí Iglesia!».

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

-«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»

Ellos contestaron:

-«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»

Él les preguntó:

-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

-«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»

Jesús le respondió:

-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Ahora te digo yo:

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»

Mateo 16, 13-19 


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