Homilía del evangelio del Domingo: Una conversión que nos mueva a producir los debidos frutos de justicia y santidad / Por P. José María Prats

* “Esta conversión debería ir precedida de un examen de conciencia. Todos, y muy especialmente los dirigentes del Pueblo de Dios, hemos de preguntarnos: ¿Valoramos, custodiamos y comunicamos debidamente el tesoro de gracia que hemos recibido de Dios? ¿Promovemos en la Iglesia la santidad y la virtud o intentamos más bien acomodarnos a los valores del mundo para evitar su rechazo y persecución? ¿Trabajamos en la viña del Señor al servicio del Reino de Dios o al servicio de intereses políticos, ideológicos o personales? Desde la atalaya que Dios ha construido en medio de su viña, ¿identificamos, advertimos y combatimos valientemente las amenazas que se ciernen sobre ella o preferimos mirar cómodamente hacia otro lado?”

Domingo XXVII del tiempo ordinario – Ciclo A:

Isaías 5, 1-7 / Salmo 79 / Filipenses 4, 6-9 / Mateo 21, 33-43

P. José María Prats / Camino Católico.- Las lecturas de hoy nos presentan la figura del Pueblo de Dios como viña del Señor, una viña que Él plantó y cuidó con gran esmero: la sacó de Egipto, le dio una Ley e hizo con ella una Alianza, la trasplantó a una tierra fértil, «construyó en medio de ella una atalaya y cavó un lagar». La atalaya representa a los dirigentes de Israel a quien Dios encargó orientar y velar por su pueblo, y el lagar donde se pisan las uvas nos habla de los frutos de justicia y santidad que Dios esperaba de este pueblo. Sin embargo, a pesar de tantos cuidados, la viña no produjo uvas, sino agrazones.

En el evangelio, Jesús atribuye la responsabilidad de este drama a los labradores a quien Dios arrendó su viña, es decir, a los dirigentes de Israel. Ellos se rebelaron contra el dueño de la viña y se apropiaron de ella, persiguiendo hasta la muerte a los profetas y hasta al mismo Hijo que Dios envió para reclamar los debidos frutos de justicia y santidad.

Por no haber dado los frutos esperados, Dios anuncia lo que va a hacer con su viña: «derruir su tapia para que la pisoteen» y «arrendar la viña a otros labradores», dársela «a un pueblo que produzca sus frutos». Y así ocurrió: en el año 70 las legiones romanas arrasaron Jerusalén y su templo, y el legado espiritual de Israel fue puesto en manos de un nuevo pueblo, la Iglesia, regido por un nuevo Sanedrín, el de los apóstoles presididos por San Pedro, cuyos sucesores son los obispos y el Papa.

De todo ello podemos sacar alguna enseñanza para nuestro tiempo. Hoy vivimos –al menos en Europa– una situación de fuerte crisis dentro de la Iglesia que nos mueve a hacernos la misma pregunta que se hace el salmista: «¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?» A menudo tendemos a atribuir esta crisis al poder destructor de fuerzas externas como los materialismos ateos, el mayo del 68, las ideologías o los medios de comunicación. Pero las lecturas de hoy desmienten esta tesis: Si el Pueblo de Dios se mantiene fiel a la misión que ha recibido, el Señor se constituye en su muralla y nada ni nadie puede hacerle daño. Es su infidelidad, y muy especialmente la de sus dirigentes, la que hace que el Señor «derribe su cerca para que la saqueen los viandantes».

Esto no debe llevarnos a la desesperanza sino a la conversión, porque el futuro está en nuestras manos, depende de nuestra fidelidad. Recordemos aquellas palabras de Dios a Abraham: «No destruiré la ciudad si encuentro allí a diez justos». Somos la viña del Señor y hemos de producir frutos de justicia y santidad.

Esta conversión debería ir precedida de un examen de conciencia. Todos, y muy especialmente los dirigentes del Pueblo de Dios, hemos de preguntarnos: ¿Valoramos, custodiamos y comunicamos debidamente el tesoro de gracia que hemos recibido de Dios? ¿Promovemos en la Iglesia la santidad y la virtud o intentamos más bien acomodarnos a los valores del mundo para evitar su rechazo y persecución? ¿Trabajamos en la viña del Señor al servicio del Reino de Dios o al servicio de intereses políticos, ideológicos o personales? Desde la atalaya que Dios ha construido en medio de su viña, ¿identificamos, advertimos y combatimos valientemente las amenazas que se ciernen sobre ella o preferimos mirar cómodamente hacia otro lado?

Sólo tras esta conversión que nos mueve a producir los debidos frutos de justicia y santidad podremos ser escuchados cuando oremos con el salmista: «Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa. No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre. Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’.

»Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?».

Dícenle:

«A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo».

Y Jesús les dice:

«¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos». 

 

Mateo 21, 33-43


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