Homilía del evangelio del Domingo: Velar por la extensión del Reino de Dios hacia todos los pueblos y hacia el interior del corazón de cada persona / Por P. José María Prats

* «Velar significa tomar conciencia de que todos nuestros pensamientos, palabras y acciones, todo cuanto realizamos en el ámbito de la familia, el trabajo o la acción social, tiene como fin último la extensión del Reino de Dios que el Señor nos ha confiado y que Él mismo sigue impulsando por la acción de su gracia en nosotros”

Primer domingo de Adviento – Ciclo B:

Isaías 66, 16b-17.19b;64,2b-7 / Salmo 79 / 1 Corintios 1, 3-9  /  Marcos 13, 33-37

P. José María Prats / Camino Católico.-En este primer domingo de adviento comenzamos un nuevo año litúrgico en el que celebraremos una vez más el misterio de Cristo, desde el anuncio de su nacimiento por los profetas hasta su venida gloriosa al final de los tiempos. De hecho, este primer domingo de adviento hace como de puente que une estas dos venidas del Señor, convirtiendo así el año litúrgico en un círculo –como la corona de adviento– que hace presente y operante el misterio de Cristo año tras año.

Los profetas de Israel tienden a identificar la venida del Mesías con el fin del mundo. Es normal que desde la lejanía, el misterio de Cristo se vislumbre con poco relieve. Ahora que este misterio se ha hecho presente entre nosotros, sabemos que la venida de Cristo no es un hecho puntual, sino que se despliega a lo largo de la historia: Cristo vino, viene y vendrá. Vino naciendo, muriendo y resucitando en Palestina; viene cada día en la celebración litúrgica de sus sagrados misterios; y vendrá al final del mundo para llevar a plenitud el Reino que inauguró en su primera venida.

El evangelio de hoy nos sitúa entre la primera y la última venida. Cristo es ese «hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara» esperando su retorno. Su casa es la Iglesia que Él fundó, sus criados somos los miembros de esta Iglesia, y el portero, a quien confía especialmente la vigilancia de la casa, es el ministerio apostólico presidido por el Santo Padre.

Los cristianos vivimos en esta casa llamada Iglesia que pertenece a Cristo y que Él visita y santifica continuamente en la celebración de los sacramentos. Y todos los que habitamos en ella tenemos una tarea común, que es velar por la extensión del Reino de Dios: extensión hacia todos los pueblos de la tierra y hacia el interior del corazón de cada persona, «para que Dios sea todo en todos». Velar significa tomar conciencia de que todos nuestros pensamientos, palabras y acciones, todo cuanto realizamos en el ámbito de la familia, el trabajo o la acción social, tiene como fin último la extensión del Reino de Dios que el Señor nos ha confiado y que Él mismo sigue impulsando por la acción de su gracia en nosotros.

Jesús nos advierte en este evangelio del peligro de quedarnos dormidos: «Velad … no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos». Caemos en este sueño mortal cuando dejamos de mirar hacia lo alto y nos dejamos atrapar por lo inmediato, por el bienestar material, por la satisfacción de nuestros deseos, proyectos y ambiciones personales, a menudo contrarios a la voluntad de Dios, cuando nos dejamos seducir por el poder ostentoso del mundo y no sabemos reconocer el verdadero poder, sobrio y humilde, del Reino de Dios.

Especialmente en Europa, los cristianos estamos cayendo en este sueño letal provocado por el opio de los materialismos ateos y de tantas ideologías destructivas que están llevando a una apostasía de la fe cada vez más generalizada. Hoy más que nunca, los que aún permanecemos en vela, deberíamos despertar a gritos con nuestro compromiso y testimonio a los hermanos que se han dejado vencer por el sueño y han olvidado la tarea maravillosa que el dueño de la casa nos encomendó en su partida. “Despertad, hermanos, y velad; velad porque el Señor llegará como un ladrón en la noche”.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:

«Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!».

Marcos 13, 33-37


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