Homilía del evangelio del Domingo: Vivir pendientes de la presencia viva de Dios en nosotros y de su sabiduría / Por P. José María Prats

* “Por la fe y el bautismo, Dios ha venido a habitar en nosotros constituyéndonos hijos adoptivos del Padre, miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y templos del Espíritu Santo. Y esta gracia, esta presencia de Dios en nosotros, es la luz que ilumina y vivifica todo nuestro ser. Sin ella, no somos nada –polvo que regresa al polvo–, mientras que con ella lo somos todo, porque participamos de la vida plena e inmortal de Dios”

Domingo XXXII del tiempo ordinario – Ciclo A:

Sabiduría 6, 12-16 / Salmo 62 / 1 Tesalonicenses 4, 13-17  / Mateo 25, 1-13

P. José María Prats / Camino Católico.- Como es bien sabido, en la celebración del bautismo de los niños, después de la efusión del agua junto con las palabras que confieren el bautismo, el celebrante invita a los padrinos a “recibir la luz de Cristo” encendiendo el cirio que han traído en el Cirio Pascual y llevando esta luz a su ahijado. A continuación el celebrante dice: “A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestro hijo, iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz. Y perseverando en la fe, pueda salir con todos los santos al encuentro del Señor”.

Obviamente, este rito está inspirado en el evangelio de hoy, donde diez doncellas, tomando sus lámparas, salen a esperar la llegada del esposo para entrar con él en el banquete de bodas.

El significado de todo esto es muy sencillo: Por la fe y el bautismo, Dios ha venido a habitar en nosotros constituyéndonos hijos adoptivos del Padre, miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y templos del Espíritu Santo. Y esta gracia, esta presencia de Dios en nosotros, es la luz que ilumina y vivifica todo nuestro ser. Sin ella, no somos nada –polvo que regresa al polvo–, mientras que con ella lo somos todo, porque participamos de la vida plena e inmortal de Dios.

El sabio es el que sabe dar a cada cosa la importancia que tiene, el que es capaz de vivir en coherencia con el sentido profundo de su existencia. El sabio, por tanto, vive en todo momento pendiente de esta luz, de esta presencia viva de Dios en él, que constituye su fundamento y determina su destino eterno. Por eso, el evangelio llama «sensatas» a las cinco vírgenes que al salir a recibir al esposo tomaron consigo alcuzas de aceite para mantener sus lámparas encendidas, y «necias» a las cinco que no las tomaron.

El libro de la Sabiduría –como vemos en la primera lectura– identifica esta luz con la sabiduría, la cual es «radiante e inmarcesible» y mantiene una relación preciosa con aquellos que la buscan y la aman: «Se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones.»

La persona espiritual es la que vive en todo momento pendiente de esta sabiduría, de esta presencia viva de Dios en ella, permaneciendo atenta a sus inspiraciones y mociones, amándola, saboreándola, regocijándose en ella, procurando acrecentarla, esperando anhelante el encuentro definitivo, cara a cara, con ella. Todo lo contempla bajo su luz, y todo se vuelve sencillo y diáfano.

El mundo tan complicado y agitado en que vivimos recuperará su armonía y su sencillez cuando nos decidamos a poner nuestra atención y nuestro corazón en la Sabiduría.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

«El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron.

Mas a media noche se oyó un grito:

‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’.

Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas.

Y las necias dijeron a las prudentes:

‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’.

Pero las prudentes replicaron:

‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’.

Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta.

Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo:

‘¡Señor, señor, ábrenos!’.

Pero él respondió:

‘En verdad os digo que no os conozco’.

Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora».

Mateo 25, 1-13


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