¿Cómo vivir en profundidad la celebración de la Pasión del Señor y el Vía Crucis comprendiendo lo que celebramos? / Por P. Fernando Simón Rueda

P. Fernando Simón Rueda / Camino Católico.- Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito”, Jn 3,16.Los amó hasta el extremo”, Jn 13,1. Me amó hasta entregarse por mí”, Ga 2,20.

Cristo murió por nuestros pecados”, 1Cor 15, 3.

La celebración se centra en la inmolación del Cordero que quita el pecado y en la señal de su muerte gloriosa: la Cruz. Es ahí, en el madero santo, donde Cristo realiza la expiación vicaria, como el siervo de Yahvé (primera lectura) que carga con la culpa de todos para convertirnos en justos ante Dios.

La acción litúrgica debe comenzar después del mediodía, hacia las tres de la tarde, a no ser que por razones pastorales se prefiera una hora más tardía. Los ornamentos sagrados que se usan son de color rojo, el color propio de los mártires en señal de victoria. Por eso el Viernes Santo no es un día de luto, sino de amorosa contemplación de la muerte del Señor, fuente de nuestra salvación.

Al ser la proclamación de la muerte del Señor, es el único día en que no se celebra el sacramento de la Eucaristía. Al final, se ofrece la santa comunión con las especies consagradas en los oficios del Jueves Santo.

  • Ritos iniciales

Silencio elocuente con el que comienza la celebración. Postración, rostro a tierra, del sacerdote y los ministros: es una oración silenciosa que pide al Señor que se acuerde de su misericordia.

  • La liturgia de la palabra

Es el centro de la celebración.

La primera lectura del cuarto canto del Siervo de Yahveh (Is 52,1353,12), es una lectura profética aplicada a Jesús, que “entrega su vida como expiación”, y que contiene una impresionante descripción de la pasión del Señor. El salmo responsorial (Sal 30) tiene como respuesta las palabras de Cristo en la Cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, que proceden del mismo salmo. En la segunda lectura, el Siervo aparece como el Sumo Sacerdote que, ofreciéndose a sí mismo como víctima, “se convirtió en causa de salvación eterna para los que le obedecen”, (Heb4,1416; 5,79)

La celebración de la palabra encuentra su cima en el evangelio de la pasión según san Juan, la gran hora de Jesús entregado su Vida a los suyos por amor.

  • Solemne oración universal

La liturgia de la Palabra se cierra con la solemne oración universal de los fieles; bellísimo formulario que nos llega, con algunos retoques modernos, desde la liturgia romana del siglo V. Son las preces por excelencia que la Iglesia presenta de modo solemne uniéndose a la intercesión universal e infinita de Cristo en la Cruz.

Sin duda, es un día en que tenemos que intensificar la oración de intercesión, las súplicas por todo el mundo «apropiándonos» de los méritos infinitos de la Sangre derramada en la Cruz.

  • La adoración de la cruz

La adoración de la Santa Cruz es un acto de fe y una proclamación de la victoria pascual de Jesús. La Cruz es un signo de la Pascua, de la salvación. Se trata de la «cruz gloriosa», porque por ella ha venido la salvación al mundo entero y nos hemos llenado de una esperanza nueva.

La adoración de la cruz por todo el pueblo va precedida de la ostensión a toda la asamblea: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo», mientras se va descubriendo, poco a poco, la Cruz cubierta. Durante la adoración se canta la antífona «Tu cruz adoramos», de origen griego, y el himno Crux fidelis:

“¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol, donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!”

La alusión al árbol del paraíso es clara: el fruto de aquel árbol produjo la muerte, el fruto de la Cruz es la Vida misma.

Los Improperios por su parte, («¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te saqué de Egipto….), evocan el misterio de la glorificación y de la divinidad de Jesús, que muere herido de amor y lleno de ternura hacia su pueblo.

  • Finaliza con la comunión eucarística con las especies consagradas la tarde anterior y la oración sobre el pueblo, invocando la bendición divina sobre él.

El Viernes Santo es día de ayuno, pero de un ayuno no penitencial, como el de la Cuaresma, sino pascual, porque nos hace vivir el tránsito de la pasión a la resurrección. Este ayuno no es un elemento secundario del Triduo pascual. Por eso, la Iglesia recomienda que se guarde también durante todo el Sábado Santo.

  • Rezo del Vía Crucis

Es un día propicio para hacer con devoción este ejercicio de piedad. Se trata de recorrer en fe y con el corazón el camino de Jesús hasta la Cruz. Ese día podemos participar de esta maravillosa oración uniéndonos al Vía Crucis que presidirá el Santo Padre desde la Basílica de San Pedro del Vaticano.

P. Fernando Simón Rueda

Párroco de la Parroquia de san Juan Crisóstomo. Madrid

Asesor espiritual y miembro del Consejo de Redacción de Camino Católico

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