Daniel Romero, profesor y mago: «En la oración, Dios me regala la serenidad y la perspectiva necesaria para vivir con intensidad cada día, sin miedo a darme y desgastarme»

* «A veces la oración es desierto, que me descoloca y cuestiona; pero otras muchas es abrazo del que te quiere más que nadie y siempre te acompaña, aunque no lo veas. Orar me ayuda a aceptarme cada vez más, con todas mis limitaciones, y a ofrecer lo que soy con más autenticidad»

Camino Católico.- Daniel Romero es padre de Mateo y marido de Charo. Junto a su familia, vive su fe en una comunidad de la parroquia de El Salvador de Málaga, aunque su origen le vincula a la de Virgen del Camino. Profesor y educador en los colegios de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia y en Madre Asunción, también tiene dotes para la magia. Daniel cuenta a Ana María Medina en Diócesis de Málaga que cuando era adolescente, Dani acudía a los campamentos y convivencias que organizan los hermanos de los Sagrados Corazones:

«Religiosos y catequistas me enseñaron a parar, escuchar la Palabra de Jesús y después, en silencio, escuchar lo que pasaba dentro. Descubrí que esa Palabra está viva, que se conecta a cada uno de nosotros de una forma concreta y particular, y que, por aquel entonces, buscaba abrirse paso en una interioridad sin explorar, como una intensa luz en medio de la oscuridad.

Compartir cada día esas oraciones, con canciones que aún sigo tarareando cuando plancho o hago la comida, fue un regalo que me enseñó a rezar junto a otros en un clima de acogida y escucha generosa», explica.

Sin rezar, me perdería

«Podría vivir sin rezar, pero me acabaría perdiendo. Sería otra opción de vida con la que, creo, no sería feliz», declara Dani.

«De hecho, con frecuencia pasan los días y no rezo. Es algo que me pesa y lo sufro, muchas veces en forma de desesperanza. Menos mal que Dios me regala la gracia de volver a Él y de necesitar su Palabra para seguir optando por una vida a la escucha del Evangelio.

La oración me mantiene pegado al suelo en un día a día intenso, que muchas veces me pasa por encima como una ola gigantesca que no sé surfear y me revuelca. El tiempo se escurre entre los dedos y los días pasan incesantes.

En la oración, Dios me regala la serenidad y la perspectiva necesaria para vivir con intensidad cada día, sin miedo a darme y desgastarme.

A veces la oración es desierto, que me descoloca y cuestiona; pero otras muchas es abrazo del que te quiere más que nadie y siempre te acompaña, aunque no lo veas. Orar me ayuda a aceptarme cada vez más, con todas mis limitaciones, y a ofrecer lo que soy con más autenticidad».

La presencia invisible

Al pensar en la oración, a Dani le viene a la cabeza este poema de Gloria Fuertes que guarda en un pequeño libro de oraciones de una convivencia de hace unos cuantos años:

La presencia

es vista y no vista.

Se siente, como si te besan con la luz apagada,

te estremeces, no ves nada.

Sientes eso que se siente,

cuando te liberas de una tenaza.

La presencia invisible

te seca el sudor de una lágrima;

no suele ser una persona conocida,

no habla,

huele a esencia esencial,

no os la puedo describir,

es muy alta.


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