Daniel Weikert, agnóstico y anticristiano, trabajó como músico con tres ganadores de los premios Grammy, estuvo en la cárcel y hoy es testigo de la misericordia de Dios

* “Sentí el impacto de haber nacido y crecido en una familia fracturada con profundas historias de dolor, pero esto sólo potenció mi rebeldía y consiguiente rechazo a Dios y su Iglesia”

* “Cuando fui creciendo, encontré sustitutos a mis vacíos en la filosofía «progresista», la música underground y el arte. Las drogas y el paganismo moral llenaron un creciente vacío de mi corazón”

* “Intuyendo que existía algo más allá de este mundo… un día esta inquietud me llevó a recordar una oración que rezaba con mi madre cuando yo tenía seis años… En susurro, apenas audible, pero que salió como torrente desde lo profundo de mi ser dije: «Mamá, quiero que Jesús viva en mi corazón»”

* “Caí en la cárcel. Allí, habiendo tocado fondo, comencé a leer ávidamente la Sagrada Escritura y supe lo que era el dolor de la culpa”

* “Convertirse en cristiano era un cambio total de paradigma. Tuve que cambiar el orden de casi todo lo que sabía y vivía. ¡Ahora podía ver y apreciar la verdad, la belleza y la bondad en el mundo! Y en los años siguientes fui director musical, líder de estudio bíblico, orador invitado y pastor laico de la iglesia evangélica anglicana”

* “La estocada final en mi conversión a la fe católica fue conocer y sentir la figura de la Santísima Virgen María”

3 de agosto de 2013.- (Daniel Weikert / PortaLuz  / Camino Católico) Esta es la historia Daniel Weikert, plena de experiencias y reflexiones comunes a millones de jóvenes. Pero también contiene luces que confirman la esperanza en el triunfo de la misericordia. Es narrada por su propio protagonista en primera persona:

Hasta la edad de los seis años crecí sin saber nada de la fe católica, como tampoco de mi padre. Fue mi madre quien, luego de una inesperada conversión, me habló de su experiencia con Jesús, pero nada mencionó de la religión ni la Iglesia. A medida que crecía y con fuerza en mi adolescencia, decidí que no necesitaba conocer a mi ausente padre ni menos pertenecer a una institución anticuada, supersticiosa y opresiva como la Iglesia Católica.

Sentí el impacto de haber nacido y crecido en una familia fracturada con profundas historias de dolor, pero esto sólo potenció mi rebeldía y consiguiente rechazo a Dios y su Iglesia.

Cuando fui creciendo, encontré sustitutos a mis vacíos en la filosofía «progresista», la música underground y el arte. Las drogas y el paganismo moral llenaron un creciente vacío de mi corazón. La caída de los valores occidentales me pareció entonces casi una confirmación de mis opciones. Comencé a trabajar con profesionales de la música que me pagaban por participar en el activismo ambiental radical de izquierda.

A medida que mi cuerpo y alma se alejaban de la auténtica vida humana y de lo espiritual, tenía algunos éxitos que me ayudaban a no mirar mis mentiras. Trabajé con tres ganadores de los premios Grammy y con ellos bebí de una inagotable fuente de ideología anticristiana sustentada en la radio, prensa y otros medios de comunicación.

El testimonio materno y la misericordia

Así como hay buenos frutos cuando dirigimos nuestra vida hacia Jesús, hay frutos mortales cuando nos rebelamos contra Él. En aquellos días yo nunca habría adivinado que estos «salarios» pueden ser algo más que cuestiones que impacten la mente o el corazón.

El pecado mata no sólo a una mente aguda y un corazón contento, sino que puede tomar literalmente la vida de una persona. Sí… perdí varios buenos amigos por sobredosis de drogas. Sus muertes deberían haber actuado como una bandera roja y prueba de que no existe verdadera gloria en el libertinaje. Pero vivía de espaldas a Dios como para ver.

Sin embargo nunca acepté el ateísmo. En ocasiones leía sobre las principales religiones del mundo y algunas prácticas culturales y paganas. Así, intuyendo que existía algo más allá de este mundo material, un pequeño rayo de luz luchaba por surgir en esa oscuridad con que me saturaba a mí mismo.

Pero un día esta inquietud me llevó a recordar una oración que rezaba con mi madre cuando yo tenía seis años. Recordé que fue en ese tiempo que la había visto cambiar su vida, orar y adorar. Y en susurro, apenas audible, pero que salió como torrente desde lo profundo de mi ser dije: «Mamá, quiero que Jesús viva en mi corazón».

Tenía entonces veintisiete años y aunque quise huir de esta experiencia sabía que llegaría el momento de enfrentar a Cristo. Mis creencias filosóficas y hábitos de vida poco a poco me iban resultando vacíos.

Pero sucedió lo inesperado… caí en la cárcel. Allí, habiendo tocado fondo, comencé a leer ávidamente la Sagrada Escritura y supe lo que era el dolor de la culpa. Cuando enfrenté al juez y confesé mi real arrepentimiento no me esperaba lo que ocurrió. Me miró directamente, probablemente tratando de discernir mi sinceridad y la comparación de mi súplica a los miles de personas que, sin duda, le habían dicho algo similar. Luego dijo: «Ve a hacer lo que debes hacer. Yo exonero tu registro».

Por primera vez supe lo que era ser tocado por la misericordia, pero era sólo el principio de muchas misericordias de Dios para mí.

El regreso y la conversión definitiva

Convertirse en cristiano era un cambio total de paradigma. Tuve que cambiar el orden de casi todo lo que sabía y vivía. Mientras lo hacía, sólo podía hacer lo que San Pablo había hecho después de que en el camino de Damasco había sido tocado por el amor misericordioso de Dios: lanzarme a esta nueva realidad y propósito. Ahora podía perdonar y ser perdonado. ¡Ahora podía ver y apreciar la verdad, la belleza y la bondad en el mundo!

Mi primer año fue de arrepentimiento y descubrir mi ser. Pronto estaba listo para empezar a trabajar. Y en los años siguientes fui director musical, líder de estudio bíblico, orador invitado y pastor laico de la iglesia evangélica anglicana.

Bueno si quien me lee es protestante debe saber que si investiga con corazón abierto la historia de la Iglesia o como yo lo hice, reza a Dios pidiendo vivir en la fe verdadera… terminará en la Iglesia Católica. Sí, a medida que estudiaba la Iglesia primitiva leyendo con avidez los Padres, me encontré con un nuevo lenguaje de Jesús, la Iglesia, y cómo debemos ser realmente cristianos. Aún más sorprendente para mí fue como este claro y directo lenguaje tocaba mi corazón y mente. Luego me adentré en lo que llamo los «santos de poder», San Agustín y Santo Tomás de Aquino y este fue un nuevo avance. Asistía a menudo a misa, disfrutaba orar en las iglesias, pero la estocada final en mi conversión a la fe católica fue conocer y sentir la figura de la Santísima Virgen María. 

Agradezco también de corazón al Padre Drew Morgan, mi catequista. Tengo con él una gran deuda por su tiempo, destreza teológica, comprensión y ayuda. Después de mi primera confesión, que duró más de cuarenta y cinco minutos y muchas lágrimas, recibí los sacramentos de la Confirmación y la primera Eucaristía el 17 de febrero de 2007.

Daniel Weikert

Daniel es hoy Director de MGO Media, un ministerio que se centra en la evangelización. Trabaja para las parroquias del área metropolitana de Pittsburgh en Estados Unidos.

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