David Valls, ejecutivo de una petrolera y rico, se ha desprendido de todo y es monje de Montserrat: «Jesús me hace libre. Ahora soy feliz»

* «Tuve que consultar a médicos porque notaba que no estaba bien, que no me sentía bien somáticamente, hasta que una amiga no creyente me aconsejó un descanso en la hospedería de Montserrat. Ahí empezó todo hace siete años»

Camino Católico.- David Valls Gonzálvez tiene 57 años, y durante 20 trabajó como alto ejecutivo de una multinacional petrolera. La vida placentera y lujosa que había llevado va a cambiar radicalmente. El motivo: el próximo domingo va a ser consagrado como nuevo monje benedictino de Montserrat. «Ahora soy feliz», confiesa en una entrevista con Efe.

El futuro monje se entrena en la mayordomía del monasterio. Este licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona y con estudios en Marketing, se dedica ahora a ayudar en todas las tareas para las que le requieren los que van a ser sus hermanos.

David ha adoptado el nombre de Pau como religioso. Tuvo que pedir permiso a su madre antes de que muriera para cambiárselo: «Nunca pusimos impedimentos a tus decisiones…», recuerda que le dijo.

Una vocación que empieza con…una amiga no creyente

El postulantado de David (Pau) comenzó hace siete años cuando una amiga «no creyente me aconsejó que hiciera un retiro en la hospedería de Montserrat. Ahí empezó todo».

«Llevaba más de 20 años trabajando como alto ejecutivo, primero en una multinacional de ‘commodities’ y después en una petrolera multinacional española -que prefiere no identificar-, donde era director de Marketing y Desarrollo de Expansión. Pero no era feliz».

Nació en Barcelona, en el barrio de Sants-la Bordeta, en el seno de una familia católica. Durante la adolescencia abandonó la fe por rebeldía juvenil. «Es muy fácil abandonar la fe, es muy fácil dejar de rezar, cuesta volver a hacerlo», dice.

Muchas parejas y casado por lo civil 5 años

«Tenía mucho dinero, conviví con diversas parejas, incluso he estado casado por lo civil viviendo en flagrante concubinato con mi mujer durante cinco años, pero fui un absoluto egoísta. La máxima muestra de egoísmo fue pensar que decirles a mis parejas que yo no quería tener hijos era una muestra de sinceridad», admite.

«Tenía varias tarjetas de crédito y varios móviles, pero no me hacía para nada feliz, y, aunque no caí en una depresión, sí tuve que consultar a médicos porque notaba que no estaba bien, que no me sentía bien somáticamente, hasta que una amiga me aconsejó un descanso en la hospedería de Montserrat». Allí entró en contacto por primera vez con la comunidad benedictina.

«No era feliz porque hacía infelices a los demás»

Confiesa que hizo cosas que no le gustaron durante su vida laboral. Un ejemplo, «desconsiderar a mis subordinados«, con el que sacó la conclusión de que «no era feliz porque hacía infelices a los demás».

«Pensé que se trataba de la crisis de los 40 y que estaba desanimado, pero en realidad fue peor: era una crisis de valores», se sincera, sobrado de palabras este hombre que durante la Transición coqueteó con el Front Nacional de Catalunya, que militó en el PSAN, que se siente «comunista» y que confiesa que aún le «apasiona» la política.

Tras pasar por la hospedería de Montserrat, decidió dejar Madrid e iniciar el postulantado para ingresar como monje. Para ello, la comunidad le nombró un maestro de novicios que le ha acompañado en su lento aterrizaje en el monasterio. Primero, pasó pocos días y luego comenzó a vivir y comprobar cómo le sentaba la vida monástica y si la comunidad le daba el visto bueno.

A más nivel adquisitivo, más pérdida de valores

David dejó su «vida regalada» e hizo el «voto de pobreza», que dice que es el que «más acorde» con su condición cristiana le parece. Por ello, ha tenido que deshacerse de todos sus bienes. No explica a quién se los ha dado, aunque aclara que la comunidad de Montserrat nunca le ha pedido «ni un céntimo» ni le ha preguntado por su patrimonio.

«Yo vivía a tope, tuve mucho dinero, pero conforme crecía mi nivel adquisitivo iba perdiendo valores», repite mientras confiesa que hizo «cosas que nunca hubiese creído, no solo profesionalmente, también a nivel personal. Para contentar a la empresa hice cosas….yo nunca acepté sobornos, pero mis compañeros sí, y me criticaban por no hacerlo. Y sí, desconsideré y luché contra personas de mi entorno profesional».

¿Recomendaría este cambio de vida a todas las personas que son infelices? «No», responde rotundo, «cada uno ha de hacer su vida y encontrar su camino, yo sólo recomiendo que paren y piensen qué están haciendo, que tengan presente para qué están en este mundo. Cada uno ha de hacer su vida».

Tras insistir en que ahora es «más feliz que nunca», afirma: «yo, que me había considerado un comunista convencido, no sabía cuál es el verdadero valor de despojarse de todo para poder compartirlo de verdad. El voto de pobreza es el verdadero signo de comunión material y espiritual», ha señalado, porque sigue los preceptos de Jesucristo de repartir y compartir.

«Jesús me hace libre, nadie me ha prohibido nada»

Y presume de haber ganado también libertad porque en la empresa «estaba absolutamente condicionado, no podía decir o hacer según qué y ahora Jesús me hace libre, nadie me ha prohibido nada», asegura.

Este domingo 9 de junio, coincidiendo con la Solemnidad de Pentecostés, en la misa conventual, Pau (antes David) firmará su compromiso definitivo con la comunidad benedictina y confirmará sus votos definitivos a la Regla de San Benito, firmando la «cédula de profesión» sobre el altar de la Basílica de Santa María.

Luego, como manda la tradición, el padre abad Josep María Soler le entregará la cogulla -hábito con capucha de los monjes- y el libro de oraciones, y recibirá el abrazo de cada uno de los monjes del monasterio como símbolo de unión y acogida en la comunidad, donde ha encontrado, por fin, su felicidad.

Publicado originalmente en  Camino Católico en junio de 2019


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