De niño Witold Engel estuvo en un gulag y en Auschwitz, donde trasladaba cadáveres: sobrevivió y ahora es diácono: «Dios muchas veces me ha salvado la vida»

* Convencido de que Dios estuvo con él en aquellos momentos tan duros, pone como ejemplo cada vez que fue enviado a las duchas en el campo de concentración, algo que en muchas ocasiones significa morir gaseado. Acordándose de la primera vez que fue cuenta: «Estaba rezando en mi interior. Decía: Oh, mi Señor, ¿qué estamos haciendo aquí? Fuimos y Dios estuvo con nosotros porque pusieron agua (en vez de gas). Cada vez. Pasó un año y todavía estaba vivo»

Camino Católico.-  Como si de una película se tratara la vida de Witold Engel ha estado llena de sufrimientos, milagros y mucha fe en un momento en el que para muchos Dios aparecía escondido. El hoy anciano diácono permanente que vive en Estados Unidos fue un niño polaco al que le tocó primero sufrir el gulag en Siberia y luego el campo de concentración nazi de Auschwitz y Dachau, donde con sólo 9 años tenía que llevar las carretillas con los muertos que iban al crematorio.

Pese a lo vivido y sufrido en su vida siempre tuvo a Dios en su vida, no renegó de Él ni le acusó de la injusticia que se producía a su alrededor. Lo que si experimentó es lo que es capaz de hacer el hombre cuando se quiere convertir en un dios.

El niño que se enfrentó al soldado de la SS en Auschwitz

En una entrevista en Denver Catholic que traduce y sintetiza J. Lozano en Religión en Libertad, Engel recuerda su niñez como prisionero en Auschwitz y cómo un sacerdote que había ocultado un Rosario fue golpeado brutalmente por un miembro de las SS del campo. Un hombre judío que estaba cerca del lugar gritó al nazi para que dejara en paz al sacerdote moribundo.  Disparó a ambos y los mató.

Witold, al igual que otras decenas de miles de prisioneros, entró por esta puerta al campo de Auschwitz donde se puede leer "El trabajo te libera"
Witold, al igual que otras decenas de miles de prisioneros, entró por esta puerta al campo de Auschwitz donde se puede leer «El trabajo te libera»

Este niño de tan sólo 9 años no pudo aguantar más: “Me puse en pie y le dije: ‘Qué vergüenza. Deberías volverte a Dios en vez de matar gente aquí’. Me miró y me dijo: ‘Tú, cucaracha polaca. Te aplastaré con mi bota’”. Y justo cuando este soldado de las SS sacó de nuevo el arma para matar al pequeño Witold otro soldado se llevó a su compañero de allí.

“Estuve a salvo, supongo que el Señor estaba conmigo”, asegura ahora este anciano.

Con sólo 3 años estaba en un gulag en Siberia

La verdad es que la vida de Witold Engel fue muy dura desde prácticamente su nacimiento. Nació en Stryj, en Polonia, y cuando sólo tenía tres años de edad toda la familia fue llevada por los soviéticos a Siberia como presos políticos.

Durante cinco años lograron sobrevivir en el gulag en unas condiciones horribles con una meteorología extrema, guardas violentos y una total escasez de alimentos. Sólo gracias a la ayuda de una persona de la zona lograron escapar del campo. Escondidos durante un año viajó por Siberia comiendo pescado crudo, aves también crudas y cualquier planta comestible.

Lograron llegar a Kiev, y gracias a la ayuda de otra familia pudieron seguir su camino durante varios meses más hasta llegar a su ciudad polaca. Cuando llegaron las tropas alemanas rodeaban la ciudad.

En 1942, poco antes de Navidad, la familia escuchó camiones fuera de casa. Eran miembros de la SS que llamaron a la puerta y se llevaron a toda la familia. Dos semanas después estaban todos en el fatídico campo de concentración de Auschwitz.

«¿Qué hemos hecho?»

Todavía recuerda que al cruzar la puerta su padre le dijo que esta sería el sitio en el que morirían. “¿Qué hemos hecho?”, preguntó el pequeño Witold a su padre. Luchando para no llorar le contestó: “Jesús no hizo nada, pero a él también lo mataron”.

Ese fue el instante en el que también percibió el olor a carne quemada y vio humo saliendo del crematorio al otro lado del campamento. Durante su estancia en Auschwitz, al entonces niño Witold le tocó la tarea de llevar carretillas llenas de cadáveres a través del campo hasta el crematorio. Tenía que quitar la ropa a los fallecidos para que quedaran completamente desnudos.

“Al principio tenía miedo, pero luego me volví inmune. Ya no me molestaba, era como un zombi. Ni siquiera podía pensar”, explica en la entrevista. En aquel momento recuerda su cuerpo: “era piel y huesos, porque a veces no nos alimentaban durante una semana o no conseguíamos agua”. Desesperado comía nieve o bebía agua sucia de los charcos. Nunca enfermó por esto.

El miedo de ir a la ducha

Pese a todo, afirma convencido de que Dios estuvo con él en aquellos momentos tan duros. Y pone como ejemplo cada vez que fue enviado a las duchas, algo que en muchas ocasiones significa morir gaseado. Acordándose de la primera vez que fue cuenta: “Estaba rezando en mi interior. Decía: Oh, mi Señor, ¿qué estamos haciendo aquí? Fuimos y Dios estuvo con nosotros porque pusieron agua (en vez de gas). Cada vez. Pasó un año y todavía estaba vivo”.

En 1944, cuando Alemania empezaba a perder la guerra fue trasladado junto a miles de prisioneros más al campo de Dachau. En ese instante fue cuando supo que toda su familia seguía viva. En este campo se encontró con cientos de cadáveres putrefactos acumulados. Allí estuvieron varios meses en condiciones indignas hasta que en 1945 los estadounidenses liberaron el campo casi por casualidad.

El soldado estadounidense que lloró al verlo

Nunca olvidará el momento en el que vio aparecer a los soldados aliados y cómo se acercaban cautelosos y estupefactos ante las condiciones de los prisioneros. Un oficial se acercó a este niño. Era de Chicago aunque sus padres eran polacos, por lo que hablaba un poco esta lengua.

“Él estaba llorando y me levantó. Teníamos piojos, estábamos sucios. Le dije: ‘no, no me levantes’. Me dijo: ‘Eres mi paisano. Eres libre. Los alemanes ya no pueden tocarte. Él me levantó, no le importó que estuviera sucio. Él también lloró”.

Una vez libres, la familia vivió en Alemania hasta que decidió mudarse a Estados Unidos. Sin embargo, Witold enfermó gravemente. Pero el día antes de partir misteriosamente la enfermedad desapareció. “Tuve milagros en el campo de concentración, y otro milagro aquí”, recuerda.

Una vocación que fue apagada

A los 18 llegó a Nueva York. Cuando tenía 23, este joven habló con un sacerdote local sobre la llamada que sentía al sacerdocio. Tras todo lo que había vivido quería devolver a Dios todo lo recibido. Sin embargo, le dijeron que no hablaba bien inglés y que era ya demasiado mayor.

Decepcionado durante un tiempo decidió ingresar en el Ejército de Estados Unidos, donde sirvió durante seis años. Después se mudó a California y allí conoció a Carmen, la que sería su esposa, y con la que lleva casado más de medio siglo.

Una prueba más en su vida

A Witold Engel le faltaba afrontar más duras pruebas en su vida, como el brutal atropello que sufrió. A su mujer le dijeron que no sobreviviría, y que si lo hacía no vería a su marido nunca más caminar. Pero como luchador que era desde niño desafió a la medicina, se recuperó completamente y aprendió de nuevo a caminar.

En el hospital un sacerdote le dijo: “Dios te ama mucho, ha salvado tu vida”. Y Witold le respondió que “muchas veces me ha salvado la vida”. Pero lo que más recuerda de aquella conversación fue cuando el religioso, mirándole fijamente a los ojos, comentó: “Puedo ver en tus ojos que Dios tiene algo más para ti, algo bueno para ti. Por eso Dios ha salvado tu vida”.

El sueño de ser diácono

Ya con los 50 años cumplidos volvió a sentir esa llamada a entregar su vida a Dios, pero en esta ocasión como diácono. Y a los 60 finalmente vio cumplido este sueño de servir así a la Iglesia. Fue ordenado en 1999 y en su ministerio se incluía la atención a dos cárceles, que todas las semanas visitaba con su mujer.

Su testimonio tan brutal caló en muchísimos presos, algunos de los cuales experimentaron fuertes conversiones. Incluso a más de uno se lo encontró en la calle ya en libertad. Al igual que aquel soldado le abrazó en el campo de concentración, era él ahora el que abrazaba a aquel preso que necesitaba consuelo.

Durante años, Witold quiso compensar aunque fuera mínimamente todo el bien que había hecho en su vida. Ahora con 85 años y ya retirado sigue rezando firmemente por la conversión de las almas y para que el bien prevalezca en el mundo.

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